jueves, 12 de mayo de 2016

Las Tinieblas De Mi Vida: Capítulo 31

—Pues claro que es lo mejor.

—La triste verdad, Paula, es que te has casado conmigo porque estabas desesperada y necesitabas ayuda económica.

La pragmática descripción hizo que Pau se pusiera colorada.

—¿Crees eso de verdad?

¿Cómo podía ser tan intuitivo para algunas cosas y tan tozudo para otras?

—Pero no estoy en posición de criticar, Paula.

No, pero pensaba que era algo parecido a una buscavidas. Pau dejó escapar un suspiro. Quizá era mejor que pensara eso.

—¿De verdad crees que me casé contigo por tu dinero?

¿Y no era cierto, en realidad?

Claro que nada era tan simple como podría parecer. Desde que lo vió emocionarse mientras le describía a su hijo había sido una lucha seguir pensando en él como un hombre frío, despótico y amargado.

Pedro Alfonso era un hombre complejo y fascinante capaz de grandes pasiones cuyo gran pecado era no amarla y, sin embargo, estaba decidido a hacer lo que tuviera que hacer por su hijo.

—Creo que te has cargado con un marido ciego porque quieres lo mejor para tu hijo. Eres la última mujer en el mundo a la que acusaría de ser avariciosa, Paula.

—Podrías habérmelo dicho antes de la boda.

—Entonces me habría arriesgado a que dijeras que no —le confesó él.

Pau dejó escapar un suspiro. Aquélla iba a ser su vida y sería mejor acostumbrarse. No podía tener su corazón, pero lo tendría a él. Aunque no podía ni pensar que algún día Pedro le entregase su corazón a otra mujer… Esa era su pesadilla.

—Bueno, ahora estamos casados y vamos a tener un hijo. Vamos a ser una familia, así que no lo estropees —le advirtió—. Y recuerda que estás a prueba.

Cuando empieces a sentir algún impulso maquiavélico… no sé, date una ducha.

—No te merezco —dijo él, con más humildad que nunca.

—Eso desde luego.

—Lo celebraremos con champán cuando nazca el niño.

Pau giró la cabeza y se quedó sorprendida al ver que estaba pegado a ella, tan cerca que podía oler su aroma masculino.

—Lo que has hecho es algo muy importante, Paula.

—Bueno, yo también quiero que nuestro matrimonio funcione. Sé que tú no tuviste una familia cuando eras niño, pero yo sí la tuve y sé lo importante que es. Tuve una infancia estupenda y quiero lo mismo para mi hijo —le explicó.

—Y yo te lo agradezco infinito.

Ella suspiró, sacudiendo la cabeza.

—Puedo hacer algo de comer si te apetece… ¿un filete y una ensalada? No sé tú, pero yo estoy hambrienta. Voy a quitarme el vestido, vuelvo enseguida.

Cuando salió de la cocina tuvo que apoyarse en la pared y cerrar los ojos. Por el momento, se estaba manejando con la gracia de una bailarina borracha. Había estado a punto de decirle que la única razón por la que lo había perdonado era que estaba enamorada de él.

Arriba, en el dormitorio principal, encontró la ropa que Pedro le había prometido colocada en ordenados montones sobre la cama.

Lo que necesitaba, se dijo, era una estrategia.

¿Pero cuál?

Suspirando, se quito el vestido y, después de doblarlo cuidadosamente y dejarlo sobre la cama, se acercó a la ventana que daba al lago.

No tenía ni idea del tiempo que había estado allí pérdida en sus pensamientos y sólo cuando empezó a temblar de frío, porque la combinación de seda que llevaba no servía de nada en la fría Escocia, se dio cuenta de que había salido la luna. Suspirando, cerró las cortinas de pesado terciopelo rojo… —No, déjalo.

Pau, que no lo había oído entrar en la habitación, se sobresaltó al oír su voz. Y cuando volvió la cabeza se quedó aún más sorprendida al ver que sólo llevaba una toalla a la cintura.

—Pensé que estabas abajo.

¿Tanto tiempo llevaba mirando por la ventana que él había tenido tiempo de darse una ducha?

—Como ves, no es así.

—Deberías haberme llamado —le dijo entonces, enfadada. Lo imaginaba tendido, inconsciente, en el suelo. El castillo no tenía cuartos de baño en las habitaciones y el más cercano estaba al final de una empinada escalera—. ¿Cómo has podido…?

—Conozco el sitio, así que sé cómo moverme.

—Ya veo —Pau estaba viendo mucho más de lo que quería porque la toalla era muy pequeña y su cuerpo nada menos que perfecto.

El brillo de sus ojos enviaba olas de fuego por el cuerpo de Pedro. Estaba viendo los sentimientos de Paula en su rostro, tan expresivo. Y que lo mirase de ese modo era embriagador y más excitante que nada en toda su vida.

Pero si le dijera que podía verla, ella daría un paso atrás.

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