martes, 24 de mayo de 2016

Extraños En La Noche: Capítulo 9

Pedro, sentado en una mesa de Spagli's, se preguntaba qué mujer aparecería, si la chica de sus sueños o el dragón hermético de la biblioteca. Con el pelo recogido y el traje uniforme le había costado reconocerla. Y su actitud había sufrido también un cambio radical.

Cosa que le parecía muy bien. Él no necesitaba complicar aún más aquel lío deseando a la novia de su impostor, una mujer que, según la placa de su mesa, respondía al nombre de Paula Chaves.

Pedro se echó atrás en la silla. Nunca antes había hecho el amor con una mujer que se llamara Paula; ni tampoco había conocido a nadie como ella, puritana en el aspecto exterior pero caliente y apasionada por dentro.

Cuando la vió entrar en el restaurante, se recordó que podía no ser tan inocente como aparentaba. La observó avanzar hacia la mesa intentando valorarlo con la mirada. Caminaba con paso firme, con la cabeza alta y las mejillas sonrojadas de indignación. Apretaba un bolso gris de piel a juego con el color de su traje. Pedro decidió que le gustaba mucho más desnuda.

Miró el movimiento de las caderas y las piernas largas debajo de la falda gris, las mismas piernas que lo habían abrazado mientras lo montaba el sábado por la noche. Al recordarlo se excitó hasta el punto de que le resultó incómodo levantarse a recibirla.

— Muy puntual —dijo.

— Acabemos con esto de una vez —ella se sentó y apartó la carta que tenía delante.

A pesar de su impaciencia, él tenía intención de ir despacio.

—¿Pedimos un vaso de vino?

Ella lo miró a los ojos.

— Mira, no sé lo que quieres de mí, pero no creo que esto sea un encuentro social.

—¿Puedo llamarte Pau?

— No, no puedes —replicó ella.

Su frialdad lo intrigaba, aunque sabía que era sólo teatro. ¿Por qué sentía la necesidad de esconderse detrás de esa mujer estirada? ¿A quién pretendía engañar?

— ¿Cómo te llamaba el impostor? —preguntó.

—¿Quién? — ella achicó los ojos—. Si te refieres al auténtico Pedro, me llama «Paula».

Él se echó hacia delante.

— Yo soy el auténtico Pedro Alfonso. Así que, si no estás metida en ese complot para robarme mi vida, demuéstramelo.

— ¿Cómo? Si de verdad tú eres Pedro Alfonso, ocurre algo grave.

— Sí, que tu supuesto novio te ha engañado.

Ella levantó la cabeza.

—Ésa es una posibilidad que me niego a considerar.

Pedro se preguntó qué clase de hombre podía inspirar tanta lealtad. ¿No sabía ella que los hombres mentían continuamente? Él mismo lo había hecho a menudo para no herir los sentimientos de una mujer cuando quería terminar con ella.

Tenía la costumbre de decir por adelantado que sólo buscaba pasarlo bien, pero, por alguna razón, no parecían creerle. Todas pensaban que ella podía ser la que le hiciera cambiar de idea y lo llevara al altar y a una vida de normas y responsabilidades. Él había renunciado a eso años atrás, al renunciar a la posibilidad de estudiar Derecho en Yale.

Una decisión que nunca había lamentado. Recordaba bien el día en que su compañero de cuarto en la universidad entró en el dormitorio y le dijo que la revista Adventurer había convocado un concurso de fotografía. Hasta entonces las fotos habían sido sólo un hobby para él.

Nadie en la familia Alfonso, y él menos que nadie, había pensado que pudiera ser fotógrafo de profesión. Se esperaba que estudiara Derecho y entrara en el bufete de su padre en Pleasant Valley.

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