Paula Chaves hizo una mueca al abrir la puerta del apartamento y oír el chirrido de los goznes. Entró y cerró con llave, que se guardó mientras debatía si encender o no la luz. No quería hacer nada que alertara a Pedro de su presencia. Por lo menos hasta que estuviera preparada.
La luz de la luna llena entraba por el ventanal y alumbraba el camino hasta la sala de estar. Un siseo rompió el silencio y Paula se llevó una mano al pecho. Pero era sólo Horatio, el siamés de su novio. Se agachó a acariciarlo con el corazón desbocado todavía. Su reacción había sido más nerviosa que de miedo, aunque era la primera vez en su vida que hacía algo así.
El gato, que pareció captar su ansiedad, se apartó de ella y se metió debajo del sofá. Paula se incorporó y sacó del bolso la lista que había hecho en el vuelo desde Tempe. Las listas siempre la hacían sentirse en control y empezó a calmarse en cuanto tachó la primera línea.
1 Ir al departamento de Pedro.
Le había dado la llave una semana atrás, pero no había reunido valor para usarla hasta esa noche. En el largo recorrido desde el aeropuerto de Denver, la habían asaltado las dudas, pero había introducido una de sus cintas de motivación en el walkman y estaba preparada para la acción. O casi. Miró la segunda línea de la lista.
2. Desnudarse.
Se desató el pañuelo de seda que llevaba al cuello con dedos temblorosos y lo dejó caer hacia la bolsa que transportaba en la mano. La tela vaporosa atrajo a Tom, que saltó de debajo del sofá y se lanzó sobre ella.
Paula intentó quitársela, pero el animal clavó las uñas en el pañuelo y ella adivinó que era una causa perdida. Hizo caso omiso del gato y de su nuevo juguete y se quitó los zapatos, los pantalones y la blusa. Lo guardó todo bien doblado en la bolsa, sacó un camisón rojo y lo sostuvo ante sí.
La tela transparente y el diseño atrevido dejaban poco lugar a la imaginación, pero la vendedora de la boutique de Tempe donde lo había comprado le había asegurado que a cualquier hombre le parecería irresistible. Aunque quizá fuera mejor no llevar nada.
Descartó esa idea en cuanto se le pasó por la cabeza. Su cuerpo no era perfecto, tenía un pecho corriente y unas caderas anchas. Ésa era una de las razones por las que quería sorprender a Pedro en la oscuridad. El camisón no la cubriría mucho, pero sería mejor que nada.
Después de quitarse el sujetador de algodón, se metió el camisón por la cabeza. El borde acariciaba sus muslos y un estremecimiento recorrió su piel desnuda. Respiró hondo, tomó el bolígrafo y tachó la segunda línea de la lista.
Se había ido de Denver la semana anterior, después de que Pedro le dijera que quería que su relación avanzara hasta el nivel siguiente. Paula necesitaba tiempo para pensarlo antes de tomar una decisión final; había aprendido ya que actuar impulsivamente solía conducir al desastre.
Tom, aburrido ya con el pañuelo, se subió a un sillón y la observó mirar la tercera línea.
3. Perfume.
La minúscula pero cara botellita de perfume que había comprado en Tempe estaba en el fondo de la bolsa, envuelta en varias capas de plástico de burbujas. Según sus investigaciones, ese perfume en particular era el más popular del mercado. Paula se puso unas gotas detrás de las orejas y en las muñecas y el aire se impregnó de aroma a jazmín.
El gato estornudó, saltó del sillón y desapareció en la cocina. Paula confió en que el perfume no le produjera el mismo efecto a Pedro.
Llevaban tres meses saliendo, lo cual era casi un récord para ella. La mayoría de los hombres desaparecían en cuanto les dejaba claro que no se acostaría con ellos por el momento. La pasión a menudo volvía irracional a la gente y ella no estaba dispuesta a caer en esa trampa. Una trampa que había destruido a su familia.
Sacudió la cabeza porque no quería que el pasado interfiriera con el presente. Su decisión de acostarse con Pedro estaba basada en la lógica y el sentimiento. Le gustaba y parecía poseer las cualidades que ella buscaba en un hombre: estabilidad, sentido común y ética del trabajo. Si además resultaban ser compatibles físicamente, podría empezar a considerar un futuro con él.
Pero lo primero era lo primero. Miró la cuarta línea de la lista.
4. Protección.
Sin duda Pedro tendría preservativos, pero ella no quería dejar nada al azar. Había entrado en una farmacia cercana al aeropuerto y había comparado las distintas marcas durante veinte minutos antes de decidirse por una.
La sacó de la bolsa y vaciló, ya que no sabía si llevar la caja entera con dos docenas de preservativos al dormitorio. Sacó uno y lo guardó en la cinturilla de su tanga nuevo de encaje rojo.
Sólo quedaba por hacer una cosa. Respiró hondo. Ahora que había llegado el momento, la asaltaban más dudas todavía. ¿Y si a Pedro no le gustaban las sorpresas? ¿Y si no estaba de humor romántico? ¿Y si ella no le daba placer? ¿O no se lo daba él a ella?
Eran muchas las variables que no podía controlar, pero la única alternativa era retirarse y eso lo había hecho ya muchas veces en el pasado. A sus veintisiete años, estaba preparada para aceptar algo en su vida aparte de su profesión. Había trabajado mucho para pagarse la universidad y se había graduado con honores antes de hacer un máster en Bibliotecas. Ahora quería dedicar el mismo empeño a su vida personal.
Enderezó los hombros y avanzó hacia el dormitorio sin que sus pies descalzos hicieran el menor ruido en la alfombra. Cuando abrió la puerta, la luz de la luna penetró un poco desde la sala en la oscuridad de más allá, dejándole ver la forma del cuerpo de su novio en la cama.
Paula cerró la puerta con la boca seca. La oscuridad aterciopelada que llenaba la habitación la tranquilizó un poco. Soltó el picaporte y avanzó a ciegas en dirección a la cama, guiada por el sonido de la respiración suave y somnolienta de Pedro.
Cuando sus pies chocaron con la cama, supo que había llegado a su destino. De sus labios escapó un gemido suave, seguido del sonido de Pedro moviéndose en la cama. Se quedó inmóvil, confiando en ser tan invisible para él como lo era él para ella.
Porque algo le decía que, si se despertaba y encendía la luz antes de que estuviera preparada, no podría seguir adelante con el último y más importante propósito de la lista.
5. Seducir a Pedro.
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