Con los ojos cerrados, respirando con dificultad por tal atrevimiento. Pau dejó que su mano rozase…
Cuando se apartó de golpe, él soltó una carcajada.
—Te he dicho que había pasado mucho tiempo. Y eso es lo que me haces, cariño.
Colocándose encima, la dejó sentir su erección sobre el vientre y luego, tomando su mano, la puso sobre el duro miembro. Y Pau tuvo que contener un grito.
—Eres increíble…
Esta vez fue él quien se apartó, ahogando su gemido de protesta con los labios. Mientras se besaban con desesperación, sus cuerpos apretados el uno contra el otro como si quisieran ser uno solo, Pau sintió algo que no había sentido nunca y a lo que no podía poner nombre cuando él metió una rodilla entre sus piernas y empujó hacia arriba… un grito escapó de su garganta en el momento de la íntima invasión.
Él le hablaba en voz baja. Pau no sabía lo que estaba diciendo porque no hablaba italiano, pero sonaba muy bonito. Y era maravilloso estar así porque, aunque más o menos sabía lo que seguiría después, estaba deseando vivirlo personalmente.
De modo que se agarró a sus hombros, deslizando los dedos por su espalda hasta llegar a las nalgas…
—Tengo que hacer un esfuerzo para controlarme —le advirtió él.
Pero Pau no quería que se controlase, al contrario. El fuego que había en su sangre le pedía que se dejase ir. Y él pareció entender porque, un segundo después, empezó a empujar con más fuerza, apoyando las dos manos a cada lado de su cara.
Pau enredó las piernas en su cintura, apretándose ansiosamente contra él. La anticipación era tal que pensó que iba a explotar… y lo hizo.
Empezó despacio, como un calambre que la recorría de arriba abajo… y luego una sensación indescriptible que la obligó a cerrar los ojos; la fuerza del clímax arrancando un grito de sus labios mientras él, jadeando, se dejaba ir en su interior.
Luego se quedó inmóvil, sin hacer el menor esfuerzo para romper la íntima conexión hasta unos segundos después.
—No quiero aplastarte, cara.
Pau, a quien le gustaba ser aplastada por aquel cuerpo masculino, no sabía qué hacer hasta que, de repente, él tiró de su brazo para tumbarla de costado.
—Vas a tener frío, ángel —murmuró, cubriéndola con el edredón—. Lo siento, no he dormido en varios días, pero ahora tengo que cerrar los ojos. No te vayas.
Mientras apoyaba la cabeza en su pecho, Pau recordó algo que le había dicho una amiga suya después de romper una turbulenta relación.
—El sexo no es la cura, es una droga. Y a menudo es peor que la enfermedad. Yo prefiero estar sola que necesitar tanto a alguien.
Entonces Pau no lo había entendido, pero ahora sí. No se había sentido sola antes, no había sentido que a su vida le faltaba algo… y ahora sí.
Pero ella era una adulta y no iba a dejar que su vida cambiara por un encuentro fortuito con un hombre carismático, fascinante y lleno de defectos.
Ahora, doce semanas después, Pau se maravillaba de su ingenuidad al pensar que seguir adelante iba a ser tan sencillo. Una sola experiencia le había enseñado que era más fácil decirlo que hacerlo; sobre todo cuando tenía un constante recordatorio de esa noche.
Suspirando, se pasó una mano por el estómago, pensando en cuánto querría a aquel niño, fuera hijo de Pedro Alfonso o no.
—Yo diría que es mejor que siga a pie —le aconsejó el taxista—. El tráfico no se mueve.
Pau miró al hombre, despistada.
—¿Qué? Ah, gracias —murmuró, buscando el monedero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario