sábado, 21 de mayo de 2016

Extraños En La Noche: Capítulo 6

—Ah, sí —lo interrumpió Buckley—, eso formaba parte del acuerdo de alquiler, pero el dueño volvió antes de tiempo. Y menos mal, porque yo soy alérgico a los gatos.

Pedro sintió un escalofrío de aprensión en la columna.

— ¿Qué dueño?

—El dueño del gato, el que vive ahí — repuso Buckey, rascándose la panza—. Alfonso. Recogió la llave y me dió veinte pavos por las molestias.

Pedro no quería creer lo que oía, pero Claudio Buckley parecía incapaz de inventar nada.

— ¿Le pidió que le enseñara algún carnet?

—¿Y por qué iba a hacerlo? Sabía cómo se llamaba el maldito gato. ¿Y se puede saber quién es usted y por qué hace tantas preguntas?

Pedro apretó los dientes.

—Soy Pedro Alfonso. Le dió usted la llave al hombre equivocado.

Buckley sacó la mandíbula.

—¿Ah, sí? ¿Y por qué no se identifica usted?

Pedro sacó la cartera por segunda vez aquella mañana y mostró el carnet de conducir y el pasaporte.

Claudio Buckley se inclinó para mirar mejor.

— De acuerdo, aquí dice que usted se llama Pedro Alfonso. Pero no se parece nada a él.

Todavía no eran ni siquiera las ocho y Pedro quería ya una copa, pero el dolor de cabeza le hizo desistir.

— Creo que quiere decir que él no se parece nada a mí.

— ¿Eh?

Pedro respiró hondo y procuró no perder los estribos. Buckley no tenía la culpa de que un imbécil intentara fastidiarle.

— Dígame qué aspecto tiene.

Su vecino de enfrente miraba de nuevo la televisión.

—¿Quién?

—Alfonso.

Buckley volvió la vista a él.

—¿Pero no dice que usted es Alfonso?

—Y lo soy. Me refiero al hombre que se hizo pasar por mí.

—¡Ah! —Buckley arrugó la frente—. No me acuerdo mucho. Sólo lo ví un par de veces.

— Inténtelo.

— Alrededor de un metro ochenta. Delgado. Necesitaba un corte de pelo.

— ¿Qué más? —Pedro quería detalles específicos—. ¿El color de pelo, los ojos? ¿Qué coche conducía? Todo lo que recuerde.

— No sé. Yo no me fijo mucho en la gente.

— ¿Lo ha visto alguna vez con una mujer?

Buckley se quedó pensativo.

—De vez en cuando llama una chica a su puerta, pero no me pida que la describa porque no vale la pena recordarla.

En ese caso, no podía ser la chica de sus sueños. Pedro se maldijo interiormente por haberla dejado marchar. No sería fácil encontrarla en una ciudad con más de dos millones de habitantes y tal vez ella fuera la única que pudiera responder a todas sus preguntas.

—Tengo que dejarlo —dijo Buckley—. Me estoy perdiendo el programa.

Antes de que Pedro pudiera decir nada más, le cerró la puerta en las narices. Volvió a su departamento con frustración.

Ya no había duda. Alguien se había hecho pasar por él. ¿Pero quién? ¿Y por qué motivo? Registró el departamento con la esperanza de encontrar alguna pista sobre la identidad del suplantador. Comenzó por el dormitorio, donde lo único que encontró que no fuera suyo fue un calcetín negro detrás de las cortinas.

Cuando entró en la sala de estar, miró las estanterías. Dos libros le llamaron la atención. Se acercó y vió que en el lomo tenían pegado un papel de la Biblioteca Pública de Denver. Los libros no los había sacado él.

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