martes, 24 de mayo de 2016

Extraños En La Noche: Capítulo 11

Ella no dijo nada, pero el color desapareció de sus mejillas.

—Sé que me crees aunque no quieras admitirlo —dijo él con suavidad.

Ella movió la cabeza.

—No sé qué creer. Todo eso puedes haberlo encontrado en los archivos del Pleasant Valley Gazette.

—Mi impostor también —repuso él, dispuesto a terminar aquella batalla entre ellos—. Mira, la verdad es que ese tipo nos ha timado a los dos. Yo no pienso permitirle que se salga con la suya, quiero encontrarlo y quiero que tú me ayudes.

Ella abrió mucho los ojos.

— ¿Y cómo puedo ayudarte yo?

— Supongo que tiene que ser alguien que conozco, alguien que sabía que yo estaría varios meses fuera del país. Hasta sabía que el vecino de enfrente se ocupaba del gato. Fue él el que le dio la llave.

—Pues dile a tu vecino que te ayude.

—Ya lo he probado. No sabe nada. Tú eres la única que puedes ayudarme, Pau.

—Paula —corrigió ella—. Y yo no quiero mezclarme.

— Demasiado tarde. Te mezclaste en el momento en que te metiste en mi cama.

La joven se levantó.

—Un momento que intento olvidar y te sugiero que hagas lo mismo.

Pero él no estaba dispuesto a permitir que volviera a marcharse.

— Es tu elección. O me ayudas voluntariamente o me veré obligado a buscar información por otros medios, como hablando con tus compañeros de trabajo, por ejemplo. Con tus amigos, tu familia, con cualquiera que pueda haberos visto juntos.

Ella lo miró con furia.

—¿Y qué les dirías? ¿Que he salido con un impostor? ¿Que tú y yo...?

— Haré lo que sea preciso para encontrar al que ha hecho esto.

Los ojos avellana de ella echaban chispas.

— ¿Esto es un chantaje?

Pedro pensó en ello un momento.

— Sí.

Ella lo miró con odio.

—Eres despreciable.

—Pero nunca aburrido.

Paula salió del restaurante sin añadir ni una palabra más. Él la siguió, muy consciente del cuerpo exuberante que había bajo aquel traje aburrido. Tal vez lo llevaba por eso, para mantener a raya a los hombres como él. Sin duda lamentaba la noche íntima que habían pasado juntos.

Noche en la que él no podía dejar de pensar, cosa que le sorprendía, ya que raramente se regodeaba en recordar aventuras de una noche. Pero, por algún motivo, esa vez era distinto, lo cual podía explicar su reacción a ella. Siempre le habían gustado los retos.

La alcanzó en la acera.

— Quiero una respuesta.

Ella siguió andando.

— Pues lo siento, pero tengo que volver al trabajo.

— Y yo tengo un encargo esperándome al otro lado del mundo. Puede que sea una molestia para los dos, pero necesito encontrar a ese impostor para poder seguir con mi vida. ¿Me ayudarás?

Ella se volvió a mirarlo.

— No puedo ayudarte. No sé dónde está Pedro. Y me refiero a mi Pedro.

—Los dos necesitamos respuestas — dijo él—. Por eso deberíamos buscarlo juntos.

Ella enarcó las cejas con escepticismo.

— ¿Y cómo propones que lo hagamos?

No hay comentarios:

Publicar un comentario