—Le dije al médico que me pondría en contacto con él cuando volviera a Londres…
—¿Quería que ingresaras en un hospital para hacerte las pruebas?
—Sí, pero…
—Eres un imbécil, Pedro. Podrías haber hecho un daño irreparable a tus ojos…
—No seas tan melodramática, Paula. Como he dicho, iré al médico en cuanto volvamos a Londres la semana que viene.
—¡Melodramática! ¡Estamos hablando de estar ciego o no estarlo! Tenemos que volver a Londres inmediatamente. ¿Crees que voy a quedarme aquí cuando sé que deberías estar en un hospital? Eres el hombre más egoísta que he conocido en toda mi vida.
Su apasionamiento lo dejó sorprendido.
—¿Egoísta? Pues no me decías eso anoche.
—Eres un gran amante, lo admito —dijo ella—. Y no siempre eres imposible, pero no nos hemos casado por el sexo o porque estemos enamorados —Pau dejó escapar una risita irónica para demostrarle que tal cosa ni siquiera se le había pasado por la cabeza pero, desafortunadamente, le salió un poco histérica.
—No, claro, eso sería imposible —murmuró Pedro, muy serio.
—Nos hemos casado porque vamos a tener un hijo… y seguramente habrá razones peores para casarse. Yo conozco parejas que se casaron por amor y cuyo matrimonio se rompió en un par de meses.
—Mientras que nosotros ya les llevamos ventaja porque tú ya me odias.
Pau arrugó el ceño.
—Yo no te odio, pero estoy enfadada porque no pareces darte cuenta de que tu primera obligación es cuidar tu salud.
Claro que, si el suyo fuera un matrimonio normal, podría haberle dicho que, si ella le importase un poco, no se arriesgaría tontamente.
—Este niño es la razón por la que nos hemos casado —insistió, llevándose las manos al abdomen—. Y tú pareces haberlo olvidado.
—Sí, es verdad. Pero no te preocupes, Paula, he entendido cada palabra de tu sermón —dijo Pedro, sacudiendo la cabeza.
—¿Entonces te marchas?
Él puso una mano sobre su hombro y, sin pensar, Pau giró la cabeza para frotarse contra ella.
—No podemos irnos hasta esta tarde.
—Pero vas a ir al médico para que te hagan esas pruebas.
—Sí, lo haré. Estás exagerando, pero lo haré.
—¿Cómo puedes haber sido tan tonto?
—Déjalo, Paula. Creo que ya ha quedado claro. Pero si algo me ha enseñado la ceguera, cara, es que no se debe perder ni un solo momento. Hay que disfrutar de la vida, vivirla mientras puedas antes de que el destino te arrebate lo que tienes.
Suspirando, se inclinó para apretarla contra su torso. Se quedaron así durante mucho tiempo, sin decir nada y, por fin, sintió que se relajaba… sólo entonces la sacó del agua para secarla suavemente con la toalla.
—Puedo hacerlo yo.
Sonriendo, él la tomó en brazos para llevarla al dormitorio y dejarla sobre la cama.
—Con el pelo así pareces una sirena… —Pedro vió que cerraba los ojos—. ¿Estás cansada?
—Sólo necesito cerrar los ojos un momento. La verdad, no sé por qué estoy tan cansada. Afortunadamente, dicen que el cansancio desaparece después de los tres primeros meses…
Se quedó dormida inmediatamente y Pedro pensó que, aunque el destino los había unido, era hora de que el destino diera un paso atrás. Porque él pensaba hacerse cargo de la situación a partir de aquel momento.
Pau estaba en la ducha cuando Pedro abrió la puerta del baño. Al verlo tan sexy con unos vaqueros y una camisa blanca que destacaba el precioso tono dorado de su piel, Sam tragó saliva, cubriéndose los pechos con una mano. Aunque era ilógico porque habían estado haciendo el amor hasta unos minutos antes.
—¿Es que no puedo darme una ducha a solas?
—No. Además, yo podría enjabonarte.
Pau miró el jabón que tenía en la mano y dejó escapar un suspiro. Era una tentación, pero el helicóptero que iba a llevarlos a Londres llegaría en cualquier momento y aún tenía que secarse y vestirse.
Entre sus brazos había perdido la noción del tiempo, como siempre; lo único que deseaba era tener a Pedro dentro de ella, haciendo que se sintiera completa. Cada día era más tierno, pensó, recordando cómo la había abrazado cuando llegó al orgasmo...
—No es de buena educación quedarse mirando fijamente a alguien.
Aunque podrían acusarla a ella de lo mismo.
—Yo puedo mirar, tengo una dispensa especial —rió Pedro—. Estaba ciego, así que ahora aprecio cosas en las que no me hubiera fijado antes.
Pau torció el gesto.
—¿Cosas como yo, quieres decir?
No hay comentarios:
Publicar un comentario