— Muy sencillo. Yo te presentaré a todo el mundo que conozco en Denver. Ese tipo tiene que conocerme, sabe detalles personales de mi vida. Cuando veas a tu novio, me lo señalas.
Ella vaciló.
— ¿Y después?
— Después no tendremos que volver a vernos.
Paula lo miró y resistió la tentación de pasar la mano por la sombra de barba que cubría su mandíbula. Estaba demasiado cerca y le impedía pensar con claridad, pero no quería apartarse ni dar muestra alguna de sentirse abrumada. Un hombre como Pedro lo usaría en provecho propio y ya parecía tener todas las ventajas, lo cual la dejaba atrapada en una trampa de la que no podía escapar. Una trampa en la que se había metido ella.
—Muy bien —dijo al fin, sabedora de que no tenía otra opción—. Cuanto antes acabemos con esto, mejor. Te ayudaré.
— Me alegro —declaró él, con un asentimiento de aprobación—. Empezaremos esta noche.
— ¿Qué empezaremos exactamente? — preguntó ella con recelo.
—La caza.
Vió el brillo de anticipación en los ojos de él y se preguntó si aquello no sería sólo un juego para él, otra aventura que añadir a su extensa colección.
Paula había tenido aventuras suficientes de niña para toda la vida. Ahora quería estabilidad, un buen trabajo, una casa que pudiera considerar su hogar y un hombre que le hiciera sentirse segura. Como su novio. Todo lo contrario del hombre que tenía delante y que podía provocar en ella sentimientos apasionados que no sabía que existieran. Sentimientos que no deseaba.
La pasión había hecho que su madre dejara a su padre por otro hombre. Había lecho que su padre la secuestrara por desesperación y venganza. La pasión había destruido a su familia, pero ella no se dejaría gobernar por ese sentimiento. Ella podía controlarse por mucho que la provocara.
— Nos veremos en mi departamento a las siete —sugirió él—. A menos que quieras que te recoja en tu casa.
— No —declaró ella, que no quería que él invadiera su casa... y su vida—. Nos vemos allí a las siete.
Bajó de la acera a la calzada y al tráfico. Sonó un claxon muy cerca y algo la levantó en vilo.
Un segundo después estaba en los brazos de Pedro, que la estrechaba contra sí en la acera.
— Ha faltado poco.
Paula tardó un momento en poder hablar. Seguramente acababa de salvarle la vida, pero también había sido la razón de que ella se metiera en el tráfico sin mirar.
— Supongo que debo darte las gracias.
—No te molestes -—él arrugó la frente—. Probablemente sea culpa mía.
— Sí —asintió ella, distraída por la caricia suave de los dedos de él en la mejilla.
Quería cerrar los ojos y disfrutar de esa sensación, dejar que él espantara el miedo y la incertidumbre que la embargaban.
Pedro la abrazó con más fuerza y Paula sintió todo su cuerpo en contacto con el de ella. Se movió un poco para acoplarse mejor a él antes de recuperar el sentido común y apartarse.
— Tengo que volver al trabajo.
— ¿Seguro que estás bien?
—Segurísimo —mintió ella.
Se volvió y esperó a que cambiara el semáforo. Miró la calle en ambas direcciones y cruzó sintiendo los ojos de Pedro fijos en ella.
Cuando llegó a su mesa, había recuperado ya completamente el control... hasta que Eliana Myerson, la bibliotecaria jefe, se acercó a ella.
—Han dejado un mensaje para tí. Le tendió una nota.
Paula tomó la nota, consciente de que Eliana seguía en pie delante de su mesa mientras la leía. El mensaje no era de su novio sino de su madre, que quería saber por qué no había ido a comer el domingo.
Suspiró. El shock de despertarse en la cama con el hombre equivocado le había hecho olvidar por completo la invitación de su madre.
— Gracias.
Guardó la nota en el bolsillo de la camisa.
Eliana se acercó un paso más y bajó la voz.
— Pareces distraída —musitó—. Confío en que estés bien.
La bibliotecaria jefe había valorado siempre mucho el trabajo de Paula. Era una mujer que no toleraba hábitos de trabajo desordenados ni desorganización. Era una viuda sin hijos que había hecho de la biblioteca su vida.
—Estoy bien —le aseguró ella.
Eliana suspiró.
— Haces un trabajo excelente y no tengo quejas en ese aspecto. Pero debo pedirte que te ocupes de tus conflictos personales en tu tiempo libre. Si necesitas unos días libres, creo que puedo arreglarlo.
Paula apretó la mandíbula, segura de que Eliana había presenciado su altercado de la mañana con Pedro.
— Eso no será necesario —repuso—. Lo de esta mañana no volverá a ocurrir.
Eliana se enderezó.
—De acuerdo.
Se alejó y Paula llamó a su madre para disculparse por haberse perdido la comida y a continuación intentó concentrarse en su trabajo, tarea que le resultó imposible.
Se dijo que al día siguiente estaría mejor. Necesitaba tiempo para asimilar las nuevas complicaciones que había en su vida y lidiar con ellas de un modo lógico y racional.
A partir de esa noche, procuraría no perder el control en ningún aspecto. No se dejaría alterar por nada de lo que Pedro dijera. Lo del sábado había sido un error que no podía repetirse. Por mucho que le apeteciera.
Qué lío se va a armar cuando se descubra todo jajajaja. Está muy buena esta historia.
ResponderEliminarMuy buenos capítulos! No veo la hora de que encuentren al Pedro impostor!
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