Paula había llegado a creer que su padre la necesitaba más que su madre, pero no pudo evitar llamar a casa una noche, sólo para volver a oír la voz de su madre y para decirle que se encontraba bien.
Las autoridades localizaron la llamada y los detuvieron en Missouri. Los llevaron de vuelta a Colorado, donde su padre fue condenado a un año de cárcel por secuestro. Su gran aventura se había convertido en un gran desastre.
Paula cerró los ojos y suspiró, sabedora de que no podía seguir esquivando las preguntas de su novio sobre su familia. Cuanto antes le dijera la verdad, antes podrían seguir adelante con sus vidas. Esa noche habían comprobado que estaban hechos el uno para el otro, había visto que podía confiar en él.
Pedro se movió a su lado y Paula sintió una sensación rara en el vientre al pensar en hacer de nuevo el amor con él. Lo estaba deseando y, a juzgar por el bulto que se apretaba contra sus nalgas, él también.
Se volvió a besarlo... y se encontró con la cara de un desconocido.
Lanzó un grito de horror y saltó de la cama, arrastrando consigo la sábana de raso negro. La apretó contra su pecho con el corazón desbocado en el pecho.
— ¿Quién eres tú?
El hombre enarcó las cejas y se incorporó sobre un codo.
— Yo iba a preguntarte lo mismo.
No parecía importarle estar desnudo. Flexionó los músculos de los hombros y ella no pudo evitar notar las marcas del bronceado en la cintura y los muslos ni su impresionante erección. Levantó la vista con la cara roja.
Aquello no podía estar pasando. Lo había planeado todo con cuidado. Pero algo había salido mal. Ese hombre no era Pedro. Su prometido tenía pelo rubio y ojos azul claro y ese hombre tenía la piel bronceada, con pelo espeso castaño y ojos marrones que parecían atravesar la sábana con la que se tapaba ella.
Ciertas zonas de su cuerpo le recordaron lo que ese hombre le había hecho la noche anterior, lo que habían hecho los dos juntos. Lo miró a los ojos y supo que él pensaba en lo mismo. Tragó saliva y se retiró más todavía de la cama, hasta que su espalda chocó con la pared.
— ¿Ocurre algo? —preguntó él, con el ceño fruncido.
Ella respiró hondo.
—Ha habido un error terrible.
Él parpadeó, se sentó en la cama, se volvió de espaldas y se agachó para levantar su calzoncillo azul marino del suelo.
— Es un poco tarde para arrepentimientos, ¿no te parece?
¿Arrepentimientos? Él no podía saber hasta qué punto se arrepentía de lo ocurrido. ¿Cómo se lo iba a explicar a su novio? No la creería. Sobre todo porque los dos hombres eran físicamente muy diferentes.
La oscuridad le había impedido ver esas diferencias la noche anterior, pero debería haber sido capaz de palparlas. Ese hombre tenía el pecho y los hombros más amplios y el vientre muy musculoso. En su defensa, podía decir que nunca había visto a su novio sin ropa y que no esperaba encontrarse a otro hombre en su cama.
— ¿Te importa decirme qué haces aquí?— preguntó.
Él la miró como si estuviera loca.
— Vivo aquí.
—Aquí vive Pedro Alfonso—replicó ella.
Reconocía los muebles de madera de roble del dormitorio, el arte africano que colgaba de las paredes y la alfombra persa de colores colocada encima de la moqueta beige.
—Yo soy Pedro Alfonso—él la miró a los ojos—. ¿No recuerdas que anoche me llamabas por mi nombre?
Ella no estaba de humor para recordar.
—Tú no eres Pedro. Yo conozco a mi novio.
Él frunció el ceño, se puso los calzoncillos y se levantó. Era por lo menos diez centímetros más alto que su novio y pesaría unos quince kilos más. ¿Cómo podía haber dejado que ocurriera aquello? Pedro jamás la creería.
— Mira —dijo él—. No sé cuál es tu problema, pero yo soy Pedro Alfonso. Este es mi departamento. Mi cama.
— Eso es imposible.
— ¿Quieres ver algún carnet? —preguntó él.
Se acercó a la cómoda, tomó su cartera y sacó el carnet de conducir y el pasaporte.
Allí estaban su nombre y su foto. Paula se preguntó si todo aquello sería una pesadilla. Se volvió y salió a la sala de estar, donde sacó el pantalón y la blusa de la bolsa. Él la siguió.
— Ahora dime quién eres tú y cómo entraste en mi departamento.
Paula se tapó con la sábana hasta la barbilla y se vistió con rapidez. No tenía intención de darle a aquel desconocido ni su nombre si ninguna otra información. Ya conocía demasiadas cosas de ella.
— Hay algo que no encaja —dijo, más para sí misma que para él—. Yo conozco este departamento, conozco a Tom, conozco a Pedro Alfonso. Y no eres tú.
— Puedes llamar a mi madre si quieres —dijo él—. Te dirá que ése ha sido mi nombre desde el día en que nací hace treinta años. También te dirá que he pasado cuatro meses haciendo fotos por Sudamérica. Regresé ayer.
Tenía que ser mentira. ¿Le habría, hecho algo a Pedro? Terminó de vestirse y dejó caer la sábana al suelo. La blusa estaba mal abrochada, pero se hallaba demasiado alterada como para preocuparse por eso.
El hombre se acercó a ella.
—Creo que deberíamos empezar de cero.
Paula miró el bulto en sus calzoncillos. ¿A qué se refería exactamente con eso? No pensaba quedarse lo suficiente para descubrirlo. Tomó la bolsa y corrió hacia la puerta.
— ¡Eh, espera un momento! —dijo él.
Ella oyó sus pasos y estuvo a punto de tropezar con el gato, pero llegó a la puerta antes que él, la cerró de golpe y corrió al ascensor, situado en el extremo del largo pasillo.
Por suerte, las puertas del ascensor se abrieron en cuanto apretó el botón. Entró deprisa y se volvió a tiempo de verlo salir al pasillo vacío. Iba todavía en calzoncillos y su cara mostraba una expresión confundida.
Pero la confundida era ella. Él afirmaba ser Pedro Alfonso. Y eso no tenía sentido.
Apretó varios botones en el panel del ascensor, sin importarle dónde terminara siempre que él no la siguiera. Quería alejarse lo más posible de aquel hombre y olvidar lo ocurrido esa noche.
Pero cuando se cruzaron sus miradas en el último instante antes de que se cerrara el ascensor, intuyó que no sería fácil olvidarlo.
En consecuencia, tendría que conformarse con no volver a verlo jamás.
Wowwwwwwww, ya me atrapó esta historia.
ResponderEliminarMuy buen comienzo! que caro le salió al novio de Paula hacerse pasar por otro! jajaja
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