— ¿Un problema? repitió ella, levantando la voz—. Dí mejor un desastre completo.
— No estoy de acuerdo.
—No te he preguntado tu opinión.
Él pulsó el botón de stop y el ascensor se detuvo.
— En ese caso tendré que demostrártelo.
Paula lo miró tres segundos.
— ¿Qué te crees que haces?
Él se acercó a ella.
— ¿Me tienes miedo?
— Por supuesto que no —replicó ella, aunque sentía un calor repentino y asfixiante.
—Entonces debes tenerte miedo a tí misma.
— Eso es ridículo.
— ¿Seguro? —estiró una mano y le pasó el dedo por la mejilla.
Paula no quería reaccionar de ese modo, pero todos los músculos de su cuerpo se tensaron cuando él bajó la cabeza hacia su boca. Su espalda chocó con la pared del ascensor y una gota de sudor bajó entre sus senos. Pero no la besó, sino que permaneció con los labios a muy poca distancia de los suyos. Sus cuerpos no se tocaban, pero el aire entre ellos hervía de electricidad caliente.
— Lo sientes, ¿verdad? —susurró él, con los ojos clavados en los de ella.
Paula tragó saliva. Quería negarlo, pero su cuerpo palpitaba de deseo al recordar la última vez que la había besado y acariciado. Un líquido caliente brotó entre sus muslos y por un momento consideró la posibilidad de besarlo y frotar su cuerpo contra él para aliviar la presión deliciosa que se acumulaba en su interior.
Cerró los ojos y se dijo que estaba jugando con ella. Que los hombres como Pedro usaban la pasión como un arma, un arma que bien podía destruirla.
Sonó un timbre de alarma, que indicaba que alguien esperaba el ascensor en otro piso. Ella abrió los ojos y vió que él se había desplazado a una distancia segura. Respiró hondo. Sentía la boca seca y lo maldijo por afectarla de aquel modo. Ella no estaba allí para divertirlo.
— Si vuelves a hacer algo así, no te ayudaré —dijo.
Él la miró como si fuera un rompecabezas que no podía entender. Sin duda sus mujeres disfrutan con esos juegos de seducción. Al pensar en las mujeres que seguramente compartían su cama se le encogió el estómago y luego se dijo que no le importaba. ¿Cómo iba a importarle si aquel hombre era prácticamente un desconocido?
Ninguno de los dos volvió a hablar hasta que llegaron a la redacción de la revista Adventurer. Estaba situada en LoDo, en una zona céntrica de Denver donde estaban los restaurantes, clubs y bares más caros de la ciudad.
La zona de recepción estaba llena de gente y Pedro le puso una mano en el codo al salir del ascensor.
—¡Pedro! —una pelirroja pechugona se acercó a ellos con un vaso alto en cada mano.
Parecía muy joven y molesta porque Pedro apareciera acompañado.
—Hola, Lorena.
La chica le tendió un vaso.
—Bienvenido a casa. He preparado el té frío irlandés de mi bisabuela para la ocasión.
— Gracias —tomó el vaso y se lo tendió a Paula—. Te presento a Paula Chaves. Pau, ella es Lorena O'Conner, la directora artística de la revista.
Paula sonrió, y apretó los dientes cuando Pedro le pasó un brazo en torno a la cintura.
—Encantada de conocerte.
—Lo mismo dijo —Lorena la miró abiertamente—. ¿Desde cuándo salís juntos?
— Desde que he vuelto —repuso él.
Lorena volvió su atención a él.
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