martes, 3 de mayo de 2016

Las Tinieblas De Mi Vida: Capítulo 16

—Cálmese, no pasa nada.

—¡Se ha ido la luz!

Sólo podía ver su sombra, pero no los detalles de su rostro.

—Se fue para mí hace cinco semanas.

Sólo cinco semanas. Pau abrió mucho los ojos y, por un momento, se olvidó de la tormenta.

—¿Fue algo gradual o…?

—¿Quiere decir si tuve tiempo de practicar con el bastón y el Braille? No, no lo tuve. Fue un efecto secundario de la operación después de un accidente —le explicó él—. Lo bueno es que yo soy el hombre que cualquiera querría tener a su lado cuando se va la luz. ¿Te da miedo la oscuridad, ángel mío? —le preguntó, tuteándola por primera vez.

—¿Y a tí? —Pau alargó la mano para tocar su cara, deslizando los dedos por los contornos, intentando convertir el mensaje táctil en una imagen.

¿Era así como veía él?

¿Vivía con el miedo a la oscuridad a la que ahora tenía que enfrentarse cada día? La idea de un mundo a oscuras hizo que se le encogiera el corazón y, sin pensar, sin darse cuenta de lo que hacía, tomó su cara entre las manos y lo besó con una ferocidad nacida no sólo del deseo, sino de la compasión.

Él no reaccionó inmediatamente y durante esos segundos Pau deseó que se la tragara la tierra. Pero entonces respondió, besándola con la desesperación de un hombre hambriento.

—A veces —se oyó decir a sí misma cuando el beso terminó— me da miedo casi todo.

Pero nada en su vida la asustaba tanto como el deseo que sentía en los brazos de aquel completo extraño.

—Lo escondes bien.

Tal vez. Pero Pau no pudo esconder el escalofrío que sintió cuando él metió una mano bajo su blusa, los largos dedos masculinos deslizándose por su espalda. Ni siquiera lo intentó.

Y cuando inclinó la oscura cabeza para buscar su boca de nuevo, abriendo los labios con su lengua, le devolvió el beso sin pensárselo dos veces. Después, tomó su cara entre las manos para pasar un dedo por sus labios, hinchados de los besos.

—Dio mio, ha pasado tanto tiempo.

Pau, temblando, susurró:

—No has perdido tu habilidad, te lo aseguro.

Él levantó las cejas, esbozando una sonrisa.

—Hace tiempo que no estoy con una mujer.

Esas palabras enviaron una nueva ola de calor por todo su cuerpo.

—¿Y me deseas?

La electricidad del silencio que siguió a esa pregunta contrastaba con la tormenta que se había desatado fuera. Cuando por fin habló, su voz era más ronca que antes:

—¿Tú qué crees? —agarrando su trasero, la apretó contra él para que pudiera sentir con qué fuerza la deseaba.

Un gemido escapó de la garganta de Pau al sentir el roce contra su vientre.

—¿Y tú a mí, cara? —sin esperar respuesta, él le quitó la blusa y alargó las dos manos para desabrochar el sujetador.

Pero Pau, de repente, recuperó el sentido común y negó con la cabeza.

—No, aún no.

—Para tí también ha pasado mucho tiempo, ¿verdad? —susurró él. Le temblaba la voz, como temblaba todo su cuerpo de deseo mientras buscaba sus labios de nuevo.

Pau se quedó sorprendida cuando, sin soltar sus caderas, se puso de rodillas y, colocando una mano en su espalda, la empujó hacia él.

—¿Qué estás…? —no pudo terminar la frase porque, de repente, sintió el roce de su lengua a través de la seda del sujetador. Pau echó la cabeza hacia atrás, la erótica caricia enviando una ola de calor hasta su pelvis—. Oh, Dios…

No reconocía su propia voz. Le daba vueltas la cabeza y no podía concentrarse en nada. Estaba encendida, cada célula de su cuerpo buscando las caricias de aquel hombre. Y pensó que no podría soportarlo más. Pero quizá esa frase no estaba en su cabeza, quizá lo había dicho en voz alta porque él dejó escapar un gruñido.

—Yo tampoco, cara —dijo, tomándola en brazos, sus grandes manos apretando su trasero.

Pau le echó los brazos al cuello para besarlo en la boca. Sabía a whisky… y entonces recordó las botellas vacías.

—¿Estás borracho?

—Esa sería una excusa. Pero no, no lo estoy. Aunque tampoco creo estar totalmente cuerdo —dijo él, buscando sus labios de nuevo—. Qué bien sabes. ¿Todos los ángeles saben así de bien?

—No pares —le rogó ella, enredando los dedos en su pelo.

—No lo haré… no puedo —algo en su voz daba a entender que la situación era incomprensible para él.

Ya eran dos, pensó Pau, agarrándose a su cuello mientras subía los peldaños de la escaleras de dos en dos, sujetándose con una mano a la barandilla. Lo hacía como si no pesara nada.

Un relámpago iluminó el dormitorio cuando acababan de entrar y, sin decir nada, él la tumbó sobre la cama. De nuevo, la oscuridad se había cerrado sobre ellos, pero Pau recordaba el deseo que había visto en su rostro.

Mientras le quitaba el resto de la ropa lo oyó jadear, excitado… y para entonces Pau ya había dejado de respirar.

Recordó haber leído en alguna parte que las inhibiciones de una persona se liberaban en la oscuridad. Y tenía que ser cierto porque, de repente, Pau tomó su mano para ponerla sobre el triangulo de rizos entre sus piernas, urgiéndolo a tocarla.

—Yo no soy así —susurró, cuando él deslizó dos dedos en su interior. Pero estaba encendida, derritiéndose, arqueándose hacia su mano…


—Pues seas quien seas, cara, eres lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo.


Pau dejó escapar un grito de protesta cuando se apartó de ella, pero volvió unos segundos después y su ropa había desaparecido. El contacto pie con piel la hizo sentir un escalofrío y también pareció despertar su instinto natural. Un instinto desconocido para ella.

—Eres tan guapo —musitó, poniendo una mano sobre su torso—. Me gustas mucho…

Era liberador y excitante acariciar su piel desnuda y notar cómo contenía el aliento cuando deslizó la mano hacia abajo. Aquel cuerpo masculino la fascinaba.

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