jueves, 30 de junio de 2016

Un Amor Imposible: Capítulo 28

—Relájate —le dijo Pedro con suavidad.

—Yo... creo que estoy un tanto nerviosa —dijo cuando él se tumbó en la cama con ella.

—Sí, ya lo veo.

Pedro se puso de lado y empezó a acariciarle el escote, bajando poco a poco hasta casi llegar al pezón. Sarah cerró los ojos y contuvo la respiración.

—¿Tienes los pechos muy sensibles?

A Paula le molestaba que hablara; ninguno de los amantes que había tenido anteriormente lo había hecho, sencillamente habían pasado a la acción.

—Yo... no lo sé —suspiró Paula finalmente, ligeramente aturdida.

—Me gustaría comprobarlo... ¿De acuerdo, Paula...? —le susurró con dulzura.

Paula aguantó de nuevo la respiración cuando él empezó a bajarle muy despacio los tirantes del body de encaje, hasta dejarle los pechos al descubierto.

—Mmm... Deliciosos —se inclinó y empezó a lamerle el pezón derecho.

Paula trató de no gritar, pero el placer la aturdía; y cuando Pedro empezó a succionarle el pezón y a mordisqueárselo con fuerza, ella no pudo contenerse más y empezó a moverse y a gimotear.

Pedro  levantó la cabeza. Tenía los ojos brillantes.

—Por muy bien que te quede este body, me gustaría más que te lo quitaras.

Paula  tragó saliva pero no dijo nada mientras él se lo quitaba y lo tiraba a un lado. Sus ojos, fijos en sus partes íntimas, eran como dos rayos láser.

—Me encanta mirarte —dijo él en tono sensual mientras le acariciaba el monte de Venus antes de deslizarle los dedos entre los pliegues ya húmedos de su sexo.

—Ah —gimió Paula, sorprendida por las sensaciones que la invadían.

—Qué preciosa eres —arrulló él.

Pedro siguió tocándola, le deslizó los dedos un poco más adentro y descubrió zonas erógenas de las que ella no tenía conocimiento. Ella apretó el pubis contra su mano con urgencia, mientras movía la cabeza de un lado al otro y lo miraba con ojos suplicantes.

—Espera, Paula... —dijo él con voz ronca y los medio cerrados—. Quiero verte cuando alcances el orgasmo.

Sus palabras y su manera de mirarla la excitaron y la precipitaron a un abismo de placer en caída libre. Pero aunque resultó maravilloso, cuando volvió a la realidad, se dió cuenta que no era aquello lo que llevaba toda la vida esperando.

Pedro empezó entonces a besarla con mucha dulzura y suavidad.

—No te disgustes —le dijo él entre beso y beso—. Lo necesitabas; estabas demasiado tensa. La próxima vez... La próxima vez estaré dentro de tí... y será mucho mejor, ya lo verás.

Paula lo miró sorprendida cuando él levantó al cabeza, y Pedro sonrió.

—¿No me crees?

—No, no —dijo sin mentir—. Por supuesto que te creo.

—¿Entonces qué ocurre?

—Bueno, Pedro, lo siento, pero se me ocurrió que... bueno, que antes de seguir deberíamos pensar en protegernos —Paula se sintió mal por vacilar y titubear tanto—. Bueno, ya sabes, tú has tenido muchas parejas sexuales.

Su expresión encerraba cierto reproche.

—Paula, no pensarás que me arriesgaría a dejarte embarazada, ¿verdad?

—En realidad no podrías, porque estoy tomando la píldora.

—Entiendo. ¿Y aun así quieres que me ponga un preservativo?

—No soy tan boba, Pedro.

Aunque él pensara que lo era por estar allí con él.

—No tienes por qué preocuparte. Ya me he ocupado de eso. Relájate. Tú no vas a salir de aquí, hasta que tu tío Pepe no te dé permiso.

—¡No hables así! —exclamó ella mientras trataba de ahogar un grito involuntario—. No tiene nada de malo que estemos juntos —dijo con desesperación.

—Eso depende de tu definición de «malo» —contestó él mientras empezaba a acariciarle los pechos otra vez—. Pero no importa. Es como lo dije esta tarde — continuó mientras su mano experimentada volvía a jugar en su entrepierna—. Había llegado a un punto sin retorno.

—Yo... creo que estoy a punto de irme otra vez —susurró ella.

—¿Tan pronto?

Ella se retorcía con abandono; no podía soportarlo mucho más.

—No me hagas eso más...

Pedro dejó de acariciarla un momento para ponerse un preservativo; y cuando se volvió otra vez hacia ella, empezó a tomárselo todo con calma. Paula se alegró de que Pedro no empezara haciendo ninguna postura extraña; porque quería mirarlo a la cara cuando estuviera dentro de ella, tal y como siempre lo había deseado.

Cuando finalmente Pedro la penetró, Paula trató de controlarse, de contener aquellos gemidos roncos que brotaban de su garganta para no ceder ante la intensa emoción del encuentro. Pero no pudo evitar que se le formara un nudo en la garganta, o de sentir un intenso calor que le quemaba los ojos.

Pedro se inquietó.

—¿Estás bien? —le preguntó él mientras le retiraba suavemente el pelo de la cara y la miraba a los ojos—. No te estaré haciendo daño, ¿verdad?

¡Qué ironía decir eso!

—No, no, estoy bien —insistió ella, aunque la voz le salió un poco chillona—. ¿Te importaría besarme, por favor, Pedro? Me gusta que me besen todo el tiempo.

Cualquier cosa para que él dejara de mirarla de ese modo tan reflexivo.

Un Amor Imposible: Capítulo 27

—Bueno, no pasa nada; hay muchos hombres. Anda, ve.

—Buenas noches, Felisa. Que disfrutes de la película.

—Sí, gracias.

Los modales fingidos de Paula empezaron a derrumbarse en cuanto salió de la cocina.

—¿Pero qué narices estoy haciendo? —murmuró en voz baja mientras subía las escaleras con paso tembloroso—. Me va a hacer daño, me va a partir el corazón. Lo sé; sé que lo hará.

Paula se paró delante de su dormitorio, incluso levantó la mano para llamar a la puerta y decirle algo; por ejemplo, que se fuera al infierno.

Pero al oír el ruido de la ducha no fue capaz; Pedro se estaba preparando para ella. Y sólo de pensar que él la deseaba se estremecía de emoción. Al fin y al cabo, llevaba años deseando que eso pasara. No podía ignorar el deseo de Pedro; ni darle la espalda a lo que ella sentía y deseaba. Así que Paula bajó la mano y corrió a su dormitorio.

Sólo faltaba media hora, pero él estaba a punto de estallar. Pedro se metió bajo el chorro de agua fría de la ducha, y unos minutos después había conseguido enfriar los vapores del deseo; sin embargo el pensamiento iba por otra parte.

Sabía que lo que iba a hacer con Paula no estaba bien; porque sabía que ella estaba enamorada de él, o pensaba que lo estaba.

—Soy un canalla —se dijo en voz baja mientras salía de la ducha—. No sé por qué me sorprendo.

Pero le había dado a Paula la oportunidad de escapar, y ella no se había arredrado cuando él había intentado meterle miedo. No era de extrañar que le hubiera costado tanto controlarse esa tarde, teniendo en cuenta los años que llevaba deseando a Paula. Pero le preocupaba perder el control; porque desde que ella se había arrodillado delante de él esa tarde lo había perdido totalmente.

Frente al espejo del baño, Pedro se prometió que esa noche sería distinto; sería el amante seguro de sí mismo que solía ser, el amante que la transportaría en un viaje erótico que inicialmente podría resultarle romántico a una joven tan inocente como ella.

A la mañana siguiente, Paula lo vería como lo que era en realidad: un canalla que utilizaba a las mujeres para satisfacer sus propios deseos. Paula se daría cuenta de que sentimientos más nobles se echarían a perder con él, y sería un paso más para reconocer las maldades del mundo y de los hombres. Era un modo perverso de protegerla, pero lo cierto era que, en lo referente a Paula, él siempre había sido un poco perverso. ¿Acaso no la había deseado ya cuando ella había sido poco más que una niña? Ese deseo por ella le había resultado tan obsesivo como indeseado. Lo que iba a pasar esa noche era algo inevitable, pensaba Pedro mientras terminaba de secarse. Lo único que le sorprendía era haberse aguantado tanto tiempo.

A las nueve, Paula estaba de nuevo delante de la puerta de la habitación de Pedro. El body negro de encaje le quedaba perfecto. Le cubría poco y la parte de atrás terminaba en un tanga.

La puerta se abrió de pronto, sorprendiendo a Paula. Pedro estaba allí con una toalla Burdeos enrollada a la cintura, y no parecía muy contento; pero en cuanto la miró de arriba abajo su expresión reflejó aquel deseo ardiente que Paula tanto deseaba ver y que tanto la emocionaba.

—Sabía que estarías preciosa con eso puesto, pero no imaginaba cuánto.

Paula se inquietó un poco al ver que Pedro estaba preocupado.

—Me has hecho la vida imposible, Paula —continuó Pedro.

—No más que tú a mí —respondió ella.

Fue valiente, teniendo en cuenta que por dentro estaba temblando de miedo. Él le dió la mano y tiró de ella para que entrara en la habitación, antes de cerrar la puerta.

—Supongo que no habrás cambiado de opinión —dijo en tono seco mientra la llevaba hacia la cama.

—De ser como tú dices, no me habría puesto esto, ¿no te parece? —fingió una valentía que no sentía mientras miraba a su alrededor.

Se fijó en su cama, en la colcha roja ya retirada, en las sábanas de raso negro donde se reflejaba la suave luz de las lámparas de pantalla roja.

Cuando él la levantó en brazos repentinamente, notó su verdadero nerviosismo.

—Estás temblando, Paula.

—¿De verdad?

—Sin duda —suspiró por segunda vez y cerró los ojos un momento—. ¿Qué voy a hacer contigo?

—Hacerme el amor, espero. Y toda la noche; me lo prometiste, Pedro.

Él la miró con fastidio.

—No, Paula. Eso no es lo que va a pasar aquí.

A ella se le fue el alma a los pies.

—Lo que voy a hacer es practicar contigo el sexo. Yo jamás hago el amor. Practico el sexo con mujeres. Claro que —añadió con una sonrisa sardónica mientras la dejaba despacio en el centro de la cama— será una experiencia sexual de primera.

Alivio y una emoción intensa fue lo que Paula sintió mientras apoyada la cabeza y los hombros sobre un montón de almohadones de seda. En ese momento, podía llamarlo como quisiera él. Nada de lo que él pudiera decir le impediría a Paula llegar hasta el final. Porque para ella sería hacer el amor. Para ella, aquélla iba a ser la noche más emocionante de su vida.

Un Amor Imposible: Capítulo 26

—Sabía que a Ailén no le quedaba mucho —comentó Felisa mientras llenaba el lavaplatos por última vez esa noche—. Pero me cuesta creer que Pedro haya roto con ella el día de Navidad.

Paula levantó la vista de la taza de café y vio que las manecillas del reloj marcaban las ocho y veintidós minutos.

—Es un diablo con las mujeres —continuó Felisa—, pero nunca pensé que además pudiera ser cruel.

Cosa rara, Paula estaba de acuerdo con Flora.

—La verdad es que no le quedó otra después de que Ailén lo acusara delante de todo el mundo de tener algo conmigo —le defendió.

Felisa hizo una mueca.

—Imagino que no... Pero cuánto me habría gustado estar allí. El primer año que Juan y yo decidimos comer solos en Navidad y mira lo que pasa. Cuéntame qué pasó.

Paula se encogió de hombros.

—No tengo ni idea. Ailén estaba callada, y de pronto se dió la vuelta y me lo soltó. Pedro y yo nos quedamos bastante sorprendidos; todos en realidad.

—Seguro que ha pasado por lo guapa que te has puesto hoy. Se habrá puesto muy celosa.

—Eso es lo que ha dicho Pedro.

—Le habrá molestado muchísimo que ella haya dicho algo así delante de sus colegas; pero ya me he enterado de que tú la pusiste en su sitio.

—¿De verdad? ¿Quién te lo ha dicho?

—Uno de los camareros. Me dijo que ha sido la comida de Navidad más interesante que ha servido en su vida.

—Pasé mucha vergüenza; así que me alegro de que haya terminado. El año próximo todo será muy distinto.

Paula se arrepintió al momento de haber dicho eso, porque en realidad no quería pensar en el año siguiente. No quería pensar en nada que no fuera esa noche. Pero en cuanto se le metió la idea en la cabeza fue imposible sacársela. Si Pedro no le había mentido antes, ya no estaría con ella la próxima Navidad.

—¿No vas a cambiar de opinión? —le preguntó Felisa.

—¿Sobre qué?

—Sobre dejar que prepare la comida el próximo año. A lo mejor te parezco anticuada, pero la Navidad no es igual sin el pavo y el budín de frutas. Y a Pedro le encanta el pavo asado.

