—No tiene por qué ser grosero —lo interrumpió ella—. Y, además, prefiero no pensar en sus necesidades. Lo que quería decir es que necesita el servicio de habitaciones… a menos que piense comer con los dedos, porque la cocina estaba hecha un desastre.
—¿Y debo darle las gracias? Yo sabía dónde estaba todo.
—Ah, ya veo. ¿Quiere que tire las botellas vacías por la habitación para que se sienta como en casa?
—Puedo alargar la mano y tocar todo lo que necesito —el extraño hizo un gesto circular con las manos y, sin darse cuenta, rompió uno de los vasos recién fregados que Pau había dejado en la encimera. El inesperado estruendo de cristal sobresaltó tanto a Pau que dejó escapar un grito.
Y luego se quedó boquiabierta al darse cuenta de que lo había hecho deliberadamente.
—Supongo que ahora esperará que lo limpie. Pues si es así, está muy equivocado.
—No necesito que haga nada —replicó él, con los dientes apretados—. Yo soy más que capaz de… —furioso, dio un golpe sobre la encimera con la palma de la mano.
—Sí, desde luego, se nota que es muy capaz —dijo Pau, irónica—. ¡Dios mío, se ha cortado! —exclamó entonces—. Será tonto, mire lo que ha hecho… —No es nada.
—Ha golpeado los cristales… ¿está ciego o qué?
—Lo estoy.
—Muy gracioso —empezó a decir Pau. Pero cuando levantó la cabeza comprobó que él estaba mirando la pared. Y su exasperación fue reemplazada por el horror al darse cuenta de la verdad: no era una broma absurda, era cierto.
—No puede ver… es usted ciego. Lo siento, no me había dado cuenta —se disculpó.
Pero él apartó su mano cuando intentó tocarlo.
—Déjeme, no necesito su compasión.
Pau miró las gotas de sangre que estaban cayendo al suelo y tuvo que apretar los dientes.
—Lo entiendo.
—¿Qué es lo que entiende?
—Que está enfadado conmigo porque lo he visto… vulnerable. No se preocupe, no voy a contárselo a nadie. Es evidente que está enfadado con el mundo, pero el hecho es que está ciego…
—¿Cree que necesito que una chica de la limpieza me lo recuerde?
Pau apretó los dientes y siguió como si no la hubiera interrumpido groseramente:
—Puede seguir ignorándolo si quiere pero, igual que los platos sucios, eso es algo que no va a desaparecer. Así que, si me permite que haga una sugerencia: ¿por qué no deja de actuar como un tonto y acepta la realidad? Sí, ya sé que no es justo, pero, oh, horror, la vida no es justa.
—Esto no es asunto suyo.
—No, ya lo sé. Y a mí me da igual. Pero no creo que su familia y sus amigos, la gente que le quiere, piense lo mismo. Ahora mismo estarán preocupados por usted…
Habría una esposa o una amante en alguna parte, seguro. Un hombre con su aspecto, un hombre que proyectaba una especie de campo de fuerza y sexualidad como él, no podría vivir como un monje.
El estúpido seguramente pensaría que estaba siendo noble y fuerte apartándose de todo para alojarse solo en un castillo medieval en medio de ninguna parte. Era demasiado testarudo y orgulloso como para admitir que necesitaba ayuda.
—Y mientras tanto —siguió Pau— usted está aquí solo lamiéndose las heridas. Es un egoísta y un cobarde.
Había un gesto de total incredulidad en las facciones del extraño mientras inclinaba a un lado la cabeza para clavar sus ojos en ella.
A Pau le parecía imposible que no pudiese verla.
—¡Cobarde!
Ella estuvo a punto de dar un paso atrás. Porque sabía que los animales heridos solían ser los más peligrosos. Y había algo impredecible y amenazador en aquel hombre.
Si tuviera una onza de sentido común, saldría por la puerta para no volver, pero no lo hizo. ¿Por qué le importaba tanto?, se preguntó. La adrenalina que recorría sus venas podía ser una pista. Pau arrugó el ceño porque no le gustaba nada esa conclusión… ni los sentimientos que el extraño despertaba en ella.
De modo que levantó orgullosamente la barbilla, aunque sabía que él no podía ver el gesto.
—No me importa por qué esté aquí, pero no hay que ser un genio para ver que no ha venido a pasear o a pescar. Y tampoco parece alguien en busca de paz espiritual.
Si lo era, había tomado el camino equivocado, pensó.
—Habla con mucha pasión para ser alguien que no tiene interés en el asunto. ¿Sabe una cosa? En mi experiencia, la gente que necesita meterse en la vida de los demás frecuentemente es que carece de una vida propia.
—Ah, ya veo. Dicen que el ataque es la mejor defensa —replicó ella, irónica—. Pero yo soy muy felíz. No todo el mundo necesita un hombre para llenar su vida.
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