sábado, 7 de mayo de 2016

Las Tinieblas De Mi Vida: Capítulo 22

Pedro estaba decidido a que su hijo nunca fuera el niño que tenía que inventar los maravillosos viajes a los que le llevaba su padre ante amigos que tenían a los dos progenitores en casa. Su madre hacía lo que podía, pero una vez que se volvió a casar y tuvo más hijos, tres niñas, su nueva familia había requerido toda su atención.

Y Pedro, por lo tanto, nunca había encontrado su sitio.

Pau se detuvo a un metro de su silla.

—Yo prefiero que mi matrimonio dure para siempre. Claro que encontrar a un hombre que acepte un hijo que no es suyo puede que no sea tan fácil.

Él se quedó en silencio. Otro hombre criando a su hijo. Otro hombre compartiendo cama con Paula…

La presión en sus sienes aumentó, el dolor como un golpeteo continuo y ensordecedor.

—No creo que sea el momento de ponerse a pensar en eso —la necesidad de ir al grano era más importante que reconocer la hipocresía de esa crítica—. Yo te ofrezco una solución práctica, Paula. La vida como madre soltera no sería un camino de rosas.

—Eso ya lo sé —replicó ella, enfadada porque le recordaba algo que ya sabía y le daba pánico. No tenía trabajo ni dinero para pagar el alquiler y, en cualquier caso, el apartamento no estaba acondicionado para un niño. Lo que Pedro le ofrecía, por frío, cínico e insoportable que le pareciera, resolvería sus problemas más inmediatos.

Se daba cuenta de que algunas mujeres no verían la oferta de un millonario como una ofensa. Debería pensar en el niño, no en sí misma, se dijo. Ella no quería casarse con Pedro, pero tampoco Pedro quería una esposa y, sin embargo, estaba dispuesto a hacer un sacrificio.

—No tienes dinero…

—Veo que tú eres de los que hacen leña del árbol caído —lo interrumpió Pau— . Gracias por tu preocupación, pero me las arreglaré.

—Yo no quiero que mi hijo tenga que «arreglárselas». Quiero que mi hijo tenga un hogar estable, un padre y… —¿Y crees que yo no?

—Una madre debería poner las necesidades de un hijo por encima de las suyas.

—¿Y desde cuándo eres tú un experto en la materia? ¿Y por qué te crees con derecho a venir aquí a darme lecciones?

—No quiero darte lecciones, sólo quiero que lo pienses. Eres demasiado idealista… ¡Dio mio! ¿No te das cuenta de cómo cambiaría tu vida siendo madre soltera? La satisfacción en el trabajo estaría muy abajo en tu lista de prioridades. Te verías obligada a aceptar cualquier cosa, aunque no fuese ningún reto ni nada interesante…

—Yo no necesito retos. Lo que necesito…

—Es seguridad —terminó Pedro la frase por ella—. Y yo puedo ofrecértela.

—Bueno, si me falta dinero siempre puedo escribir un jugoso artículo sobre tí. Sigo teniendo contactos. Imagínate lo que pagaría una revista del corazón.

Pedro se echó hacia atrás en la silla y a Pau le irritó ver que no parecía molesto por la idea de ver su nombre en las columnas de cotilleos.

—¿Es una amenaza?

—Podría serlo.

—El problema de las amenazas es que no se deben hacer a menos que tengas intención de llevarlas a cabo.

—Imagino que tú eres un experto.

—Si amenazo a alguien, te aseguro que estoy dispuesto a hacer lo que digo — sonrió él.

Pau bajó la mirada sin darse cuenta de que Pedro no podía verla. Pero Pedro Alfonso podía dar miedo sin intentarlo siquiera. Y estaba segura de que no tendría el menor problema para llevar a cabo cualquier amenaza.

Pedro Alfonso era la fruta prohibida y, para su eterna vergüenza, no podía mirarlo sin pensar en darle otro bocado.

—Tienes una manera muy original de proponer matrimonio, eso desde luego.

—¿Quieres que clave una rodilla en el suelo y te declare mi amor eterno?

El sarcasmo la irritó de tal modo que tuvo que camuflar su reacción bajo una ironía.

—¿Por qué no? Me vendría bien reírme un poco.

Pedro había girado la cabeza, de modo que lo único que podía ver era su perfil.

—Reírse un poco no estaría mal. Estás pensando sólo en los aspectos negativos de este matrimonio, pero también hay un lado positivo. Paula, vamos a ponernos serios un momento.

La sugerencia hizo que Pau torciera el gesto, desconfiada.

—¿Qué quieres decir?

—Tú eres una mujer ambiciosa y yo puedo ayudarte.

—¿Ayudarme? Si voy a llegar a algún sitio, quiero hacerlo por mis propios méritos.

—Muy bien, dejaremos a un lado el nepotismo por un momento. Pero casándote conmigo podrías elegir qué vas a hacer con tu carrera… por tus propios méritos. O podrías decidir dejar de lado tu carrera para cuidar del niño durante un tiempo. En cualquier caso, la decisión sería tuya.

—Eres un buen vendedor —dijo ella, pero el problema de los pactos con el diablo es que suenan bien hasta que lees la letra pequeña y entonces te das cuenta de que has vendido tu alma. Además, ¿qué sacarías tú con este matrimonio?

—El demonio… eso es encasillarme innecesariamente.

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