—Pedro seguramente no estará aquí —dijo Paula con cierta tirantez.

—¿Eh? ¿Por qué no?

—Se marcha en febrero.

—¿Y qué? Lo invitarás a comer el día de Navidad, me imagino. Él y tú son como hermanos.

—A lo mejor no querrá venir.

—¡Qué tontería! A Pepe le encanta pasar aquí la Navidad. Incluso cuando estaban remodelando el complejo turístico de Happy Island también vino a pasar la Navidad a casa. Además, es difícil que él se case y forme una familia propia.

—Cierto —concedió Paula con pesar mientras bajaba la vista al café—. Eso no va a ocurrir nunca.

Y como no iba a ocurrir, no debía albergar esperanzas en secreto de lo contrario. No iba a enamorarse de ella, por mucho que ella lo quisiera. Ella no sería para él más que una compañera sexual más, un objeto de deseo temporal, una fuente de placer. Y cuando ese placer empezara a decaer, cuando llegara el aburrimiento, la sustituiría por otra. Pedro siempre se había comportado así, y así iba a continuar.

Sin embargo Paula estaba tan emocionada con lo que iba a pasar esa noche, tan excitada, que no podía mostrarse sensata en ese momento. En realidad, no sabía cómo era posible que pudiera mantener la compostura delante de Felisa.

—¿Dónde está Pepe, por cierto? —preguntó Felisa.

—Subió hace un rato —respondió Paula con toda la tranquilidad posible—. Dijo que estaba un poco cansado.

—¿Has terminado el café? —Felisa fue a retirar la taza.

—Toma. Creo que me voy a la cama también —dijo Paula con un leve temblor en la voz—. Ha sido un día muy largo.

—Echan una película muy buena a las ocho y media —comentó Felisa—. Con ese actor de cine tan sexy...

—Mmm —murmuró Paula mientras se bajaba del taburete; no sería tan sexy como el hombre con quien iba a pasar la noche—. Buenas noches, Felisa. No te preocupes por el desayuno. Pienso levantarme tarde, y tú también deberías hacerlo; pareces cansada.

—Sí, estoy un poco cansada. ¿Y Pepe?

—Le diré que se prepare él el desayuno. No creo que se haya ido a dormir tan temprano.

—Paula, antes de irte, quería decirte que hoy estabas preciosa; y que espero que la próxima Navidad vengas con tu novio de verdad, o con tu prometido, quién sabe. ¿Pasó algo más al final con Damián?

—No. No le intereso en ese sentido.

Un Amor Imposible: Capítulo 25

—Pues que así sea —dijo él cuando ella no dijo nada—. Sólo recuerda que debes asumir las consecuencias de tu decisión.

—¿Qué consecuencias?

—Que un día me habré saciado de tí y seguirás el mismo camino que las demás —dijo Pedro con tanta frialdad que daba miedo.

—¿Qué intentas, asustarme?

Él se echó a reír sin humor.

—No, por Dios. Lo que más deseo es tener este cuerpo tan delicioso tuyo a mi disposición diaria hasta por lo menos el final de las vacaciones de verano. Pero mi política es la sinceridad brutal con todas mis novias. Ailén sabía lo que había. Ahora tú también lo sabes.

—¿Puedo decirle a Felisa que soy tu nueva novia?

Él frunció el ceño.

—Por supuesto que no.

—Eso pensaba. Quieres que yo sea tu sucio secreto, ¿verdad?

—Tengo orgullo. ¿Acaso tú no? —le dijo con desafío.

Ella levantó el mentón.

—Sí.

—Entonces será nuestro sucio secretito. Si no te gusta eso, dímelo, porque prefiero que lo dejemos ahora. Al fin y al cabo, no has hecho más que probar.

—Eres un pícaro, sí, señor —dijo Paula.

—Ya te advertí cómo soy. ¿Entonces, qué dices? ¿Cuál es tu decisión final? Puedo dejarte a tí y esta casa lo antes posible... —se acercó a la cama donde estaba el regalo de Damián. Era un body de encaje y seda negro, comprado con la idea de darle celos a Pedro.

—O bien puedes acceder a venir esta noche a mi habitación sólo con esto y mis pendientes de diamantes.

Paula trató de sentir asco hacia él, hacia sí misma, pero no sirvió de nada. En ese momento temblaba de deseo, y nada ni nadie podrían sacarla de aquella mareante emoción. Estaba deseando hacer lo que él le pedía. No sabía si se estaba comportando como una masoquista o como una chica enamorada que llevaba demasiado lejos sus fantasías románticas.

Sin embargo él no le estaba ofreciendo romanticismo, sino unas semanas de algo que ella nunca había experimentado en la vida. Pedro no se equivocaba al decir que todos los amantes que había tenido habían sido jóvenes de poca experiencia.

—¿A qué hora esta noche? —le preguntó ella, mirándolo a los ojos.

No pensaba dejarle creer que la había seducido para que cediera a sus deseos. Iría porque quería, sin miedo, con coraje.

Él sonrió con pesar.

—Siempre supe que tenías temperamento, Paula. Esa es otra de las cosas que me atraen de tí. ¿Qué te parece a las nueve? Felisa y Juan se habrán retirado ya a descansar.

—A las nueve —repitió ella con cierto fastidio. ¡Faltaban aún cuatro horas!

—Sí, lo sé; pero será mejor. Ahora tengo que ir a vestirme —dijo Pedro mientras recogía el bañador y la toalla del sueño—. Mientras tanto te sugiero que bajes. La gente podría empezar a preguntarse dónde estamos y concluir que hay algo de verdad en las acusaciones de Ailén. No te olvides de pintarte los labios antes de bajar.

En cuanto salió de su dormitorio, Paula corrió al cuarto de baño e hizo lo que le había sugerido él.

martes, 28 de junio de 2016

Un Amor Imposible: Capítulo 24

La tarde se le hizo eterna, ya que no dejaba de preguntarse qué habría querido decir Pedro con sus palabras; temiendo su posible significado.

Después de comer, la dejó para hacer de anfitrión, y pasó todo el tiempo con sus invitados para asegurarse de que lo pasaban bien. El café se sirvió junto a la piscina, y algunos invitados se cambiaron para darse un baño. Desgraciadamente, Pedro se unió a ellos y salió con un minúsculo bañador negro que enardeció aún más los deseos de Paula.

Más o menos a esa hora, Damián recibió una llamada al móvil: al final su padre había cambiado de opinión y quería que pasara la Navidad en casa. Encantado, llamó enseguida a un taxi y se marchó. Paula se alegró por él, pero se quedó más sola y nerviosa que antes. Desesperada, abandonó la fiesta y escapó a la privacidad de su dormitorio; pero tampoco allí encontró paz. ¿Cómo podía Pedro haberle dicho lo que le había dicho, e ignorarla después? Finalmente, no pudo soportar más su soledad y salió al balcón, desde donde se veía perfectamente la piscina… y a Pedro.

Él sabía que estaba mirando, Paula estaba segura, pero siguió ignorándola y prefirió bajar la cabeza y ponerse a nadar. Después de llevar quince minutos por lo menos nadando, Pedro salió de la piscina de repente y se enrolló la toalla a la cintura antes de echarle una mirada salvaje; entonces subió las escaleras de la terraza y desapareció bajo el toldo.

Paula se puso tensa, alerta. Pedro subía las escaleras, pero no sabía si era para cambiarse o por otra cosa.

Paula se agarró a la barandilla del balconcillo mientras se le aceleraba el pulso sólo de pensar en que Pedro subiera por ella, en que estuviera a punto de poner en práctica lo que le había dicho. No parecía posible que fuera a hacer tal cosa con la casa llena de invitados; pero él le había dicho bien claro que era un sinvergüenza, ¿no?

No le oyó entrar en su dormitorio, pero sintió su presencia en cada poro de su piel. Cuando se volvió, él estaba a la puerta del balcón. Ya no tenía la toalla enrollada a la cintura. Sarah le había visto muchas veces en bañador, pero nunca en su habitación, y nunca con esa cara.

Se estremeció con el impacto de la misteriosa pasión que ardía en sus ojos negros como el carbón.

—Ven aquí —le ordenó él en voz baja y áspera.

El miedo la paralizó de momento. Pero Pedro la sorprendió todavía más cuando se quedó completamente desnudo delante de ella, mostrándole la evidencia física de su deseo. Bueno, eso sí que no se lo había visto nunca; pero ahora que lo miraba sintió una emoción secreta que le aceleró el pulso.

—Ven aquí —repitió él en tono ronco.

Ella cruzó el balcón como un robot, con la boca seca y el pulso acelerado. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, él se adelantó para colocarle las manos sobre las mejillas encendidas, sin apartar la mirada de la suya, mientras inclinaba sus labios sobre los de ella.

Pero no la besó, sino que se pasó la lengua por los labios despacio. A Paula le pareció tan erótico que cerró los ojos y entreabrió los labios con un suave gemido de placer. Cuando de repente él le metió la lengua en la boca, Paula gimió de nuevo. La sorpresa dió paso rápidamente al intenso deseo de besarlo con ardor. La necesidad de darle placer era enorme, pero la de poseerlo era aún mayor.

Se sorprendió cuando Pedro retiró la lengua de su boca; pero entonces él le puso las manos sobre los hombros y la empujó para que se arrodillara delante de él. La sorpresa fue muy breve; porque si eso era lo que él quería, entonces ella también.

El sabor de Pedro era limpio, ligeramente salado. Pero el sabor no le importaba a Paula. El deseo de años acumulado la habían vuelto temeraria y salvaje; y su pasión secreta quedó de pronto desatada. Después de aquello no recordaría bien cuánto tardó él en alcanzar el orgasmo; sólo recordaba la satisfacción propia al verlo disfrutar a él, emocionada por los roncos gemidos que resonaron en el dormitorio, alegrándose de su incontrolada liberación.

Levantó la vista y vió que todavía estaba muy excitado por lo que ella acababa de hacerle. Su cuerpo ardía de deseo, su conciencia corría el peligro de quedar totalmente aniquilada. No le importaba que él fuera o no un canalla. No le importaba que sólo estuviera utilizándola. Jamás había estado tan excitada en su vida.

—Te das cuenta de que ya no hay vuelta atrás, ¿verdad? —le dijo mientras la levantaba.

Ella se quedó mirándolo sorprendida, incapaz de formular una respuesta en ese momento.

—Debería haber sabido que me harías esto hoy.

—¿Hacerte el qué? —dijo ella.

—Incitarme a sobrepasar el límite establecido. Crees que sabes lo que estás haciendo, pero no es verdad.

—No soy una niña, Pedro.

Él se echó a reír.

—Lo eres comparada conmigo. Pero no hay problema porque me excita que seas relativamente inocente. Casi valdrá la pena si tenemos en cuenta que esto te abrirá los ojos, para hacerte ver la clase de hombres que hay en este mundo, y lo fácil que es para estos seducir a chicas como tú. Espero que para cuando haya terminado contigo, tendrás suficiente experiencia como para protegerte en el futuro.

—No soy tan inocente —le respondió ella.

—¿No? ¿Por qué dices eso? ¿Porque crees que sabes hacérselo a un hombre?

Paula se puso colorada.

—No voy a decir que no me haya gustado —continuó Pedro mientras le acariciaba la mejilla—. Pero me gustará mucho más enseñarte cómo hacerlo bien.

Empezó a tocarle los labios y le metió un dedo en la boca.

—La mayoría de los hombres prefieren que no se les engulla como si fueran comida rápida —le advirtió mientras le deslizaba el dedo por la lengua—. En cuanto domines el arte, podrás amar a un hombre más veces de las que creerías posible. ¿Alguna vez te han hecho el amor toda la noche, Paula?

Paula se estremeció repentinamente por las imágenes que evocaba con sus palabras.

—Creo que no —susurró,   mientras él  la contemplaba con los ojos entrecerrados.

Pedro le retiró los dedos de la boca, dejándola momentáneamente confusa y extrañamente vacía.

—Pero esta noche lo disfrutarás, amor mío —le prometió él—. Esta noche te llevaré a sitios donde jamás hayas estado. Si es lo que quieres, por supuesto. ¿Lo quieres así, Paula? Esta es tu última oportunidad de echarme de tu lado.

Ella observó sus ojos entrecerrados, temerosa del poder que ejercían sobre ella. Pero su deseo superaba su miedo.

Un Amor Imposible: Capítulo 23

—Me temo que sí.

—Ah, vaya.

—Da igual. Dime lo que pasó hace un rato para que te enfadaras tanto. ¿Estaba Pedro celoso como decía Ailén?

—Sí.

—¡Lo sabía! —exclamó Damián—. Le gustas, ¿verdad?

Paula negó con la cabeza.

—No me lo creía cuando me lo dijo. Y no sólo últimamente, sino desde que era  una adolescente de dieciséis años.

