jueves, 19 de mayo de 2016

Extraños En La Noche: Capítulo 2

Pedro Alfonso soñaba con la India y el aroma a jazmín impregnaba el aire mientras bajaba en canoa por el río Alaknanda. Los majestuosos Himalayas se elevaban hacia el cielo azul cobalto y él se deslizaba por el agua mientras un aliento suave de mujer le acariciaba la mejilla.

La canoa se tambaleó y él se despertó lo suficiente como para darse cuenta de que no estaba en un río sino en su cama. El colchón se hundía con el peso de un cuerpo que se movía a su lado. Mantuvo los ojos cerrados, con ganas de perderse de nuevo en el sueño.

Hacía mucho tiempo que no iba a la India. Su caleidoscopio de culturas, gentes y paisajes lo atraía mucho. Igual que lo atraía ahora la chica del sueño al rozarlo con una suave caricia.

Sólo que no era un sueño.

Pedro abrió los ojos y unos dedos esbeltos le acariciaron el hombro y bajaron por el brazo. En la habitación reinaba una oscuridad completa. Se volvió hacia la mujer que había al lado y el cuerpo femenino rozó el suyo. Ella dió un respingo y Pedro se excitó en el acto al sentir sus curvas y la suavidad cremosa de su piel.
La oyó tragar saliva.

— Sorpresa, Pedro—susurró.

Y, desde luego, era una sorpresa. Y en más de un sentido. ¿Quién era ella? No recordaba haber vuelto a casa con una mujer. Había hablado con varias en el bar, pero no recordaba sus nombres; de hecho, recordaba poca cosa aparte de la evidencia de que había bebido mucho. Pero ahora estaba sobrio, con la mente y el cuerpo bien despiertos.

Abrió la boca para preguntarle su nombre, pero ella lo besó en los labios y se colocó encima de él. Sus pechos le apretaban el torso, con sólo una fina capa de tela sedosa entre ambos. La sensación de la seda y la piel femenina en su cuerpo alejó todo lo demás de su mente.

Su beso sabía dulce, inocente y levemente desesperado, su boca se movía con torpeza en los labios de él. Pedro le acarició con gentileza las mejillas y rozó con los pulgares las comisuras de los labios de ella hasta que la sintió relajarse encima. Profundizó entonces el beso y aventuró la lengua al interior de la boca de ella.

En ese momento, supo que no había besado nunca a aquella mujer, porque, de haberlo hecho, recordaría su nombre. Pero el deseo superaba a la curiosidad y lo impulsaba a actuar y dejar las preguntas para más tarde. Privado del sentido de la vista, los demás sentidos no tenían más remedio que agudizarse. La acarició, la besó, inhaló su aroma, una mezcla ele jazmín y mujer excitada, que encontró aún más embriagador que el alcohol.

La colocó de espaldas con gentileza, besándola todavía, con intención de explorar sin prisa aquel territorio desconocido. La besó en la boca mientras acariciaba su cuerpo exuberante y frotaba los pezones a través de la delgada tela del camisón, hasta que empezó a oír gemidos profundos salir de su boca.

Ella se abrazó a su cuello, se puso de lado, besándolo todavía, y colocó los dedos en su mandíbula sin afeitar. Bajó después suavemente las manos para explorar su torso. Sus dedos bailaban por la piel de él con una caricia suave que lo volvía loco. Siguieron bajando por las costillas y el vientre y se detuvieron en la cinturilla elástica del calzoncillo, sin llegar a tocar la parte que él más deseaba que tocaran.

Pedro  colocó las manos en el trasero de ella y la apretó contra sí, disfrutando de la frotación del cuerpo femenino contra su pene erecto. No sabía su nombre, pero en ese momento la deseaba más de lo que recordaba haber deseado nunca a ninguna mujer. La necesitaba inmediatamente. Deslizó las manos debajo del camisón para jugar con su tanga, que rompió sin mucho esfuerzo.

—Espera... —ella dio un respingo y buscó con las manos el tanga roto en el colchón.

Pedro lanzó un gemido y rezó para que no hubiera cambiado de idea. O peor, para que aquello fuera un sueño y ella se desvaneciera de pronto en la niebla. Notó que ella le ponía algo en la mano.

—He traído esto —susurró.

Él respiró aliviado al sentir la forma familiar del paquete metálico. Sonrió en la oscuridad. La chica de su sueño había ido preparada.

Se quitó los calzoncillos y se sentó en el borde de la cama. Cuando abrió el paquete, notó que ella se ponía tensa. Se volvió y le besó con ternura la boca y la garganta. Ella respiró suavemente en su oreja y se fue relajando a medida que los labios de él bajaban por su cuerpo. Gimió, se apoyó en la almohada y le introdujo los dedos en el pelo.

Los labios de él bajaron por su cuello hasta la parte de arriba del camisón, donde acariciaron un pezón a través de la tela. Cuando el pezón se puso duro, levantó la cabeza lo suficiente para quitarle el camisón y se inclinó de nuevo para meterse el otro pezón en la boca.

—Por favor —imploró ella, arqueando el cuerpo debajo de él.

— Hum —murmuró él, que compartía su ansia, pero estaba dispuesto a ir con calma.

Quería disfrutar de sus gemidos de deseo y sus súplicas, del sabor único de sus besos calientes. Y lo que más deseaba era verla cuando llegara al clímax en sus brazos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario