sábado, 21 de mayo de 2016

Extraños En La Noche: Capítulo 5

Pedro seguía mirando las puertas del ascensor mucho después de que se hubieran cerrado. La chica de sus sueños se había ido. Y peor aún, debía de estar loca. También, en cuanto la había visto a la luz del día, se había dado cuenta de que no la conocía de antes.

Pedro jamás olvidaba una cara. Y la de ella era única, con ojos avellanas y pómulos altos y bien definidos. Él no la habría descrito como guapa, aunque sus labios llenos y la naríz respingona añadían una dimensión interesante a una cara que despertaba su interés como fotógrafo.

Su modo de seducirlo la noche anterior despertaba su interés como hombre. Le hubiera gustado hacer de nuevo el amor con ella por la mañana, pero el miedo que había visto en sus ojos avellana lo había contenido. A pesar de su gusto por lo peligroso, Pedro no perseguía a mujeres contra su voluntad. Ni aunque estuvieran locas.

Volvió a entrar en su departamento con un suspiro de decepción y un dolor de cabeza causado por las cervezas bebidas la noche anterior. Tom lo esperaba al lado de la puerta moviendo la cola con impaciencia.

— Podrías haberme avisado —murmuró.

Sin embargo, a pesar de sus palabras, no lamentaba lo ocurrido con su misteriosa dama. Ella le había tocado el alma además del cuerpo, algo de lo que ninguna otra mujer podía presumir. Algo que él no había creído posible.

Abrió el armario para buscar comida de gato y se quedó inmóvil. Los estantes estaban llenos de comida. Latas de sopa y verduras, cajas de cereales, chocolatinas y bolsas de pasta. Y él había dejado los armarios vacíos cuatro meses atrás.

— ¿Qué narices pasa aquí?

Tom contestó con un maullido y se acercó a su tazón vacío. Pedro lo llenó y devolvió la bolsa al armario mientras le cruzaban un montón de preguntas por la mente. ¿Cómo había entrado la chica de sus sueños en su departamento? ¿Cómo sabía el nombre del gato? ¿Y cómo sabía su nombre?

Diez minutos después, estaba vestido y dispuesto a buscar respuestas. Llamó a la puerta del departamento de enfrente del suyo con la esperanza de que la señora Clanahan fuera una mujer madrugadora. La mujer, mayor, se había ofrecido a cuidar de Tom mientras Pedro estaba fuera y éste, antes de marcharse, había hecho acopio de comida de gato y arena para la bandeja y le había dejado una llave de su departamento a la mujer.

Quizá ella pudiera explicarle cómo había llegado tanta comida a su cocina. Y cómo había aparecido la mujer misteriosa en su cama.

Un hombre de edad mediana ataviado con una camiseta blanca rota y pantalón corto abrió la puerta. En la televisión se veía un concurso y un olor a carne podrida impregnaba la atmósfera.

— ¿Sí? —preguntó el hombre.

—Busco a la señora Clanahan.

—Ya no vive aquí.

— ¿Desde cuándo?

—Desde que se cayó y se rompió la cadera hace tres meses. Se fue a Florida con su hija y me realquiló a mí su departamento.

La señora Clanahan había comentado a menudo lo mucho que echaba de menos a su hija; pensó que era una lástima que hubiera tenido que romperse la cadera para pasar tiempo con ella. Pero ahora tenía que pensar en otras cosas.

—¿Y quién es usted? —preguntó al hombre.

—Claudio Buckley —repuso el otro con impaciencia. Inclinó la cabeza para intentar ver el concurso de la tele.

— ¿Y qué hizo la señora Clanahan respecto a Tom?

Buckley hizo una mueca.

— ¿Quién narices es Tom?

Pedro señaló detrás de él con el pulgar.

—El gato de enfrente. La señora Clanahan se comprometió a cuidarlo mientras...

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