—Vaya. ¿Y tú le has dicho que le correspondías?

—Sí.

—Entonces no lo entiendo —Damián parecía confuso—. ¿Cuál es el problema? Espero no ser yo. Supongo que le habrás dicho que en realidad no soy tu novio, ¿verdad?

—Sí, sí. Fui totalmente sincera con él. Incluso le dije que eras gay.

—¿Y?

—Siguió rechazándome. Dijo que él no era bueno para mí. Me dijo que mi padre le había pedido que me protegiera de los canallas de este mundo, de los cuales él se reconoce como el ganador de la medalla de oro.

—Por amor de Dios, ¿es que no se da cuenta de que después de aguantar sin seducirte y acostarse contigo todos estos años se ha convertido en uno de los buenos?

—Está claro que no.

—Esto requiere un plan más enrevesado. Mira, esta noche te sugiero que...

—Basta, Dami —le interrumpió—. Déjalo ya.

—Te estás dando por vencida —dijo en un tono que demostraba su decepción.

—No, sigo adelante. Y también Pedro. Ya me ha dicho que está deseando marcharse de aquí.

—Eso es porque no confía en sí mismo cuando está contigo. Le tienes contra las cuerdas, y quiere echar a correr para ponerse a salvo.

—Entonces que corra. Se ha terminado, Dami.

—¿Cómo se puede haber terminado cuando ni siquiera ha empezado?

—Podríamos dejar esta conversación y ponernos a comer, Dami?

Damián se encogió de hombros y se puso a comer unas gambas. Paula hacía lo posible por comer algo cuando Pedro regresó a la mesa. Se puso tensa mientras él retiraba la silla y el plato de Ailén; antes de tirar de su silla y sentarse a la mesa.

—Siento mucho lo que ha pasado, Paula —murmuró mientra sacudía su servilleta—. Gracias por sacar la cara por mí.

—No pasa nada. Ailén no debería haber dicho lo que ha dicho.

—¿Cómo?

—No, no debería. Pero entiendo por qué lo ha hecho; los celos te conducen a hacer... tonterías.

—Sí, lo sé. Siento mucho toda esta charada de hoy, Pedro.

—No me refería a tí, Paula. Me refería a mí mismo.

Ella se volvió a mirarlo, y se miraron a los ojos.

—Entonces estabas celoso, ¿no? —susurró.

—No vamos a hablar más de eso, Paula—le advirtió con brusquedad—. ¿Ha quedado claro?

Si su tono duro no era lo bastante convincente, sus ojos desde luego lo eran.

—Como que ahora es de día —dijo ella.

—Bien. Olvidémonos de todo lo que ha pasado hasta ahora y vamos a disfrutar de la comida de Navidad.

Paula se quedó allí sentada en silencio, estupefacta, mientras Pedro disfrutaba de la comida con aparente deleite. Se sorprendió aún más cuando se puso a charlar animadamente con el hombre que tenía a su derecha. ¿Estaría fingiendo, o sería cierto que los acontecimientos del día no le habían afectado? Ailén y él llevaban seis meses juntos, y acababa de dejarla en un instante. ¿Acaso no había sentido, no sentía, nada por ella? Estaba claro que no.

A lo mejor Pedro tenía razón. A lo mejor era un canalla. Paula miró a su derecha y disimuladamente le observó comerse media docena de ostras: se llevaba la concha a la boca, echaba la cabeza hacia atrás y se comía el delicioso bocado; después se relamía con deleite.

De tanto mirarlo, ensimismada, Paula acabó imitando sus movimientos sin darse cuenta.

—No eres capaz de parar, ¿verdad?

—¿Para el qué? —dijo ella con un hilo de voz.

—De tentarme. No, no te molestes en negarlo; ni en defenderte. Todo lo que has hecho hoy nos llevaba a este momento. Muy bien. Has ganado, Paula. Aunque dudo mucho que por la mañana lo veas como algo positivo.

—¿Pero de qué estás hablando?

Él esbozó de nuevo esa sonrisa fría, críptica.

—Te lo advertí, Paula. Si insistes en jugar con fuego, tienes que estar preparada para todas las consecuencias.

Un Amor Imposible: Capítulo 22

—¿Esa cara es por algo bueno o malo? —le preguntó Damián después de que Paula llevara una silla y se dejara caer en ella.

—No me preguntes nada. Estoy tan enfadada que no sé qué hacer.

—Bueno, toma un poco de vino. Es un Chardonnay riquísimo de Hunter Valley.

—Me importa un pimiento de dónde sea con tal de que tenga alcohol.

Y dicho eso, Paula se llevó la copa a los labios y se bebió el contenido de un trago.

—Espero que te guste el marisco —dijo Damián, señalando el plato que le había servido.

—En este momento, me conformo con cualquier cosa que se pueda comer. ¡Y sobre todo beber!

Paula no podía creer lo que acababa de pasarle. El hombre de sus sueños le había confesado que ella le gustaba; desde los dieciséis años... Había estado a punto de que su sueño de toda la vida se hiciera realidad. Pero él la había rechazado en favor de la bruja de pelo castaño que estaba sentada dos sillas más allá.

—¡Paula! —soltó de pronto la bruja—. ¿Dónde diantres está Pedro? Le he traído su comida y ahora no está aquí para comérsela.

Paula se alegró en cierto modo al ver el disgusto de Ailén por la ausencia de su amante.

—No tengo ni idea de dónde está —dijo en tono aparentemente despreocupado, antes de dar otro trago de vino.

—¿Pero no estabas hablando tú con él ahora mismo?

—Sí —replicó airadamente.

La bruja entrecerró los ojos.

—¿Y de qué estaban hablando? ¿O no han hablado nada?

Paula pestañeó y se quedó con la copa de vino suspendida en el aire.

—Tú no me engañas —escupió Aillén—. Sé lo que está pasando aquí entre Pedro y tú. Me he dado cuenta nada más verte.

—¿Darte cuenta de qué, Ailén?

Tanto Paula como Ailén se sorprendieron al oír la voz de Pedro.

—No me tomes por tonta, Pedro. Sé cuando alguien está celoso. Y te conozco. Es imposible que hayas vivido todos estos años con una chica de, cómo decirlo, los atractivos de Paula sin probarlos tú mismo.

Paula se quedó boquiabierta, mientras Pedro se agarraba con fuerza al respaldo de la silla.

—¿Me estás acusando de acostarme con mi pupila? Si es lo que piensas —dijo Pedro—, entonces te sugiero que te marches.

Ailén pareció nerviosa un momento, pero sólo un momento.

—No podía estar más de acuerdo. No soy una chiquilla que tolere el engaño.

—Jamás te he engañado —dijo Pedro en tono seco.

—Si eso es cierto, sólo es porque Paula decidió que temporalmente prefería a Damián que a tí. Pero te lo advierto, Damián —se volvió hacia el otro—, primero fue de Pedro. ¿No es verdad, Paula?

Paula podría haber mentido. Pero quería que aquella mujer saliera de la vida de Pedro.

—Sí, es verdad —respondió Paula, a cuyas palabras siguió un murmullo de conversaciones por la mesa—. Pero no como implicas tú —continuó Paula, empeñada en no dejar que aquella bruja manchara la reputación de Pedro delante de sus asociados—. Pedro siempre ha tenido mi cariño, y siempre lo tendrá. Sin embargo, jamás se ha comportado conmigo como otra cosa que mi protector y mi amigo. Así que estoy de acuerdo con Pedro. Si crees que se ha comportado de un modo poco honorable hacia mí entonces debes marcharte; aquí en mi hogar no hay sitio para nadie que no admire a Pedro como lo admiraba mi padre y como lo admiro yo. Así que, por favor —dijo mientras se ponía también de pie—, permite que te acompañe a la puerta.

—No —dijo Pedro, colocando con firmeza una mano en el hombro de Paula—. Deja que lo haga yo.

Paula le dirigió una mirada de agradecimiento mientras se sentaba de nuevo en su silla.

Cuando Pedro salía con Ailén de la terraza, Damián empezó a aplaudir despacio, y enseguida se le unieron otros invitados.

—Si quieres ponerlo así... sí.

De pronto Paula se dió cuenta de que todos los demás estaban en silencio y al tanto de la conversación. En la distancia, se oyó el motor de una lancha en el puerto. Pero a su alrededor sólo podía oír los latidos intensos de su corazón.

—Impresionante, cariño —dijo Damián en voz baja—. Pero también bastante revelador.

Paula se volvió rápidamente a mirarlo.

—¿En qué sentido?

—Cualquiera puede ver que estás enamorada de ese hombre.

Paula suspiró.

—¿Tan claro ha quedado?

Un Amor Imposible: Capítulo 21

Pedro detestó el estupor que vió en su cara, pero en parte sintió alivio.

—¿Nunca lo habías pensado? —de pronto estaba harto, cansado.

Ella negó con la cabeza.

—Tú... nunca me dijiste nada...

Pedro sonrió con pesar.

—Mi deber para con Miguel era hacer lo que él me pidió.

—¿Te pidió que no te acercaras a mí?

—Me pidió que te protegiera de todos los sinvergüenzas de este mundo.

Aquello la extrañó más que ninguna otra cosa.

—¡Pero tú no eres un sinvergüenza!

—Confía en mí, Paula. Soy un canalla de primera categoría. Siempre lo fuí, y siempre lo seré. Créeme, si fueras la hija de otro hombre, te habría seducido cuando tuve oportunidad. Porque la tuve contigo cuando tenias dieciséis años, ¿verdad?

—¿Quieres decir cuando te besé esa vez? ¿Ya entonces me deseabas?

—Eso es decir poco. No imagines ni por un momento que me preocupaba tu edad. Esas cosas nunca me han importado. Pero no podía soportar la idea de que el único hombre en el mundo a quien yo quería y respetaba me mirara con asco. Los elogios de Miguel y el que me aceptara significaban más para mí que mi intenso e inconveniente deseo por tí.

—Ya... entiendo...

Pedro dudaba que alguien tan dulce e inocente como Paula pudiera entender el trasfondo siniestro y enrevesado de su personalidad.

—Ve. Vuelve junto a tu Damián —le ordenó.

—Él... no es mi Damián.

—¿Cómo? ¿Qué quieres decir con eso?

—Damián no es mi amante. Sólo es un amigo. Y además es gay.

—¡Gay! —repitió Pedro.

La cabeza le daba vueltas mientras trataba de darle sentido a la confesión de Paula.

—Has sido totalmente sincero conmigo, de modo que yo voy a serlo contigo. Traje a Damián a la comida de hoy para no estar sola; y de paso para darte celos, esperaba.

Pedro la miró sorprendido, y se dió cuenta de que ella estaba a punto de echarse a llorar.

—Llevo toda la vida colada por tí —soltó sin más.

Pedro hizo una mueca.

Detestaba la palabra «colada» porque parecía de colegiala; claro que comparada con él, Paula era aún muy joven.

—Aún tienes oportunidad conmigo, Pedro —continuó con los ojos brillantes—. Si la quieres...

¡Por supuesto que quería! Dios santo, si ella supiera... Pero lo que él quería no se parecía nada a lo que quería ella.

—No soy bueno para tí, Paula.

Pedro era el primero en sorprenderse por haber encontrado la voluntad para rechazar lo que ella le estaba ofreciendo.

—¿Por qué no? —quiso saber ella.

—Tú sabes por qué no. No te he ocultado nada desde que eras pequeña. Ya te lo he dicho en más de una ocasión: no puedo enamorarme.

—No te estoy pidiendo que te enamores.

El la miró con enfado.

—No te atrevas a rebajarte de se modo. ¡No te atrevas! Te conozco, Paula. Tú quieres casarte y tener hijos; no buscas tener una aventura con un tipo que no tiene conciencia ni moral.

—Entonces me rechazas de nuevo. ¿Es eso?

—Ya tengo novia —dijo él con frialdad—. No te necesito, Paula.

El dolor que vió en su mirada le dio a entender que había hecho lo correcto. El enamoramiento de Paula daría paso a un amor profundo si se acostaba con ella. Lo había vivido antes con otras mujeres con las que se había relacionado, y por eso últimamente se buscaba novias como Ailén. Pero no por eso se sentía bien; rechazar a Paula sólo conseguía frustrarlo todavía más.

—Un día encontrarás al príncipe azul —dijo Pedro en tono seco.

—Por Dios, no seas tan pomposo —le soltó ella enfadada—. Si quisiera encontrar a mi príncipe azul, ¿crees que te habría hecho una proposición como la que te acabo de hacer? Pero no pasa nada, hay un montón de hombres guapos. En cuanto herede todo el maravilloso dinero de papá, no creo que me falten amantes, ¿verdad? Ahora voy a comer. ¡Tú disfruta de lo que te apetezca hacer!

sábado, 25 de junio de 2016

Un Amor Imposible: Capítulo 20

Pedro trató de disimular su creciente inquietud, pero no podía dejar de preguntarse dónde diablos estaba Paula y lo que estaría haciendo. ¡Por amor de Dios! ¿Tanto rato necesitaba para abrir un mísero regalo? ¡Pero si era casi la una!

