Él negó con la cabeza.
— Esta noche te quedas aquí.
— No es necesario —replicó ella, aunque se echó de nuevo sobre los cojines—. Soy muy capaz de cuidar de mí misma.
— Pero apenas puedes andar y mucho menos conducir. Además, ¿y si los huevos de cocodrilo te producen una mala reacción?
—La única mala reacción que voy a tener es dolor de espalda si duermo aquí esta noche.
— Puedes dormir en mi cama.
Los ojos de ella echaron chispas.
— Nunca más.
Aquello sonaba más a reto que a negativa, pero Pedro decidió que no era el momento de aceptarlo.
— Puedes dormir allí sola y yo me quedo en el sofá.
—No, yo me quedo en el sofá —gruñó ella—. Estaré bien aquí. Tú vete a la cama.
— Está bien —él tomó la manta de algodón del respaldo del sofá y la cubrió con ella—, pero antes de irme quiero que sepas que esta noche no has interrumpido nada en la terraza. Lorena y yo sólo somos amigos.
Ella se ruborizó.
—Tu relación con Lorena no es de mi incumbencia.
Él le quitó los zapatos y le envolvió la manta en torno a los pies.
— Pues parecía que te enfadabas cuando nos has visto juntos.
—¿Y por qué iba a enfadarme? A mí me da igual a quién seduzcas en la terraza.
—Estaba consolando a una amiga, no seduciéndola. Lorena quería contarle a alguien algunos problemas que tiene con su amante. Su amante femenina.
—Y ha acudido a un experto —dijo ella con sequedad.
Él reprimió una sonrisa.
— Ahora hablas como si estuvieras celosa.
Ella lo miró a los ojos.
— Permíteme que deje algo claro. Yo tengo a Pedro, mi Pedro. No necesito ni quiero ningún otro hombre en mi vida. Es perfecto para mí en todos los sentidos.
— Pero no está aquí —replicó irritado por la devoción que oía en su voz.
— Si estuviera aquí, no habría dejado que me emborrachara ni se hubiera negado a llevarme a casa cuando se lo he pedido, ni me hubiera dado esa cosa horrible hecha con huevos de cocodrilo y no sé qué más.
— Si tu amante estuviera aquí, le daría un puñetazo en la naríz —declaró él.
— ¿Quién habla ahora como si tuviera celos ? —preguntó ella con suavidad.
— El alcohol te hace alucinar —declaró él. Se inclinó sobre ella—-. Buenas noches, Paula.
Ella lo miró con ojos muy abiertos. La oyó respirar con fuerza y adivinó que creía que la iba a besar.
Y tenía razón.
Bajó los ojos a la boca de ella y ansió volver a saborear aquellos labios rosados, pero reprimió el deseo y se limitó a darle un beso casto en la frente.
—Felices sueños —susurró.
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