—¡Esto es increíble! No puedes contarme algo así y luego actuar como si no pasara nada. ¡No pienso ir a ningún sitio contigo!
—Paula…
—Durante toda la ceremonia fingiste…
—No estaba fingiendo nada. Si me hubieras preguntado, te habría contestado honestamente.
—¿Honestamente? ¿Tú dices la verdad alguna vez o sólo cuando te conviene? —le espetó ella, furiosa.
—Mira, puedo ver, es un milagro, cuestión de suerte, no sé y me da igual cómo lo llames. El caso es que, afortunadamente, he recuperado la vista.
—¡Pero me lo habías ocultado!
—Cualquiera diría que prefieres un marido ciego —dijo él, atónito.
—¿Cómo puedes decir eso? —exclamó Pau, levantándose—. Este matrimonio está basado en una telaraña de mentiras y ya estoy harta… del matrimonio y de tí.
Sólo había dado un par de pasos cuando Pedro la tomó por la cintura, llevándola así hasta la casa.
—¡Suéltame!
—Deja que le explique un par de cosas, Paula: basado en mentiras o no, este matrimonio va a durar —le dijo, dirigiéndose a la escalera.
—¿Dónde me llevas? ¿Crees que vas a convencerme en la cama?
—No te llevo a la cama —murmuró él, entrando en el cuarto de baño y abriendo el grifo de la bañera—. Quítate el camisón, estás helada.
—Un «por favor» estaría bien —le recordó Pau que, después de obedecer, se envolvió en una toalla.
—Métete en la bañera… empiezas a estar amoratada.
—Si no te importa, prefería un poco de intimidad.
—Lo he visto todo antes, ¿recuerdas? Y, para tu información, me gusta mucho —dijo Pedro, alargando la mano para quitarle la toalla.
Pau dejó escapar un gemido y se lanzó a la bañera, sumergiéndose dentro de las burbujas.
—Si mañana despierto ciego, al menos te habré visto una vez.
Ella se puso rígida.
—¿Lo dices en serio, crees que podrías perder la vista otra vez?
—No lo sé.
—Pedro, dime la verdad por una vez.
Distraído por las burbujas que acariciaban sus senos, él no contestó inmediatamente.
—¡Madre di Dio! Eres perfecta, cara.
Pau intentó mostrarse serena, nada fácil cuando estaba desnuda, pero era imposible no dejarse afectar por la sinceridad de su voz y el brillo de deseo que había en sus ojos.
—Pues no vas a ver nada más hasta que me lo cuentes todo.
—Eso es chantaje…
—Pedro, por favor, estoy hablando en serio. Quiero que me cuentes la verdad. Si vas a volver a perder la vista…
—Relájate, nadie ha dicho que eso vaya a ocurrir. Pero es una posibilidad.
—Pero te habrán hecho pruebas, análisis. No esperarán que vivas con esa inseguridad… es inhumano. Tienes que ir a ver a un especialista.
—Tengo entendido que están investigando —dijo él.
—¿Pero te has hecho las pruebas o no?
Pedro se encogió de hombros.
—Lo que tenga que ocurrir, ocurrirá. Y no he tenido tiempo para hacerme pruebas. Tenía que ir a una boda y nada iba a impedir que lo hiciera.
Ella parpadeó, atónita.
—¿No te hiciste las pruebas para acudir a la boda?
Eran dos milagros: Pedro podía ver y la amaba. Paula estuvo a punto de decirle que ella sentía lo mismo, pero una innata precaución se lo impidió.
—Lo quería todo por escrito, de manera legal, incluyendo nuestro matrimonio. De ese modo los abogados podían empezar a redactar los detalles de un fideicomiso a nombre del niño. Y no creo que haya nada que tú desapruebes…
La sonrisa de Pau se disolvió, pero afortunadamente logró disimular. Para ser alguien cuyo corazón parecía haber sido aplastado por una estampida, se mostraba extraordinariamente tranquila.
—Confío en tu buen juicio en lo que se refiere a asuntos económicos.
Desde luego era mucho mejor que el suyo en los asuntos del corazón. ¿Cómo había podido imaginar por un segundo que Pedro la amaba? Sólo estaba interesado en el niño, en el fideicomiso, en dejar claro que era su hijo legalmente.
El sexo era maravilloso, pero tenía que dejar de soñar. Sería absurdo pensar que el sexo y el amor iban juntos para un hombre como Pedro Alfonso. Ojalá a ella le pasara lo mismo.
Había estado a punto de cometer el error de pensar que era el amor que sentía por su esposa lo que lo había hecho dejar a un lado algo tan importante para su salud.
Y no volvería a hacerlo.
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