La razón más obvia era difícil de digerir: estaba en su cuarto haciendo cosas innombrables con ese tipo con pinta de playboy en paro del que ella se había enamorado.

Pedro jamás había visto a un tipo más pelota y más ambicioso que aquél, con su sonrisa falsa, su pelo rubio teñido y su bronceado igualmente artificial. Desgraciadamente, sus músculos no parecían artificiales, y eso era algo que le fastidiaba sobremanera. Nunca había pensado que Paula fuera de esa clase de chicas a las que pudieran importarle esos atributos superficiales. Pero estaba claro que se había equivocado; incluso parecía gustarle que él la llamara «nena». ¿Acaso no sabía que su querido Damián seguramente llamaría «nena» a todas sus novias? Así no tenía que acordarse de sus nombres; porque estaba más que claro que Damián era uno de esos que no tenía suficiente cerebro para que le doliera la cabeza.

—Pedro, Gustavo te está hablando —saltó de pronto Ailén en tono mordaz.

—¿Qué? Ah, perdón —Pedro dejó de pensar en lo que le atormentaba y se centró en lo que le decía el otro.

Gustavo era el localizador de exteriores de la productora cinematográfica de Pedro; un tipo genial en su trabajo, y gay.

—¿Qué me estabas diciendo, Gus?

Gustavo sonrió.

—Sólo que estoy agradecido de que me hayas invitado a comer hoy. La Navidad es una época del año en la que a los gays nos damos cuenta de que aún hay muchas personas que tienen prejuicios en contra de los homosexuales.

—¿De verdad? —dijo Pedro mientras miraba de nuevo hacia el vestíbulo para ver si bajaba Paula.

—¿Porque qué le importa a nadie con quién se acueste o deje de acostarse uno? —continuó Gustavo con entusiasmo—. Mientras no le hagas daño a nadie...

—Bien dicho, Gustavo —corroboró su pareja.

Pedro se fijó en Patricio, un hombre alto y delgado de edad indeterminada. Estaba a punto de comentar algo, sospechaba que a punto de comportarse de un modo muy grosero, cuando por el rabillo del ojo vio el movimiento que había estado esperando.

A Pedro se le revolvió el estómago al ver al objeto de su agitación cruzar el vestíbulo con Damián pisándole los talones. Tampoco se le pasó por alto que de pronto Paula bajase con el pelo suelto y un poco despeinado.

—Si me disculpan —dijo bruscamente—. Tengo que hablar con una persona. ¿Ailén, podrías acompañar a nuestros invitados a la terraza? La comida es un bufé, pero en las mesas hay tarjetas con el nombre de los invitados.

Pedro ignoró la cara de fastidio de Ailén y la dejó para cruzar el salón y regañar a Paula. No sabía qué era lo que iba a decirle, pero tenía que decir algo; cualquier cosa para dar rienda suelta a la tormenta de emociones que se fraguaba en su interior.

—Paula —soltó cuando estaba cerca de los dos tortolitos.

Ella se volvió bruscamente y lo miró.

—Necesito hablar contigo. Ahora mismo, y en privado.

—Pero íbamos a salir a la terraza a comer —le respondió ella con suma dulzura.

Él apretó los dientes mientras se fijaba con rabia en los labios de Paula, que parecían más rojos que antes. Sin duda, se había retocado el carmín. Pero el toque de gracia que amenazó con terminar de desatar su furia fue cuando vió que se había quitado los pendientes de diamantes.

—Seguro que no te importará esperar cinco minutos más para comer —le soltó con fastidio, angustiado al pensar por qué se habría quitado su regalo de Navidad.

Paula se encogió de hombros con despreocupación, pero Pedro detectó una momentánea sombra de duda en su mirada.

—No tardaré, cariño —le dijo a Damián con una caricia de disculpa en el brazo—. El bufé está en la terraza; sal, que yo voy enseguida.

—Claro, nena. Voy escogiendo por tí; y te sirvo un poco de ese vino blanco que te gusta.

—¡Estupendo!

En cuanto Damián desapareció de su vista Pedro la agarró del codo y la empujó hasta su despacho.

—¿Es necesario que te pongas en plan troglodita?

Pedro cerró la puerta del despacho sin decir nada. Cuando la miró tan enfadado, Paula se acobardó un poco, como avergonzada.

—De acuerdo, estás enfadado conmigo por no bajar antes a ayudarte con los invitados —dijo ella—. Es eso, ¿verdad?

—Tu comportamiento no sólo ha sido descortés, Paula, sino también embarazoso.

—¡Embarazoso! No entiendo cómo. Quiero decir, este año no conozco a ninguno de los invitados. Felisa me advirtió de antemano que todos ellos son de tu productora.

—Esa no es excusa para ignorarlos —arremetió él con rabia—. Me han oído hablar de tí y querían conocerte; pero tú te has esfumado. ¡El día de Navidad, para colmo! Por educación, deberías haberte quedado en el salón atendiendo a los invitados y charlando con ellos. Pero en lugar de eso, estabas arriba en tu dormitorio practicando sexo con tu novio. Pensaba que tendrías más orgullo y más sentido del decoro.

A Paula se le subieron los colores.

—No he estado practicando sexo con él.

Pedro soltó una risotada de desprecio.

—Tu aspecto contradice tus palabras.

Ella abrió la boca y luego la cerró.

—Lo que Damián y yo hagamos en la intimidad de mi dormitorio no es asunto tuyo. Igual que no es asunto mío lo que vas a hacer con Ailén esta noche en tu habitación. Somos adultos, Pedro. Dentro de seis semanas cumpliré veinticinco años y tú no podrás decir nada acerca de mi vida. ¡Podré hacer lo que quiera en esta casa porque tú ya no estarás aquí!

—Y nadie se alegrará más que yo —su frustración le hizo responder de un modo tan temerario—. ¿Crees que me ha gustado ser tu maldito guardián? ¿Crees que me ha divertido protegerte de todos los canallas que se han acercado a tí? ¿Tienes idea de lo mucho que me ha costado mantener mis manos alejadas de tí, Paula?

¡Lo había dicho! Su oscuro secreto, su culposa obsesión, había quedado expresada en palabras.

Un Amor Imposible: Capítulo 19

—Y yo soy Ailén, la novia de Pedro.

A Paula no dejaba de sorprenderle cómo las mujeres como Ailén podían tener dos personalidades tan distintas: una dulzona para los hombres, y otra amarga para las de su propio sexo.

—¿Por qué no te vas a abrir tu regalo de Navidad en privado? —le sugirió Ailén a Paula fingiendo amabilidad—. Yo puedo ayudar a Pedro a recibir a los invitados, ¿verdad, cariño? Porque todos los invitados, aparte de Damián, son amigos de Pedro.

—¡Qué buena idea!

Paula deseaba alejarse de la irritante presencia de Ailén lo antes posible. De todas las novias de Pedro, aquélla era la que menos le gustaba.

—Aquí no —le susurró Damián al oído cuando ella hizo intención de llevarle al salón—. Llévame a tu dormitorio.

—¿A mi dormitorio...?

—Chist, Sí, a tu dormitorio —continuó en voz baja—. No preguntes por qué ahora. Y no mires a ninguno de esos dos. Ríete y llévame arriba.

Paula se dió cuenta de lo que planeaba Damián.

—Esto no va a funcionar jamás, Dami.

—Sé lo que estoy haciendo aquí. Soy un maestro en el arte de dar celos. Todos los gays lo somos.

—¡Calla! ¡No lo digas en voz alta!

—Entonces haz lo que te digo.

Paula se echó a reír cuando Damián le hizo subir las escaleras con una rapidez  poco decente.

—¿Cuál es tu dormitorio? —le preguntó cuando llegaron arriba.

—La tercera puerta a la derecha.

—Muy bonita —comentó cuando cerraron la puerta.

—Pedro piensa que es demasiado infantil. También piensa que estoy demasiado delgada ahora. Sigo sin gustarle, Dami. Estás perdiendo el tiempo.

Damián sonrió.

—No es la impresión que me ha dado cuando te besé.

—¿Qué quieres decir?

—Pues que tardé unos segundos en cerrar los ojos y observé la reacción de tu tutor.

—¿Y?

—Le sentó fatal que te besara. Ahora me detesta. Sentí su odio con fuerza. Luego, cuando me dió la mano, trató de aplastarme los dedos.

Paula negó con la cabeza mientras colocaba el regalo de Damián sobre la cama.

—No te creo —dijo mientras se sentaba al lado del regalo.

—¿Por qué no?

—Porque yo... porque... ¡No lo sé! —exclamó.

—¿Sabes, Pau? Creo que tienes miedo.

—¿Miedo de qué?

—De triunfar. Llevas demasiado tiempo viviendo con esta fantasía. Es hora de olvidarte de ella o de hacerla realidad. ¿Cuál de las dos cosas eliges?

Paula pensó que ella estaría sola esa noche en su cama mientras Pedro retozaba con Ailén en la suya. Cerró los ojos con fuerza mientras tomaba una decisión. Entonces los abrió y miró la cara paciente de Damián.

—¿Y cuál es el plan de acción?

Damián sonrió.

—Quédate donde estás, para empezar. ¿A qué hora es la comida?

—Bueno, no es una comida como tal. Va a ser un bufé. Pero Pedro querrá empezar sobre la una.

Damián miró su reloj.

—En ese caso, apareceremos a la una menos en punto.

Paula frunció el ceño.

—¿Vamos a estar aquí hasta entonces?

—Sí.

—Sabes lo que Pedro va a pensar que estamos haciendo, ¿verdad?

—Sí.

—¡Pensará que soy una zorra!

—Si no me equivoco, le costará pensar siquiera. Ahora abre tu regalo. Y cuando bajes no te olvides de decirle lo que te he traído.

Un Amor Imposible: Capítulo 18

—¡Vamos, Paula! —gritó Pedro mientras golpeaba en la puerta con los nudillos.

Paula miró el reloj y vio que faltaban tres minutos para las doce.

—Ya voy —gritó mientras se echaba un último vistazo al espejo.

Estaba guapa. El vestido de verano rojo y blanco se ceñía a su cuerpo esbelto y el peinado, un recogido, destacaba los pendientes que él le había regalado. Pero no era su apariencia lo que le tenía tan nerviosa, sino aquella tonta farsa con Damián. ¡Estaba segura de que Pedro notaría algo extraño en su relación!

Cuando abrió la puerta, Pedro estaba esperándola apoyado sobre la barandilla. Parecía cansado, pero estaba guapísimo con unos chinos beis y una camiseta de manga corta de rayas beis y blancas.

—Estoy lista —dijo ella con dinamismo.

Pedro la miró de arriba abajo.

—¿Sí, pero lista para qué?

Como de costumbre, su comentario sarcástico la molestó.

—No estaría mal que me dijeras algo agradable, para variar —le dijo Paula con las manos en jarras.

Él arqueó las cejas, como si su reacción le hubiera sorprendido.

—Eso depende. Pero si insistes...

Volvió a mirarla de arriba abajo, pero esa vez más despacio.

A Paula se le formó un nudo en la garganta cuando vió que Pedro le miraba los pechos, la boca y por último los ojos. Pero si había esperado ver el deseo en sus ojos, esperaba mucho.

—Estás verdaderamente preciosa hoy, Paula—le dijo por fin en tono algo seco—. Damián es un hombre muy afortunado.

Paula sintió deseos de golpear el suelo con el pie de frustración cuando sonó el timbre de la puerta, que la salvó de una rabieta muy poco característica en ella.

—Seguramente será Damián —dijo antes de salir corriendo escaleras abajo para ir a recibir a Damián sin que Pedro lo presenciara.

Pero no era Damián el que estaba a la puerta, sino una atractiva morena de unos treinta años con un vestido azul eléctrico que destacaba las curvas de su cuerpo sensual y una sonrisa perfecta.

Paula supo inmediatamente quién era.

—Tú debes de ser Paula —dijo la mujer con astucia después de echarle un rápido vistazo que endureció aún más la mirada en sus ojos azul claro—. Soy Ailén, la novia de Pedro.

Aquélla tenía el pelo corto y más curvas que las demás; pero por dentro siempre eran inflexibles y frías, secas y desagradables.

Paula despreció a Ailén nada más verla.

—Hola —consiguió pronunciar con cortesía antes de darse la vuelta y buscar a  Pedro con la mirada. No pensaba charlar con la golfa de turno.

—Está aquí Ailén—le dijo en voz alta a Pedro, que bajaba en ese momento las escaleras.

Por un momento a Paula le pareció verle despistado, como si no supiera de quién le estaba hablando, o como si no le interesara; pero al segundo siguiente sonrió y se apresuró hasta la puerta.

