martes, 10 de mayo de 2016

Las Tinieblas De Mi Vida: Capítulo 27

Era la simplicidad del diseño lo que había llamado su atención. Cortado al bies en estilo túnica y con escote palabra de honor, la tela caía hasta los tobillos abrazando su cintura y sus caderas.

No estaba muy segura sobre lo de llevar los hombros al descubierto, mostrando más escote del que a ella le gustaría, pero la joven le había asegurado que le quedaba perfecto.

Esa admiración podía tener que ver con el precio del vestido, pero al verse en el espejo del probador, Pau había tenido que admitir que era una maravilla.

Y, después de decir que sí al vestido, empezó a decir que sí a otras prendas. Una hora después, una Pau atónita había vuelto a la limusina como la orgullosa propietaria de seis preciosos conjuntos de ropa interior, tres pares de zapatos y un extravagante y carísimo velo de encaje de Bruselas.

—En una boda nada es exagerado —dijo Nan, viendo cómo el brillo desaparecía de sus ojos.

Parecía tan triste que, aunque él no era el tipo de hombre dado a gestos cariñosos, le hubiera gustado abrazarla.

—No es ese tipo de boda —murmuró Pau, mordiéndose los labios.

—Sí, bueno… espero que no te importe —dijo él entonces, poniendo en su mano un ramo de violetas—. Es una boda y debes llevar un ramo de novia. Además, el color me recuerda al de tus ojos.

Pau, increíblemente emocionada por el detalle, se llevó las violetas a la cara.

—Gracias, eres muy amable.

—No se puede tener una boda sin un ramo de novia, lo sé porque yo pagué las flores en la boda de mi hermana. Y no sabía el dineral que costaban las flores para una boda de verdad… —Nan se corrigió enseguida—. No lo digo porque ésta no sea una boda de verdad, es que es más sencilla.

—No hay por qué fingir, los dos sabemos que no lo es —dijo Pau.

Hernán se puso serio de repente.

—¿Estás segura de lo que vas a hacer?

Pau no estaba segura de nada salvo de que Pedro era el amor de su vida y el padre de su hijo.

—¿Sugieres que salga corriendo?

—Si Pedro quiere casarse, dudo mucho que pudieras escapar de él… uf, qué horror, ha sonado siniestro. No quería decir eso, sólo quería decir…

«Que Pedro quiere este hijo a toda costa y yo soy parte del trato».

—Sé lo que quieres decir. Pero no te preocupes, yo sé bien lo que hago. Y si no sale bien… bueno, hay una solución perfecta.

—¿El divorcio?

—Esas cosas pasan —suspiró Pau—. Pero no te preocupes, intentaremos que salga bien.

Mientras esperaba en la sala donde tendría lugar la ceremonia, Pedro pensó que aquélla no era la boda con la que soñaban la mayoría de las chicas.

¿Con qué clase de boda habría soñado Paula?

No lo sabía porque nunca se lo había preguntado, ni siquiera le había dado tiempo para pensárselo bien. Era evidente que aún estaba en estado de shock por el embarazo y por la pérdida de su empleo y él había explotado implacablemente la situación para obligarla a casarse.

No se le había ocurrido pensar en lo que ella quería, obsesionado como estaba por su hijo. Pero había algo más, algo en lo que no había querido pensar: la necesitaba.

Pedro nunca había necesitado a una mujer. Desear sí, necesitar nunca.

El hecho de que estuviera esperando un hijo suyo era muy conveniente porque le ofrecía una excusa para no estudiar lo que había sentido al pensar que aquella mujer podría desaparecer de su vida.

Pedro sintió una ola de náuseas.

Se había portado como un canalla, pero reconocer eso no minó su determinación de seguir adelante con la boda.

Sería un marido considerado, se dijo.

Paula no lamentaría haberse casado con él.

La puerta se abrió sin fanfarrias, sin acompañamiento de música. No había lágrimas, ni flores, ni cabezas que se volvieran para mirar a la novia…

Y Pedro tuvo que hacer un esfuerzo para no volverse al oír sus pasos sobre el suelo de madera.

Pau recitó sus votos en voz baja y Pedro, por contraste, lo hizo bien alto y claro. Sólo cuando el oficiante, un funcionario del ayuntamiento, anunció que podía besar a la novia, volvió al cabeza, sus temblorosos dedos luchando para levantar el velo.

Pedro dejó escapar un suspiro, alegrándose ahora más que nunca de no haberle hecho caso al médico.

¿Quién querría estar en el hospital mirando una pared estéril cuando podía mirarla a ella?

Y la miró, grabando en su memoria cada detalle de su rostro ovalado. Había trazado cada contorno con los dedos y sabía que su piel era suave, que tenía una pequeña hendidura en la barbilla y una pequeñísima arruguita en el ceño, entre las cejas. Sabía que su boca era de labios carnosos, hecha para besar.

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