sábado, 21 de mayo de 2016

Extraños En La Noche: Capítulo 8

Pero antes tenía que encontrarlo. Paula levantó la vista de la carpeta y vió al desconocido que quería olvidar entrar por la puerta.

Tomó una revista y la colocó abierta delante de su cara con la esperanza de que él no la hubiera visto. Pero esa esperanza murió cuando oyó pasos que se acercaban a su mesa.

— Disculpe —dijo la voz familiar de él.

— ¿Sí? —preguntó ella, detrás de la revista.

Se dóo cuenta demasiado tarde de que era un ejemplar de la revista de él. Su mirada pasó de una fotografía aérea espectacular del Gran Cañón al pie de la página, donde se decía que Pedro Alfonso había hecho la foto desde un paracaídas.

—Espero que pueda ayudarme.

Paula bajó despacio la revista hasta que sólo sus ojos asomaron por encima de ella.

— ¿Qué desea?

Él dejó dos libros sobre la mesa.

— Esto estaba en mi departamento y necesito saber quién los sacó.

—Quizá le ayuden en el mostrador — repuso ella, aliviada de que no la reconociera.

Él vaciló y achicó los ojos.

— ¿No nos conocemos?

Ella lo miró, con media cara escondida todavía por la revista.

— No lo creo.

Él la miró a los ojos.

— Eres tú. Eres la chica de mis sueños.

— Difícilmente —bajó la revista y se enfrentó al hombre al que habría querido no volver a ver—. Lo siento, pero tiene que pedir ayuda a otra persona.

Él sacó el pañuelo rosa de ella del bolsillo de la camisa.

— Te dejaste esto en mi casa.

Paula estiró la mano y se lo arrebató, muy consciente de las miradas de algunos de los empleados.

— Por favor, baja la voz. Esto no es momento ni lugar para hacer una escena.

—¿Esto te parece una escena? —sonrió él—. Sólo quiero hablar contigo.

— Aquí no —insistió ella.

— ¿Y dónde si? Tengo todo el día libre.

—Prefiero no hablar de eso en absoluto —le informó ella—. Los dos sabemos que fue un gran error, así que olvidemos lo que pasó.

—Eso no es posible —se inclinó, colocó ambas manos en la mesa y la miró con ojos ardientes—. Un hombre se ha metido en mi vida y me ha suplantado. Yo quiero saber por qué y, te guste o no, tú eres mi única conexión con él.

Estaba tan cerca, que ella podía ver los tonos dorados de sus ojos marrones y la pequeña cicatriz al lado de la comisura de los labios. La misma boca que había probado la suya, sus pechos, la piel sensible del interior de sus muslos... Por un momento le costó trabajo respirar.

— El Pedro Alfonso que yo conozco jamás haría algo así.

— Pruébalo.

Ella se levantó dispuesta a pelear. Aquel hombre parecía sacar la pasión que había en ella, una reacción que no le gustaba nada.

— Yo no tengo que probarte nada.

—En ese caso, no me dejas otra opción que ir a la policía.

—La policía —repitió ella, segura de haber oído mal.

Él asintió con la cabeza.

— Preferiría no hacerlo, porque querrán saber todos los detalles de lo que sucedió entre nosotros. Que entraste en mi apartamento en mitad de la noche...

— Tenía llave —protestó ella.

— Que te desnudaste y te metiste en mi cama…

Siguió él, como si no la hubiera oído.

—Que incluso traías un preservativo...

—¡Está bien! —gritó ella—. Hablaré contigo. Dime dónde y cuándo.

El hombre miró su reloj.

— Son casi las doce. ¿Por qué no comemos en el Spagli's de Bannock Street? Está cerca de aquí.

Ella no tenía apetito, pero necesitaba acabar con aquello lo antes posible.

— Muy bien. Nos vemos allí.

— Lo estoy deseando —sonrió él.

Paula apretó los puños y lo observó salir. ¿Cómo se atrevía a amenazarla con contar el momento más embarazoso de su vida? Odiaba que tuviera aquel poder sobre ella.

También ella había querido ir a la policía cuando él dijo que era Pedro Alfonso. Y la había detenido la misma razón que acababa de esgrimir él: que no quería verse obligada a contarles la noche que había pasado en sus brazos.Además, antes quería hablar con su Pedro. Tenía que haber una explicación razonable para todo aquel lío.

Se sentó en la mesa y respiró hondo varias veces, consciente de los murmullos de los empleados del mostrador. ¿Cuánto habían oído exactamente? Era la primera vez que ella levantaba la voz en el trabajo, ya que presumía de controlarse incluso con el público más irritante.

Y ahora ese hombre que se hacía llamar Pedro Alfonso le hacía perder el control, no una sino dos veces. La primera el sábado por la noche, cuando se derritió en sus brazos. Y la segunda al amenazarla con sacar a la luz su noche juntos.  Y Paula no quería que hubiera una tercera.

2 comentarios:

  1. Uyyyyyyyyyyyy, qué de enredos jajajajajaja. Está buenísima esta historia, me divierte jajajajaja.

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  2. Muy buenos capítulos! cuando agarren al impostor va a tener que dar muchas explicaciones!

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