—Feliz Navidad, cariño —exclamó Ailén efusivamente mientras se tiraba a los brazos de Pedro.

Paula se dió la vuelta para no tener que presenciar cómo se besaban, pero se le formó un nudo en el estómago al oír cómo Ailén le decía a Pedro que le daría su mejor regalo esa noche, cuando estuvieran a solas.

Fue una suerte tremenda que Damián llegara en ese momento. El nerviosismo de Paula por el engaño quedó momentáneamente olvidado por la necesidad de tener a alguien al lado.

—¡Damián, cariño! —dijo con la misma efusividad que Ailén—. Feliz Navidad. Ay, cuánto me alegro de verte.

Sintió alivio al ver lo atractivo y masculino que parecía con unas bermudas y una camisa polo azul cielo que destacaba su estupenda musculatura, su piel clara y su cabello rubio.

—Y tú también, nena —respondió Damián.

Su apelativo cariñoso la sorprendió, lo mismo que el beso que Damián le dió en los labios cuando se acercó a darle el regalo que llevaba en la mano.

—Estás preciosa —añadió Damián—. ¿No les parece?

Ni Pedro ni Ailén dijeron nada.

Paula se puso colorada, pero Damián estaba imparable.

—Espero que te quede bien —le dijo él mientras le daba el regalo—. Cuando lo ví en el escaparate, supe al momento que era para tí.

Paula no sabía si ponerse contenta o si echarse a temblar por lo que pudiera contener la caja. Damián tenía una vena pícara que estaba resultando ser tan divertida como preocupante.

—Bueno... luego lo abro... —dijo de manera evasiva—. Tengo que ayudar a Pedro a recibir a los invitados. Ah, sí, Pedro, éste es Damián —los presentó—. Damián, éste es Pedro, mi tutor.

—Vaya —dijo Damián mientras le daba la mano a Pedro—. Pensé que eras mayor.

Un Amor Imposible: Capítulo 17

A las once, Pedro había terminado de hacer todo lo necesario en la planta baja. Habían colocado las mesas y los toldos, y Juan y él habían subido el vino de la bodega.

A las diez en punto habían llegado los del catering: un equipo de tres camareros muy eficientes cuyo trabajo era restarle tensión a la comida de Navidad.

Pedro subió las escaleras con pesar, diciéndose que nadie podría quitarle a él la tensión de aquella comida de Navidad en particular. Había estado muy seguro de haber superado el deseo que había sentido por Paula desde que ésta cumpliera dieciséis años; pero parecía que se había estado engañando a sí mismo. La ausencia de Paula le había provocado una falsa sensación de seguridad. Eso y conocer a Ailén, cuyo cuerpo sensual y su entretenida compañía habían arrinconado su deseo secreto hacia Paula en el lugar más oscuro e inaccesible de su subconsciente; en aquel lugar en el que Pedro encerraba los recuerdos y las emociones que prefería olvidar, O al menos ignorar. Había sido la noticia que Felisa le había dado el día anterior durante el desayuno de que Paula llevaría ese año a su novio a la comida de Navidad lo que le había hecho perder el férreo control sobre sus emociones, un control que, iluso de él, había creído poseer, y había suscitado en él unos amargos celos. Así que se había quedado en casa en lugar de ir a jugar al golf, sólo para estar allí cuando ella llegara. Había puesto la excusa de que necesitaba hablar con ella sobre su herencia, cuando lo que más le apetecía era interrogarla sobre el hombre de su vida. Descubrir que estaba locamente enamorada del tal Derek no había hecho sino ponerle más celoso.

En general estaba satisfecho porque superficialmente guardaba la compostura con ella, y se daba un sobresaliente por no haberla besado la tarde anterior cuando había tenido oportunidad. Sin embargo, con los pendientes de diamantes había cedido a la tentación, ¿o no? Se había gastado una pequeña fortuna en ellos con la firme intención de que Damián se enterara de quién se los había comprado.

Se comportaba mal siempre que Paula llevaba a un novio a casa; y siempre se había engañado diciéndose que lo hacía para respetar los deseos de Miguel, justificando sus acciones con la excusa de que quería protegerla de los que pudieran ir tras su fortuna. Pero eso distaba mucho de la verdad. Ninguno de los chicos que Sarah había llevado a casa habían ido detrás de su dinero; para empezar porque ella no le había dicho a ninguno que en el futuro se convertiría en una rica heredera. Sólo habían sido jóvenes que habían tenido la buena suerte de estar donde Pedro siempre había querido estar. Con Paula.

¿Qué haría esa vez?, se preguntaba con pesar mientras llegaba al rellano del primer piso y miraba hacia la puerta de la habitación de Paula. Nada. Lo mismo que no había hecho nada el día anterior cuando la había tenido entre sus brazos. Había querido besarla. Maldita sea, se moría de ganas por besarla. ¿Pero qué habría conseguido, salvo que ella lo mirara no con adoración como había hecho en el pasado, sino con asco? Paula se había enamorado finalmente; sin duda estaría a punto de tener lo que siempre había querido: casarse y tener hijos.

Si Damián fuera un tipo honrado, entonces estaría mal intentar plantar la semilla de la duda en el pensamiento de Paula. Sin embargo era lo que quería hacer... Claro que querer hacer algo y hacerlo eran dos cosas muy distintas. Llevaba años queriendo seducir a Paula, pero no lo había hecho.

Cuando Pedro entró en el dormitorio principal y cerró la puerta, el pensamiento le llevó a otro problema al que tendría que enfrentarse en un futuro inmediato: en  febrero tendría que abandonar la casa. Después de tantos años se había  acostumbrado a vivir allí y encariñado con las demás personas que vivían con él. No imaginaba vivir en otra casa ni dormir en otro dormitorio. Resultaba un tanto extraño. Siete años atrás, después de morir Miguel y de que él se mudara a vivir allí, no le había gustado mucho aquel dormitorio. Siempre le había gustado el cuarto de baño, donde Miguel había colocado una bañera de hidromasaje tan grande que casi se podía nadar; pero el dormitorio le había parecido bastante desnudo para el gabinete de soltero que él quería evocar. De modo que había añadido algunas cosas para que el efecto fuera erótico y sensual, sobre todo de noche. Porque cuando estaba en el dormitorio, Pedro no fingía ser otra persona de la que en realidad era: un hombre muy sensual.

Y teniendo eso en cuenta, le extrañaba mucho lo que había hecho la noche anterior después de la fiesta. Para empezar, no entendía por qué no le había hecho el amor a Ailén cuando la había llevado a casa. Ella había estado provocándole toda la noche, algo que normalmente a él le encantaba. Y sabía que en cualquier otra ocasión la habría empujado y le habría hecho el amor allí mismo. En lugar de eso, sus labios voraces le habían repelido, y le había puesto la excusa de que le dolía la cabeza. ¡Que le dolía la cabeza, por amor de Dios! Ailén se había quedado sorprendida, pero también se había mostrado comprensiva.

—Mañana por la noche no te librarás tan fácilmente —le había dicho cuando él iba hacia el coche.

Pedro no se había ido derecho a casa; había empezado a dar vueltas por la ciudad, analizando por qué no se había ido con Ailén a la cama. Esa noche había tenido varios sueños eróticos. En el último tenía a Paula entre sus brazos y la estaba besando tal y como había querido el día antes. Se había despertado del sueño muy excitado. Cuando Felisa lo había enviado a despertarla esa mañana, se había quedado mirándola más rato del necesario mientras dormía. Y poco después, cuando ella había bajado a desayunar con ese camisón tan sexy, le había consumido un deseo tan intenso que le había costado mucho controlarse.

El regalo de Paula le había atormentado aún más, pues había avivado en él la posibilidad de que, a pesar de su nuevo novio, en secreto Paula siguiera deseándolo a él. Sin embargo, cuando ella le había dejado claro que su regalo tan sólo era por gratitud, le había bajado de la nube a la cruda realidad.

Paula había superado totalmente su enamoramiento de colegiala hacia él. Había perdido la oportunidad con ella, si acaso la había tenido alguna vez. Era eso lo que más le fastidiaba.

—Debería alegrarme de que se le haya pasado —murmuró mientras se quitaba la camiseta de camino al cuarto de baño—. Tengo que concentrarme en comportarme bien el resto del día.

Pedro se quitó los pantalones antes de abrir la ducha.
—Nada de comentarios sarcásticos —se reprendió en voz alta mientras se metía bajo el chorro de agua fría—. Nada de decirle a Damián que le he comprado unos pendientes de treinta mil dólares. ¡Ah, y se ponga lo que se ponga, nada de mirar!

jueves, 23 de junio de 2016

Un Amor Imposible: Capítulo 16

Si no podía suscitar su interés sexual, entonces se conformaría con su afecto. Era mejor que nada. Durante un tiempo, en los últimos años, había empezado a pensar que él ya no la quería. Pero estaba claro que se había equivocado. A lo mejor cuando ella madurara un poco y se le pasara la tonta obsesión que llevaba atormentándola tanto tiempo, podrían volver a ser amigos.

—Te toca a tí —dijo Pedro—. Juan, pásame esa caja con el lazo rojo, por favor. Sí, esa.

Pedro le dió la caja a Paula con una sonrisa en los labios.

—Siento que no sea lo que pediste.

—Ah, te refieres al coche. Ya sabes que era una broma.

Dentro de la caja había un coche amarillo que era como el modelo que ella le había mencionado a Pedro. No era una miniatura, sino un poco más grande, y muy bonito.

—Miren lo que me ha comprado el muy sinvergüenza —dijo riéndose.

A Juan le pareció una belleza.

—Si abres la puerta del conductor, a lo mejor encuentras algo más útil para una futura heredera.

Paula hizo lo que le decía y sacó un pequeño estuche rectangular de terciopelo rojo oscuro. Sabía antes de abrirlo que contenía una joya... ¿pero el qué? Cuando abrió el estuche se quedó sin aliento.

—¡Ay, Dios mío! —exclamó con un gemido entrecortado antes de mirar a Pedro con los ojos muy abiertos—. ¡No me digas que son diamantes de verdad!

—Por supuesto que son diamantes de verdad —dijo Felisa mientras se acercaba a ver el regalo de Paula.

—¿No te gustan? —le preguntó Pedro un poco tenso—. Si quieres cambiarlos, tengo la factura guardada.

—Sobre mi cadáver —respondió Paula cerrando el estuche y abrazándolo contra su pecho.

Pedro  sonrió.

—Sé que tienes las joyas de tu madre, pero lo que le queda bien a una mujer no tiene por qué quedarle bien a otra. Estos me parecieron más propios para tí.

Paula abrió de nuevo el estuche y sacó los pendientes para mirarlos mejor. Cada pendiente estaba formado por un diamante grande del que colgaban dos diamantes más pequeños en forma de gota.

—¿Crees que soy una chica a la que le gustan las joyas llamativas?

—Los diamantes no son llamativos, sino elegantes. Y nunca se pasan de moda. Puedes ponértelos con cualquier ropa.

—Entonces me los pondré hoy —decidió de inmediato—, para la comida de Navidad. Y se aseguraría de que Ailén se enterara de quién se los había regalado, pensó con una malicia muy poco característica de ella.

—Sí, póntelos —dijo él con un brillo extraño en la mirada.

Paula deseó poder adivinar lo que él estaba pensando; pero si él no quería, no delataba nada.

—Quiero ver mi regalo de Pepe —dijo Felisa—. ¿Ah, también me va a regalar unos diamantes? —añadió cuando Juan le pasó una caja envuelta en un bonito papel de regalo, casi tan pequeña como la de Paula.

—Lo siento —respondió Pepe—. Pensé que los zafiros harían juego con tus bonitos ojos azules.

—Ah, venga, tonto —dijo Felisa muerta de risa.

Pedro le había comprado un maravilloso reloj con zafiros incrustados. El regalo de Juan también fue un reloj; un caro reloj de oro, y ambos estaban encantados.

Era la primera vez que Paula veía a Pedro gastarse tanto dinero en regalos de Navidad. Con alivio pensó que, si se había gastado tanto dinero, sería porque no andaba tan mal.

A Felisa y a Juan parecieron gustarle los regalos que les había comprado Paula.

Felisa estaba felíz con un frasco su perfume favorito y un libro de cocina de menús sanos. A Juan era muy difícil hacerle un regalo, pero la botella de oporto añejo y el vaso de cristal con su nombre grabado le gustaron mucho.

Por su parte, Felisa y Juan le regalaron a Paula un precioso marco de fotos y una femenina agenda del año que estaba a punto de empezar. En cada página había dibujos de flores aparte de una reflexión especial para cada día. Pedro se convirtió en el orgulloso dueño de una billetera de piel y de una estilosa corbata de seda dorada.

—Para las pocas ocasiones en las que te ves obligado a llevar corbata —le dijo Felisa.

Pedro estaba muy guapo de traje, pero lo cierto era que detestaba vestirse de traje y corbata y prefería la ropa informal.

