Se movió para encender la luz de la mesilla, pero ella se puso encima antes de que pudiera hacerlo. Se sentó a horcajadas en sus caderas y su pelo le rozó el pecho cuando se inclinó para besarle primero la boca y luego la barbilla antes de pasarle la lengua por el pezón. Le agarró las muñecas con las manos y le subió los brazos por encima de la cabeza.
Pedro se esforzó por entregarle el control y dejarle marcar el ritmo. Estaba dispuesto a hacer lo que fuera con tal de que ella no dejara de tocarlo. No sabía si se debía al hecho de hacer el amor en la oscuridad con una mujer anónima o a la mujer en sí, pero estaba muy excitado.
Ella lo llevó hasta el límite con las manos y la boca, le inflamó todo el cuerpo hasta que él ya no pudo soportarlo más. Le agarró las caderas, la colocó encima de él y la penetró con un movimiento fuerte. Emitió un gruñido de satisfacción.
—Sí —suspiró ella.
Él cerró los ojos, casi mareado de deseo. No podía recordar el nombre de ella ni la última vez que se había sentido así, ni si se había sentido así alguna vez. Luego ella empezó a moverse encima y ya no pudo recordar ni su propio nombre.
La chica de su sueño se convirtió en una mujer salvaje, que se movía con un abandono que ponía en peligro el control de él. Se adaptó a su ritmo primitivo y ambos se precipitaron juntos hacia el abismo, impotentes para detenerse o para frenar.
— ¡Pedro! —gritó ella, agarrándose a sus hombros.
Estaba a punto. Él le abrazó las caderas y se hundió todavía más dentro de ella. Ella echó atrás la cabeza y volvió a gritar su nombre. Él la siguió y se lanzó con ella a una caída libre al abismo con un grito ronco de satisfacción.
Cuando volvió a ser él mismo, la encontró acurrucada contra su pecho. La abrazó y ninguno de los dos dijo nada. En aquel momento, él tuvo la sensación de que sus almas estaban tan unidas como sus cuerpos.Una reacción ridícula, ya que no recordaba su nombre. Pensó que por la mañana recuperaría el sentido común y cerró los ojos. Por el momento, prefería disfrutar del sueño.
Paula se despertó sonriente.
Estaba en los brazos de Pedro, con la espalda apoyada en su pecho; la barbilla de él descansaba en su cabeza. La luz del sol penetraba, apagada, por entre las cortinas, y lanzaba sombras doradas sobre la cama. La sonrisa de ella se hizo más amplia y apretó su cuerpo desnudo contra el de él. La noche anterior había sido más maravillosa de lo que imaginara. Pedro era un amante perfecto. Tierno. Entregado. Sensacional.
Se ruborizó al recordar las cosas que habían hecho. Se había tomado tiempo para excitarla de un modo que no habría creído posible. Y ella nunca se había mostrado tan atrevida con un hombre; nunca se había entregado así. Pero al menos ya sabía lo que quería saber: eran compatibles en la cama.
Su noche juntos la había hecho sentirse más cerca de él que nunca antes. Tan cerca como para contárselo todo sobre su vida, para compartir con él su secreto más doloroso. ¿Pero cómo buscar las palabras adecuadas?
Yo envié a mi padre a la cárcel.
Lo último que quería hacer era llevar el pasado a aquella relación. Pero Pedro merecía saber la verdad. Que su madre había dejado a su marido por otro hombre y se había llevado a Paula, de doce años, con ella. Que su padre, Miguel Chaves, se había vuelto loco al perderlas y había hecho algo terrible, algo que Paula todavía no comprendía del todo.
Miguel había recogido a su hija para pasar el fin de semana con ella poco después del divorcio y le había pedido que lo acompañara en una gran aventura. Ella había aceptado, dispuesta a hacer lo que fuera con tal de volver a ver sonreír a su padre. Y sin darse cuenta de que su madre se pondría histérica cuando ella no volviera a la hora acordada. Sin saber que una niña no podía arreglar un corazón roto.
Pasaron un mes y medio viajando de un estado a otro, sin permanecer nunca mucho tiempo en el mismo sitio. Su padre seguía llamando a aquello una gran aventura, pero Paula echaba de menos a su madre, cosa que no podía decirle a su padre sin hacerle llorar.
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