—Hay cosas, sin embargo, que prefiero no hacer solo. Ya lo sabes.
El sugerente tono de su voz hizo que, como siempre, Sam enrojeciese.
—Una cosa es ser independiente y otra muy distinta portarse como un idiota.
Afortunadamente, él no sabía que sólo llevaba una combinación de seda blanca casi transparente y unos zapatos de tacón, pensó, mientras intentaba cerrar las cortinas.
—No.
—¿No qué?
—No cierres las cortinas. Deja que entre la luz de la luna. Nadie puede vernos desde fuera —dijo pedro.
«Y yo quiero ver la luna en tu cuerpo cuando te haga el amor», añadió, en silencio.
Pau arrugó el ceño.
—¿Cómo sabes que desde aquí se ve la luna?
—Tú lo has dicho antes.
—¿Lo he dicho?
—Sí, antes.
Pau se encogió de hombros. No recordaba haberlo dicho, pero quizá así era.
Pedro se acercó a la ventana con toda confianza. Era, pensaba Pau, como si a veces olvidase que era ciego.
Una ola de intensa tristeza la envolvió entonces. Sin duda él quería olvidarlo y era normal. A lo mejor tenía sueños. A lo mejor había mañanas en las que abría los ojos y alargaba la mano para encender la luz… sólo para darse cuenta un segundo después de que no había luz y nunca la habría.
De pie frente a la ventana era magnífico, con esa imponente figura, tan masculino… un dios de leyenda devuelto a la vida por la luz plateada de la luna.
—¿Te casaste conmigo a pesar de que era ciego o por ello?
Pau se dejó caer sobre la cama.
—¿Qué clase de pregunta es ésa?
—Una mujer casada con un ciego podría esconderle muchas cosas…
—Yo no te he escondido nada.
—¿Qué llevas puesto?
Pau miró hacia abajo y tragó saliva.
—Nada.
—Ah, excelente.
—Quería decir nada especial.
—Descríbelo —le ordenó Pedro—. Sé mis ojos como cuando compartiste conmigo la imagen de la ecografía.
Mejor no llevar nada, pensó ella, quitándose la combinación y dejándola caer al suelo con un suave susurro de seda. A la luz de la luna, era una pálida figura de redondeadas caderas, piernas delgadas y pechos pequeños pero absolutamente perfectos.
—Llevaba una combinación, pero me la he quitado.
Pedro siguió mirándola sin decir nada. Sus ojos estaban clavados en su cuerpo y, aunque sabía que no podía verla, de repente se sentía muy consciente de su desnudez.
En una ocasión se había preguntado si su falta de inhibiciones con Pedro tenía que ver con el hecho de que no pudiese verla, pero había decidido que disfrutaba de su cuerpo por la sencilla razón de que Pedro lo disfrutaba también.
—¿Crees que se acerca otra tormenta? Noto algo en el aire.
—Se llama tensión sexual, cara. Y es lo más lógico durante una noche de boda.
—¡Ten cuidado! Vas a… —las palabras se quedaron en su garganta cuando él la tomó entre sus brazos—. Iba a decir «vas a tropezar», pero nunca tropiezas.
La fortuna debía de estar de su lado ya que había varios obstáculos en su camino.
—Dio mio, eres tan preciosa.
—Si no tienes cuidado, un día vas a hacerte daño —susurró Pau.
—Nada podría hacerme tanto daño como no estar dentro de ti ahora mismo.
Ella levantó la barbilla y lo miró con los ojos entrecerrados.
—Ahora mismo me parece bien.
Dejando escapar un gemido ronco. Pedro la tiró suavemente sobre la cama y se colocó sobre su esposa.
Poco después del amanecer. Pedro miró el rostro dormido de Pau. Estaba tumbada de lado, con las mejillas un poco enrojecidas y los pechos, del tamaño perfecto, subiendo y bajando suavemente con cada respiración.
Debería habérselo dicho, pensaba. Había habido varias ocasiones durante la noche en las que estuvo a punto de confesarle la verdad, pero se había contenido para no estropear el momento. Porque estaba seguro de que cuando Paula se enterase iba a enfadarse mucho con él.
Mmmmmmmmmmmmm, me parece que se va a armar gorda cuando Pau sepa que Pedro ya no está ciego.
ResponderEliminarMuy buenos capítulos! Pedro va contando sus verdades de a poco!
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