—De acuerdo, chicos —Pedro se puso de pie bruscamente—. Es hora de quitar todos estos papeles y de ponernos manos a la obra. Juan, voy a necesitar tu ayuda para prepararlo todo fuera. Felisa, no te pongas a hacerlo todo como sueles hacer. Los del catering tienen que venir a las diez. Lo único que les hace falta es que la cocina esté limpia. Van a traerlo todo, incluida vajilla, cubiertos y cristalería; aunque el vino no. Yo me encargué de comprarlo la semana pasada y lo metí en la bodega. Juan, tenemos que subirlo también. Voy a guardar mis regalos y te veo en cinco minutos en la terraza. Los invitados llegarán a partir del mediodía, así que, Paula, tienes tiempo de sobra para vestirte y estar aquí abajo a las doce menos cinco, lista para ayudarme a recibir a la gente cuando llegue.

—¿Cuántos vienen este año? —le preguntó ella.

—Si se presentan todos, veinte. Y con nosotros, veinticuatro. ¿De acuerdo?

—De acuerdo.

Todos se levantaron para hacer cada uno lo que tuviera que hacer, Paula con el pulso acelerado sólo de pensar en lo que le depararía el día. Tal vez la idea de invitar a Damián hubiera sido algo tonta, pero a medida que se acercaba el momento se dió cuenta de que prefería que él estuviera allí a tener que ir sola a la comida de Navidad. Por lo menos, él evitaría que se comiera todo lo que le pillara a mano. Se sentiría más segura de todo si Damián no fuera gay; y también si hubiera conocido ya a Ailén. Lo desconocido la ponía nerviosa; y no quería estar nerviosa. Quería bajar al mediodía al salón con un aire tranquilo y sofisticado; quería que Pedro  la mirara y pensara que era la mujer más deseable que había visto en su vida.

Un Amor Imposible: Capítulo 15

Se sentó al lado de Felisa, justo en frente de Pedro.

—Creo que no he oído el despertador —añadió mientras juntaba las piernas y se colocaba la bata correctamente para taparse los muslos todo lo posible.

—No pasa nada, cariño —la tranquilizó Felisa—. ¿Quieres un poco de café? —le ofreció, inclinándose hacia delante para servirle.

—Sí, por favor —Paula ignoró a Pedro, que no había dejado de mirarla, tomó un cruasán de un plato y empezó a untarle mantequilla—. ¿Han desayunado todos ya?

—Juan y yo sí —dijo Felisa—. Pero Pepe no; dice que no tiene hambre. Yo creo que tiene resaca.

—No tengo resaca —protestó Pedro—. Me siento bien, pero no quiero desayunar para que no se me quiten las ganas de comer. De todos modos quiero otro café, Felisa —le dijo mientras le pasaba la taza—. Con leche y azúcar, por favor. Así aguantaré un par de horas más.

—¿Te lo pasaste bien anoche en la fiesta? —le preguntó Paula antes de percatarse de lo que estaba diciendo.

Pedro dió un sorbo de café antes de responder.

—Fue una fiesta muy típica. La verdad es que de momento estoy cansado y aburrido de fiestas. Esa es una de las razones por las que voy a ir a Happy Island, para relajarme y no hacer nada unos días.

—Podrías no hacer nada de nada aquí —señaló Paula, que detestaba que se marchara.

—Aquí no puedo hacer eso —respondió Pedro mientras la miraba por encima del borde de la taza—. La gente no me deja.

Así podría pasar más tiempo a solas con su novia. Paula se los imaginó bañándose desnudos en la piscina de Happy Island, haciendo el amor en el agua y en todas partes de la sin duda lujosa casa.

—Creo que deberíamos empezar a dar los regalos —sugirió en ese momento Felisa—. Juan, ¿por qué no haces de Santa Claus este año? ¿Te parece bien, Paula?

—Claro.

Paula necesitaba el consuelo que le ofrecía el delicioso cruasán; necesitaba combatir la consternación que la abatía en ese momento. Qué decepción, pensaba Paula mientras se terminaba el primer cruasán en un abrir y cerrar de ojos y tomaba otro. Pedro nunca sería suyo; ni en la cama, ni en ningún otro sitio.

Felisa le tocó el brazo con suavidad, impidiendo así que empezara con segundo cruasán.

—Eso puede esperar hasta después de abrir los regalos —sugirió en tono bajo— Ve a por uno de los regalos de Pepe primero, Juan, para que Paula pueda tomarse el café tranquilamente.

—Gracias, Felisa —susurró Paula mientras dejaba el bollo en el plato.

Juan escogió una caja pequeña envuelta en papel dorado.

—Ése es de mi parte —dijo Paula fingiendo alegría cuando Juan se lo dió a Pedro.

En lugar de sentir emoción porque Pedro iba a abrir el regalo, sólo sentía inquietud por su posible reacción. Sabía que le gustaría, pero no quería que sacara ninguna conclusión equivocada. Detestaría que él adivinara lo que en secreto sentía por él; detestaría la humillación que acompañaría tal descubrimiento.

Pedro dejó el café sobre la mesa y rasgó el envoltorio.

—¿No es perfume este año?

—No —respondió ella.

Frunció el ceño mientras le daba la vuelta a la caja y dejaba caer el regalo envuelto en papel sobre la palma de su mano.

—No tengo ni idea de lo que es —dijo él con curiosidad mientras retiraba el papel.

Paula contuvo la respiración; pero la expresión de delicia de Pedro no se hizo esperar.

—Yo... espero que te guste —Paula se puso colorada.

—¿Qué es? —preguntó Felisa antes de que Pedro pudiera responder—. Enséñamelo.

Pedro dejó la bolsita de cuero rojo sobre la mesa para que la vieran los demás.

—No sé qué decir, Paula—dijo Pedro con admiración.

—Mira, Juan, es una bolsa de golf en miniatura con dos preciosos y diminutos palos de golf.

Juan se inclinó hacia delante para mirarlos mejor.

—Parecen caros.

—Sí —concedió Pedro—. No deberías haberte gastado tanto dinero en mí, Paula.

—Bah, no ha sido tan caro para una futura heredera —respondió airadamente—. Pensé que te merecías algo especial por haberme aguantado todos estos años. Esos palos de golf son de plata auténtica, ¿sabes?; de plata inglesa. Tienen la marca.

—¿De dónde los has sacado? —le preguntó Pedro.

—Los compré en eBay. Tienen cosas que uno no encuentra en las tiendas.

—Es un detalle exquisito —le dijo mientras lo examinaba de nuevo—. Siempre lo cuidaré.

Paula estaba rebosante de alegría. Su regalo le había encantado, y en su reacción ella  había visto que Pedro la apreciaba de verdad, había percibido su afecto.

Un Amor Imposible: Capítulo 14

Paula se despertó cuando alguien la zarandeó por los hombros. Abrió los ojos como platos y se le aceleré el pulso al ver la cara de Pedro.

—¿Qué pasa? —preguntó extrañada.

Cuando él se puso derecho, vio que ya estaba vestido con vaqueros y camiseta.

—No pasa nada —respondió él.

¿Entonces qué hacía allí en su cuarto tan temprano?

—Me ha enviado Felisa para que te despierte —continuó Pedro con cierta exasperación.

—¿Para qué? —preguntó Paula algo confusa.

—Para desayunar e intercambiar los regalos.

Paula se sorprendió.

—¿Tan temprano?

—Los hombres con las mesas y los toldos llegarán a las nueve, y son las ocho.

—¡Las ocho!

Paula había puesto el despertadora las seis para arreglarse y estar perfecta con sus vaqueros y su nuevo top verde, lista para abrir los regalos.

—Creo que no he oído el despertador —protestó.

O a lo mejor se había quedado dormida y no lo había puesto bien. Se había quedado despierta hasta bien tarde preparando todo lo que había podido para estar preparada para el día de Navidad.

—Levántate y baja —le dijo Pedro con impaciencia antes de darse la vuelta y salir del dormitorio.

Hasta que Pedro no salió Paula no se dió cuenta de que no le había deseado felíz Navidad. Claro que él tampoco le había dicho nada. Pedro le había parecido cansado e irritable; seguramente no habría dormido mucho. La noche anterior no le había oído entrar, señal de que había regresado muy tarde. Seguramente habría ido a casa de Ailén después de la fiesta y...

Paula se levantó de la cama de un salto y entró corriendo al baño. «Día D, hora H», pensaba con un revoloteo en el estómago. Menos mal que no tenía casi tiempo para arreglarse, así su transformación más tarde sería más impresionante y dramática. Sin embargo tampoco quería bajar hecha un adefesio. No había tiempo para hacerse ningún peinado, así que se cepilló el cabello y se lo recogió en un moño. No había tiempo de maquillarse.

Menos mal que el camisón que llevaba era muy bonito; corto, de seda color lila y a juego con una bata también corta. Se dijo que no tenía zapatillas de estar en casa, ya que nunca las usaba; pero tampoco podía ponerse otra cosa, de modo que decidió bajar descalza. No sería la primera vez que bajaba a desayunar el día de Navidad descalza y en camisón, aunque aquel era un poco más corto que los que usaba habitualmente. Tendría que tener cuidado cuando se sentara. Por lo menos tenía las piernas bonitas y suaves, ya que la semana anterior había ido a un salón de belleza para depilarse. Se sentía un poco rara sin braguitas, pero lo cierto era que no había tiempo de retrasarse más. Además, nadie se daría cuenta.

Paula aspiró hondo y solo el aire despacio antes de bajar las escaleras. El árbol de Navidad siempre se colocaba en un extremo del gran salón, donde había dos sofás de cuero marrón, uno enfrente del otro, y una pesada mesa de madera entre los sofás. Todo estaba preparado cuando Sarah entró en el salón. Como iba descalza, no hizo ruido al entrar, de modo que aprovechó para ver dónde se podría sentar.

Felisa y Juan estaban sentados en el sofá que estaba colocado de frente a la terraza, y Pedro en el centro del otro sofá, tomando un café. No quería sentarse a su lado después de lo que había pasado el día anterior; sobre todo porque no llevaba braguitas. Cuando estaba cerca de Pedro, su cuerpo y su mente se trastornaban.

Aunque Paula se arreglaría para la comida de Navidad y fingiría que Damián era su novio, no tenía esperanza alguna de atraer a Pedro. Había llegado a la desalentadora conclusión de que después de la muerte de su padre, Pedro la había clasificado como «responsabilidad legal», aniquilando de ese modo cualquier posibilidad de una relación personal entre ellos.

En ese momento Pedro se volvió hacia ella y la miró de arriba abajo con rapidez.

A lo mejor se lo había imaginado, pero le pareció que Pedro se fijaba en sus pechos un momento más de lo estrictamente necesario.

Fuera como fuera, Paula sintió un cosquilleo por todo el cuerpo y la sensación de que los pezones se le endurecían bajo la tela del camisón. Sin duda debía de estar imaginándoselo; igual que el día anterior se había imaginado que él había estado a punto de besarla.

Pues claro que se lo estaba imaginando. Pedro sólo la miraba como cualquier hombre miraría a una joven bonita en camisón. Él siempre la había mirado, sólo que no como le habría gustado a ella.

—¡Feliz Navidad a todos! —canturreó Paula, que no pensaba permitir que sus sentimientos hacia Pedro estropearan el momento.

Felisa y Juan se volvieron y sonrieron.

—Feliz Navidad, cariño —dijo Felisa—. Vamos, ven aquí y siéntate a mi lado.

—Siento haberlos hecho esperar.

Un Amor Imposible: Capítulo 13

—Me alegro de que Damián venga mañana —murmuró en voz baja.

—Hablar sola no está bien, cariño.

Paula se dió la vuelta y sonrió a Felisa.

—Muchas de las mejores conversaciones las mantengo conmigo misma.

—Mejor entonces que con el paño de cocina con el que solías hablar cuando eras pequeña, supongo.

Paula miró a Felisa con asombro.

—¿Entonces lo sabías?

—No hay muchas cosas de las que yo no me entere, cariño. ¿Era como tu otro yo, o como un amigo especial?

—Como un amigo especial —respondió ella.

—¿Por casualidad no se llamaría Pedro?

Paula se puso colorada.

—Como ya te he dicho, cariño, a mí no se me escapa una —dijo mientras iba a encender el árbol—. Vaya, qué árbol tan precioso.

—Juan ha traído un árbol muy bonito este año.

—Desde luego. Me ha parecido oír a Pedro entrar hace un rato...

—Sí. Ha venido a casa a cambiarse. La fiesta es de etiqueta.

—No me sorprende. Ailén es una persona arribista como pocas.

Paula sacudió la cabeza.

—Suena horrible. ¿Qué demonios ve Pedro en ella?

—¿Qué ve Pedro en ninguna de sus novias? Supongo que no le importa mucho la personalidad que tengan si son bellas y en la cama hacen lo que él quiera. Al final, no se queda con ninguna.

