martes, 17 de mayo de 2016

Las Tinieblas De Mi Vida: Capítulo 38

—Si le quieres, supongo que querrás que sea felíz.

—Pedro es felíz.

—Seguro que finge serlo, pero piénsalo…

—¿Qué tengo que pensar? —la interrumpió Pau, aunque sabía perfectamente de qué estaba hablando.

—Mira, no quiero ser cruel…

—Pero vas a serlo de todas formas, ¿verdad?

—¿Tú eres la clase de chica que atrae a hombres como Pedro Alfonso? Por favor, es evidente que no está a tu alcance.

—Tú no sabes nada sobre mí y mucho menos quién o qué está a mi alcance.

—Seguro que tú eres una buena chica, pero Pedro es un hombre y los hombres no están interesados en la personalidad o en la bondad. Un hombre en la posición de Pedro tiene que dar cierta imagen y su mujer es parte de esa imagen.

—Una esposa trofeo quieres decir.

La rubia se encogió de hombros.

—Si quieres llamarlo así…

Unos meses antes, cuando Pedro Alfonso sólo era un nombre en un artículo periodístico, ella podría haber estado de acuerdo. Incluso podría haber dicho lo mismo si alguien le hubiera preguntado su opinión sobre el millonario.

Pero las cosas habían cambiado.

—A Pedro le importa un bledo lo que la gente piense de él.

—Me parece que yo lo conozco un poco mejor que tú —replicó Candela.

—¿De verdad crees que es tan frívolo?

Por primera vez, la rubia perdió su aire condescendiente.

—¡Es un hombre!

Un hombre que había apretado su mano con fuerza mientras le descubría las imágenes que veía en la ecografía. No, el hombre con el que se había casado era muchas cosas, pero no era un frívolo.

—Tú no estás enamorada de Pedro, ¿verdad? Creo que ni siquiera te cae bien.

—La cuestión es que tampoco está enamorado de tí —replicó Candela—. No es por eso por lo que se ha casado contigo. Tú lo has atrapado quedándote embarazada. De no haber estado ciego, no te habría hecho ni caso.

Sólo el orgullo impidió que Pau se encogiera ante tan calculada crueldad.

—Yo no intentaba atraparlo.

—Te quedaste embarazada.

—No lo hice sola.

Respirando profundamente, la rubia se levantó con toda dignidad. Pau hizo lo mismo, pero de inmediato se sintió en desventaja.

—Mira, he hecho un esfuerzo. He intentado ser amable…

—Lo dices como si la conclusión fuera que Pedro va a dejarme por tí.

Candela sacudió su larga y lisa melena, riendo.

—Lo único que tengo que hacer es esto —dijo, chascando los dedos.

—Pues entonces hazlo —le aconsejó Pau—. Pero yo no pienso rendirme sin luchar.



Cuando oyó la voz de Pedro en el pasillo una hora después, Pau había decidido pedirle el divorcio. Se había hecho la fuerte delante de Candela, pero no quería ser el premio de consolación para nadie. Podía quedarse con la rubia y que fuera felíz. Ella no iba a competir por los favores de ningún hombre.

—¡Y espero que se hagan felices el uno al otro! —masculló, con los dientes apretados.

Pero cuando él entró en el salón diez segundos después, había cambiado de opinión. ¿Por qué iba a darle la libertad? ¿Por qué iba a ponerle las cosas tan fáciles a aquella horrible mujer?

Por su hijo, al menos debería luchar. Además, por irritante que fuera Pedro, de verdad pensaba que se merecía algo más que aquella frívola y cruel rubia.

Pedro tardó dos segundos en descubrir que algo no iba bien. El tormentoso brillo en los ojos azules lo dejaba bien claro.

—Ah, vaya, por fin apareces. Supongo que debería estarte agradecida.

—¿Qué he hecho ahora?

—Nada, absolutamente nada —murmuró Pau.

—¿Vas a contarme qué ha pasado, cara?

—Que mientras estabas fuera he decidido pedir el divorcio.

La expresión de Pedro seguía siendo inescrutable.

—¿Vas a explicarme por qué?

No era fácil pensar cuando sus ojos negros se clavaban en ella de esa manera.

—No tengo por qué darte explicaciones.

—Considerando que acabamos de volver de nuestra luna de miel, ¿no te parece un poco prematuro? ¿Y qué te hace pensar que yo te daría el divorcio?

Pau se encogió de hombros.

—Da igual lo que digas, he tomado una decisión.

—¿Y puedo saber qué he hecho para merecer ese castigo? —suspiró él.

—¡No me hables en ese tono tan paternalista!

Pedro se acercó en dos zancadas para tomarla por los hombros.

—¿Y qué tono debo usar cuando mi mujer me anuncia que quiere el divorcio? ¿Tú sabes lo que duele eso?

Pau apretó los puños, pero en cuanto cerró los ojos su rabia se convirtió en tristeza y un sollozo escapó de su garganta.

—¿Paula…?

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