—¡Felisa! Nunca te he oído hablar así de Pedro.

Felisa se encogió de hombros.

—Será porque me estoy haciendo mayor. Cuando te haces mayor dices cosas que antes no te atrevías a decir. No me interpretes mal. Quiero mucho a Pepe, pero con las mujeres no se porta bien. Nunca se te habrá insinuado, ¿verdad Paula?

—¿Qué? ¿A mí? ¡Qué va! ¡Nunca!

—Menos mal, porque con lo enamorada que estás de él. A lo mejor lo parece; pero si él intentara seducirte, seguramente suscitaría de nuevo tu interés.

Felisa jamás había dicho una verdad más grande.

—¿Por qué se iba a molestar cuando se lleva a la cama a mujeres como Ailén?

Felisa arrugó la naríz.

—Sospecho que los días de madame Ailén están tocando a su fin. Yo, en tu lugar, tendría cuidado cuando bajara las escaleras mañana con uno de esos vestidos nuevos tan sexys que te has comprado.

Paula se quedó boquiabierta.

—¿Cómo sabes nada de esos vestidos?

—No podía quedarme toda la tarde sin hacer nada, así que te deshice la maleta. ¿Cuál te vas a poner mañana? ¡Seguro que el rojo y blanco!

—¡Felisa, eres una vieja entrometida!

Felisa permaneció impasible ante aquella acusación.

—¿Cómo crees que me entero de todo lo que pasa? También te he colocado esas bonitas felicitaciones navideñas que te han regalado tus alumnos sobre la coqueta. Y como no quedaba sitio para nada más, he dejado todo el maquillaje, los perfumes y los cosméticos nuevos en el armario del cuarto de baño.

Paula no sabía si mostrarse agradecida o si sentirse molesta.

—¿Y te parece bien todo?

—Digamos que en materia de belleza harás sudar tinta a Ailén.

—Espero que sí.

—¿Y quién sabe? A lo mejor tu Damián te mira y decide llevar la amistad un paso más allá.

—No sé por qué, pero creo que eso no va a ocurrir.

—Nunca se sabe, cariño. Nunca se sabe.

—Ya se me ha pasado.

martes, 21 de junio de 2016

Un Amor Imposible: Capítulo 12

palabras de Felisa. Ella también le había advertido a Damián que pasaría un mal rato; pero él había insistido en ir a estar con ella. Parecía como si la idea de hacer de novio suyo le pareciera un emocionante desafío. Pero a Paula empezaba a aterrorizarle todo aquel tinglado. ¿Y si Nick de alguna manera descubría que Damián era gay? ¿O que su relación era un timo? ¿Cómo iba a explicar ella aquel engaño tan ridículo? Sólo para salvaguardar su orgullo no hacía falta pasar vergüenza delante de él; y delante de Ailén... Aunque no la conocía aún, ya le caía mal.

Pedro había implicado antes que Ailén no era tan delgada como las novias anteriores. ¿Sería también rubia? Tendría que pedirle una descripción más detallada a Felisa.

Paula terminó de decorar el árbol, salvo por la estrella que iba en la punta. Se fijó en el reloj y vió que eran más de las seis, un poco tarde para merendar. Había comido mucho flan y no había almorzado, así que tenía bastante hambre.

Pero la estrella del árbol de Navidad era lo primero, así que se subió a la escalera una vez más y se puso de puntillas para conseguir llegar a aquel punto deseado.

—Qué árbol tan bonito.

Paula pegó un respingo al oír la voz inesperada de Pedro. Las patas traseras de la escalera se levantaron del suelo, y notó que se precipitaba hacia delante. No entendió cómo Pedro pudo sujetarla, pero cuando estaba a punto de caerse encima del árbol, la escalera volvió a ponerse derecha y cayó directamente en brazos de Pedro.

—¡Ay, Dios mío! —gimió Paula, moviendo los brazos mientras Pedro le abrazaba la espalda con fuerza y la estrechaba contra su cuerpo.

—No te ha pasado nada, tranquila —le dijo él.

—¡Me has dado un susto de muerte! —exclamó Paula mientras por fin le echaba los brazos al cuello.

—Lo siento. No ha sido mi intención.

Paula abrió la boca para decir algo más, cualquier cosa que la ayudara a calmar la emoción que había sentido al estar entre los brazos de Pedro. Con él tan cerca no podía pensar, y menos si la miraba de esa manera con aquellos ojos negros tan ardientes.

Pedro le miró los labios unos instantes, aunque el tiempo pareció ralentizarse, acompañado de los ensordecedores latidos de su corazón. Sarah ladeó la cabeza con gesto provocativo. ¡Estaba segura de que Pedro iba a besarla!

Se sorprendió al ver que él la dejaba en el suelo. Abrió los ojos y vió que Pedro la miraba con preocupación.

—Tranquila —dijo él.

Paula tuvo ganas de chillar. Estaba tan desesperada por aquel hombre que se había inventado una pasión que no existía. Al menos por parte de él.

—Estoy bien, gracias —dijo ella en tono seco.

Su orgullo le pedía calma, recuperar la compostura.

—De momento pensé que te ibas a desmayar.

—¿Desmayarme? ¿Y por qué iba a desmayarme?

—Le pasa a algunas chicas después de un shock.

—Estoy bien —repitió ella.

—En ese caso, ¿por qué no me das las gracias por haberte salvado de una mala caída?

—Una caída que has provocado tú —señaló ella—. ¿Y qué estás haciendo en casa, de todos modos? Pensaba que te ibas a las siete a una fiesta. Son más de las seis.

—Ailén se olvidó de decirme que había que ir de etiqueta; y he venido a cambiarme.

A Pedro le quedaba muy bien el esmoquin; y Paula sintió celos sólo de imaginarse a la tal Ailén del brazo de Pedro esa noche.

—Me sorprende que tú no salgas esta noche —dijo Pedro.

—¿Cómo? Ah, sí, bueno... Damián quería llevarme por ahí, pero le dije que estaría muy ocupada preparando el árbol y los regalos.

Paula notó que vacilaba y tartamudeaba. ¿Por qué tenía que pensar en Pedro con Ailén?

—Deberías hacer lo que hago yo —dijo Pedro—. Comprar regalos en tiendas que te lo envuelven gratis.

Y en tiendas donde alguna dependienta a quien le hicieran los ojos chiribitas lo hiciera todo por él, pensaba Paula con pesar.

—Será mejor que me marche —continuó diciendo Pedro—. Te veo mañana para abrir los regalos. Y antes de que me lo preguntes, te diré que no, que Ailén no va a estar; así que no tendrás que enfurruñarte.

—Yo no me enfurruño nunca —soltó Sarah.

—Pues claro que lo haces, señorita. Aunque tengo que estar de acuerdo contigo en una cosa, y es que algunas de mis novias no han sido demasiado agradables contigo. Pero eso es porque todas están celosas.

—¿De mí? —Paula no podría haber estado más sorprendida.

Pedro sonrió con pesar.

—¿Te gustaría descubrir que tu Damián vive con una atractiva pupila? Ahora debo irme —dijo bruscamente, antes darse la vuelta y marcharse.

—Aún no hemos mantenido esa conversación —le dijo subiendo la voz para que él la oyera.

Él dejó de caminar y se volvió a mirarla con gesto impaciente.

—Ya me he dado cuenta. Tendrá que esperar hasta después de la comida de Navidad.

—¿Pero entonces no estará aquí Ailén?

Pedro había dicho esa mañana que tendría una persona invitada en casa entre Navidad y Año Nuevo. ¿Quién si no su novia de turno?

—Ailén y yo no tenemos por qué pasar todo el día juntos —dijo con significativamente—. Te veré mañana, Paula.

Paula se entristeció al oírle subir las escaleras a toda prisa, como si estuviera deseando salir para encontrarse con su novia.

Un Amor Imposible: Capítulo 11

—Hola —dijo Pedro en aquel tono que reservaba para sus novias—. Sí, me encantaría, Ailén. De acuerdo. Te recojo esta tarde sobre las siete. Adiós —colgó y se bajó del taburete—. Lo siento, chicas; cambio de planes. Ailén ha recibido una invitación de última hora para una fiesta que se celebra hoy en casa de algún ricachón, así que tengo que irme corriendo a comprar los regalos. Tendremos que dejar nuestra conversación hasta que vuelva, Paula.

—Está bien —respondió Paula como si no le importara.

Pero le importaba mucho; y no tanto la conversación pendiente, sino que saliera esa tarde, y luego esa noche con Ailén. Resultaba ridículo aceptar de él las migajas, pero así era.

—No se te olvide que quiero un coche nuevo —le dijo Paula en voz alta mientras salía—. Amarillo.

Pedro se paró y se volvió a mirarla.

—¿Alguna marca en especial?

Ella nombró una de las primeras marcas del momento.

—Pues claro.

—¿Algo más? —añadió Pedro.

Cuando él la miró con aquella sonrisa y esa expresión divertida, Paula se sintió más aliviada. Aquel vínculo especial que compartían seguía allí; porque ellos se conocían.

Ailén no conocía a Pedro; no al verdadero Pedro. Sin duda sólo conocía al hombre que había aparecido en la portada del diario de economía el año anterior.

—Veré lo que puedo hacer —dijo Pedro—. Adiós, chicas.

—Adiós —canturreó Paula.

Sonrió para disimular la sensación de que volvía a hundirse en la miseria. Su breve momento de feliz intimidad se desvanecía con la salida de Pedro de esa noche.

—No seguirás sintiendo algo por Pedro, ¿verdad, cariño?

El tono suave de la inesperada pregunta de Felisa estuvo a punto de hacerle perder la compostura. Paula tragó saliva con dificultad y se puso derecha y adoptó una expresión lo más creíble posible.

-No, claro que no.

—Menos mal. Porque sería un error. Ninguna mujer tiene futuro con un hombre como Pedro.

Paula soltó una risita seca.

—¿Acaso no te das cuenta de que lo sé demás, Felisa?

—Este chico, Damián... ¿Van en serio?

Paula tardó demasiado en contestar.

—Lo sabía —continuó Felisa—. De haber sido novios, me lo habrías contado antes.

—No se lo digas a Pedro —soltó ella. Felisa entrecerró los ojos.

—¿Este Damián es un novio de verdad o no? —le preguntó Felisa entrecerrando los ojos.

—Bueno… él, sólo es un amigo.

Felisa la miró con interés.

—¿A qué estás jugando?

Paula suspiró.
—A nada malo. Sólo quería traer a alguien a la comida de Navidad, y Damián se ofreció voluntario. Estoy harta de que las novias de Pedro me miren siempre por encima del hombro.

—Así que se trata de tu orgullo femenino, ¿no?

—Sí. Eso es exactamente lo que es.

—Sabes que Pedro le va a hacer la vida imposible al pobre Damián , ¿no? —dijo Felisa.

—Sí, ya le he preparado.

Felisa hizo una mueca.

—Eso espero. Porque Pedro se toma su trabajo de tutor muy en serio, cariño.

—Damián podrá con él, tiene personalidad.

—Ninguno de tus otros novios pudo.

—Damián no es un novio de verdad.

—Sí, pero va a fingir que lo es.

—Es verdad.

Felisa suspiró.

—Le deseo buena suerte, eso es todo lo que puedo decir.

Un Amor Imposible: Capítulo 10

—¿Eso crees que has estado haciendo, Pedro? —respondió ella—. Cuando papá vivía, la comida de Navidad era una reunión de amigos de verdad, no una colección de conocidos de trabajo.

—Me parece que te equivocas en eso, Paula. La mayoría de los llamados amigos de tu padre eran contactos de negocios.

Pedro tenía razón, por supuesto. Pero la gente había querido a su padre por la persona que era, no sólo por lo que pudieran sacarle. Al menos, ella quería pensar eso. Su padre había sido un hombre amable y generoso, aunque como padre no hubiera sido el mejor. En los años que había estado en el internado, a menudo su padre había buscado cualquier excusa para no ir a las funciones del colegio, todas ellas relacionadas con el trabajo. Después, cuando volvía a casa de vacaciones, solían dejarla sola.

Para ser totalmente sinceros, la situación no había sido mejor cuando su madre había vivido. Alejandra Schulz había sido una mujer dedicada enteramente a su profesión y en absoluto preparada para hacer los sacrificios que implicaba una maternidad inesperada a los cuarenta.

Paula había sido criada por una sucesión de niñeras impersonales hasta que había ido al jardín de infancia; y a partir de entonces Felisa se había hecho cargo de su cuidado antes y después del colegio. Pero Felisa, aunque era una persona cariñosa y charlatana, había estado siempre muy ocupada con las tareas domésticas y la organización de la casa como para hacer algo más aparte de alimentar a Paula y asegurarse de que hacía los deberes. Nadie había pasado tiempo con ella, ni jugado con ella, hasta que había llegado Pedro.

Volvió la cabeza para mirarlo, sintiendo de pronto tristeza. Ay, cuánto le habría gustado que él siguiera siendo su chófer, y ella una niña para poder quererlo sin reservas. Sintió ganas de llorar en el mismo momento en que Pedro se volvió a mirarla. Ella bajó la vista para disimular, pero antes de hacerlo vio el pesar en su mirada.

—Lo siento —murmuró él—. No ha sido mi intención faltarle el respeto a tu padre, que era un hombre muy bueno y generoso. ¿Sabías que cada Navidad hacía enormes donaciones a distintas instituciones benéficas de Sidney para las personas sin hogar? Gracias a él, siempre celebraban una comida de Navidad decente. Y nadie, en especial los niños, se quedaba sin un regalo.

Pedro frunció el ceño.

—Eso no lo sabía.

Sabía lo de su trabajo con los jóvenes presos, y que había dado mucho dinero para la lucha contra el cáncer; pero nunca había mencionado las donaciones de Navidad.

—Espero que su patrimonio siga dedicándose a esa tradición, Pedro. ¿Tú sabes si continúa haciéndose?

—Como no quedó especificado en su testamento, yo lo hago en nombre suyo todos los años.

—¿Tú?

—No te sorprendas tanto. Soy capaz de tener gestos generosos, ¿sabes? No soy tan egoísta.

—Yo nunca he dicho que lo fueras.

—Pero lo piensas. Y, en general, no te equivocarías.

—No seas tan modesto, Pepe—comentó Felisa—. Deberías ver la tele de plasma tan enorme que Pepe nos compró a Juan y a mí hace unas semanas; y sólo lo hizo porque pensó que nos gustaría. Juan está en el séptimo cielo viendo críquet y tenis todo el día.

—No esperen un regalo caro esta Navidad, porque ahora mismo estoy sin un centavo.

—Oh, vamos —dijo Felisa riéndose.

—No te rías. He hecho ya dos películas este año, y estoy muy preocupado por la que se va a estrenar en Año Nuevo. Según un test de audiencia, el final es muy triste. El director, aunque de mala gana, quiso filmar un final felíz, pero al final he decidido dejar el primer final. Si esta fracasa, tal vez tenga que pedirle un préstamo a Paula.

La noticia sorprendió a Paula. Sabía mejor que nadie que por orgullo Pedro no soportaría ser pobre de nuevo.

—En febrero, podré darte todo lo que necesites. Y no será un préstamo.

—¿Dios, qué voy a hacer con esta chica, Felisa? Espero que no le hayas hecho ninguna oferta similar a ese novio tuyo. Jamás le des dinero a un hombre, Paula — dijo Pedro en tono firme—. Sacarás lo peor de ellos.

Paula negó con la cabeza.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que Damián no quiere mi dinero?

—Lo hará cuando vea todo lo que tienes.

—No todos los hombres van detrás del dinero, Pedro. Ahora, si no te importa, no quiero hablar más de Damián. Sé que jamás podré convencerte de que un hombre me ama por mí misma y no por mi dinero, así que prefiero no intentarlo.

—Estoy de acuerdo con Paula —la secundó Felisa—. ¿Quieres otra porción de flan?

Paula agradeció que en ese momento sonara el móvil de Pedro, ya que la exasperaban sus incesantes preguntas sobre Damián. ¡Qué mal lo iba a pasar al día siguiente!

Un Amor Imposible: Capítulo 9

Cuando Felisa le puso delante un poco de flan en un cuenco, Paula no pudo negarse, aunque sí trató de tomárselo muy despacio. Pedro, por el contrario, engulló su parte en dos segundos y después tuvo el atrevimiento de servirse una segunda porción. Claro que él hacía pesas tres o cuatro veces por semana, y también nadaba bastante.

Aunque ya tenía treinta y seis años, no tenía ni un gramo de grasa en su cuerpo largo y esbelto; y aparte de ensanchar un poco por los hombros y el pecho, Pedro no había cambiado mucho desde que se habían conocido. Físicamente no había cambiado mucho, pero en otras cosas el cambio había sido notable. Pedro siempre se había adaptado a la empresa en la que estuviera, mostrándose a veces amable y encantador y otras adoptando un aire sofisticado y de saber hacer; ambos personajes muy alejados del joven introvertido y furibundo que había sido cuando había ido a vivir a Goldmine.

Paula recordó que con ella nunca se había enfadado, y cómo siempre había sido dulce, amable y generoso con su tiempo. Gracias a Pedro la vida de una niña solitaria había sido menos solitaria. ¡Y cuánto le quería por ello!

Paula prefería mucho más al Pedro de antaño que al que tenía sentado a su lado en ese momento. Al principio, cuando se había metido en el mundo de los negocios, ella había admirado su ambición. Pero el éxito había convertido a Pedro en un hombre que ansiaba la buena vida, alimentándose de placeres tan fugaces como superficiales. Aparte de la casa de verano de Happy Island, tenía un ático de lujo en Gold Coast y un chalé en las pistas de nieve del sur. Cuando no estaba trabajando para ganar más dinero, iba de un sitio a otro, siempre en compañía de su última conquista amorosa. Pero el amor no formaba parte de la vida de Pedro.

Su padre siempre había dicho lo orgulloso que había estado de Pedro; había alabado la ética profesional de su protegido, su intelecto y su vista para los negocios. Y Paula se daba cuenta de que, profesionalmente, había mucho de lo que estar orgulloso. Pero sin duda su padre, de haber vivido, se habría sentido decepcionado con el modo en que Pedro llevaba su vida personal. Había algo censurable en un hombre a quien las novias sólo le duraban seis meses y que presumía de que jamás se casaría con ninguna. Para ser sinceros nunca había presumido de su incapacidad para enamorarse; sólo se había limitado a afirmar que era así.

Paula tenía que reconocer que por lo menos Pedro era sincero en sus relaciones personales. Estaba segura de que nunca le contaba mentiras a sus novias, y que éstas siempre sabían desde el principio que su papel en la vida de Pedro era estrictamente sexual y definitivamente temporal.

—Me alegra ver que aún eres capaz de disfrutar de la comida.

El chistoso comentario de Pedro sacó a Paula de su ensimismamiento. Cuando vió que se había servido otra porción y se la había zampado sin darse cuenta, se puso un poco tensa.

—¿Quién podría resistirse al flan de Felisa? —le dijo tranquilamente para no delatarse—. Las próximas Navidades haremos una comida de Navidad más reducida, Felisa, y podrás cocinar lo que te apetezca.

—¿No vas a continuar con la tradición de tu padre? —le preguntó Pedro en tono de desafío.

sábado, 18 de junio de 2016

Un Amor Imposible: Capítulo 8

Felisa estaba en la cocina cortando el flan que había preparado esa mañana cuando entró Pedro con cara de pocos amigos.

—¿No es Paula la que ha venido? —preguntó ella.

—Sí. Ahora mismo baja; puedes poner la tetera.

Felisa se dió la vuelta para guardar el dulce en la nevera antes de encender la tetera eléctrica.

—Qué bien que esté en casa —dijo la mujer—. ¿Verdad?

Pedro frunció el ceño y se sentó en uno de los cuatro taburetes que había delante de la barra de mármol negro de la cocina americana.

—Yo no pienso lo mismo, Felisa.

—Vamos, Pedro, la has echado de menos, y lo sabes.

—Yo no sé nada de eso. Miguel hizo una locura cuando me nombró su tutor. Voy a respirar hondo cuando llegue el mes de febrero, eso te lo aseguro.

—Supongo que ha sido una responsabilidad enorme para tí—concedió Felisa—. Sobre todo teniendo en cuenta todo el dinero que va a heredar. ¿Qué te parece este nuevo novio de Paula? ¿Crees que está bien situado?

—Quién sabe.

—Me extraña que no haya dicho nada de él hasta ayer por la noche, ¿verdad?

—Yo he pensando lo mismo. Supongo que tendremos que esperar a ver.

—Sí supongo —respondió Felisa—. ¿Y cómo está ella?

—¿A qué te refieres?

—Anoche me dijo que ha estado haciendo ejercicio y que ha perdido peso. No me digas que no te has fijado.

—Sí, me he fijado.

—¿Y bien? —continuó Felisa, exasperada con la apatía de Pedro a la hora de comunicarse. A veces era igual que Juan. ¿Por qué a los hombres les costaba tanto hablar?

Pensó que sería estupendo tener de nuevo a Paula en casa; al menos tendría a alguien con quien charlar de vez en cuando.

—A mí me parecía que estaba bien antes.

—Típico de los hombres. Nunca quieren que las mujeres de su vida cambien... Ah, aquí llega la niña. Ven aquí, cariño, y dale un abrazo a la vieja Felisa.

A Paula se le encogió el corazón de emoción cuando Felisa la abrazó con tanto afecto. Hacía mucho tiempo que nadie la abrazaba así. Sin ir más lejos, Pedro no le había dado un abrazo esa mañana; ni siquiera un beso en la mejilla. Jamás la tocaba, salvo accidentalmente.

Levantó la vista y la fijó en el hombre que ocupaba sus pensamientos, pero él no la miraba a ella, sino el banco de madera con gesto contrariado. Seguramente deseando estar en el golf.

—Ay, Dios mío —dijo Felisa cuando finalmente soltó a Paula para mirarla—. Has perdido varios kilos, ¿verdad? Ahora podrás tomar un poco de tu postre favorito sin sentirte culpable —añadió antes de darse la vuelta para abrir el frigorífico—. Te lo he preparado esta mañana.

—No deberías haberlo hecho, Felisa —le reprochó Paula con suavidad.

—Tonterías. ¿Qué otra cosa voy a hacer? ¿Sabes que este año el catering va a servir toda la comida de Navidad? Pedro dice que es demasiado para mí. Lo único que se me permite preparar es un par de miserables postres. ¡Qué te parece!

La mujer volteó los ojos, y Paula se dijo que Felisa había envejecido bastante en ese último año. Tenía la cara más arrugada y el pelo totalmente blanco.

—No me quejo, Pedro—continuó Felisa—. Sé que me estoy haciendo mayor. Pero aún no soy totalmente inútil. Podría haber asado perfectamente una paletilla de cerdo y un pavo; y unas verduras para aquellos a los que no le guste la ensalada y el marisco. Pero bueno, basta de todo eso. Lo hecho, hecho está. Vamos, siéntate ahí al lado de Pedro, Paula, y cuéntanos algo de tu novio nuevo mientras les sirvo el té.

Paula ahogó un gemido de protesta e hizo lo que le decía la mujer; pero no se sentó al lado de Pedro, sino que dejó un taburete libre entre ellos.

—¿Qué quieres saber? —preguntó fingiendo naturalidad.

—Para empezar. ¿Cuántos años tiene?

Paula se dió cuenta de que no tenía ni idea.

—Treinta y cinco —aventuró.

Un año menos que Pedro.

Pedro se volvió a mirarla.

—¿Es guapo? —preguntó él.

—Mucho. Parece un galán de cine.

¿Estaría viendo visiones, o le había parecido ver una alteración en su mirada al decirle eso?

—¿Cuánto tiempo llevan juntos?

Paula decidió ceñirse a la verdad en la medida de lo posible.

—Nos conocimos poco después de las vacaciones de Pascua de este año. Contraté sus servicios como entrenador personal.

Pedro resopló disimuladamente, y Paula lo ignoró.

—¿Por qué no has dicho nada antes? —preguntó Felisa.

Paula se quedó helada. De nuevo, decidió ceñirse a la verdad.

—No hemos sido novios todo este tiempo —respondió—. Eso ha sido más recientemente. Una noche me invitó a tomar una copa después de la sesión de ejercicios; una cosa llevó a la otra y... Bueno, ¿qué puedo decir? Estoy muy felíz.

Paula sonrió, aunque se le había formado un nudo en la garganta de los nervios.

—Y también muy saludable —dijo Felisa con una sonrisa—. ¿No te parece, Pedro?

—Creo que le vendría bien tomarse un poco de tu flan.

A Paula le dió la risa.

—Resulta gracioso que digas eso. Todas tus novias siempre están esqueléticas.

—No todas. No conoces aún a Ailén, ¿verdad?

—Aún no he tenido el placer.

—Lo tendrás. Mañana.

—Qué agradable.

—Te gustará.

—Oh, lo dudo. Nunca me gusta ninguna de tus novias, Pedro. Igual que a tí no te gusta ninguno de mis novios. Ya se lo he advertido a Damián.

—¿Debería advertírselo yo a Ailén?

Paula se encogió de hombros.

—¿Para qué molestarte? No va a cambiar nada.

—¿Quieren dejar de discutir? —intervino Felisa—. Es Navidad, una época de paz y amor.

Paula estuvo a punto de comentar que Pedro no creía en el amor, pero se mordió la lengua. Meterse con Pedro no entraba dentro de su decisión de seguir adelante. Pero él ya la había molestado con sus comentarios de que estaba demasiado delgada.