— ¿Nunca te han dicho que eres un mandón?
—Nadie es perfecto —repuso él.
Se acercó a la cocina.
— Lo digo en serio. Primero me chantajeas para que te ayude a buscar a mi novio, luego me emborrachas y ahora me robas los zapatos.
—Yo no te emborraché —replicó él.
Pasó la sartén del fuego a la mesa, la colocó encima de un pie de bronce y soltó la tortilla con una cuchara grande.
—Tú me pasaste el vaso de té irlandés que te dió Lorena sin molestarte en decirme que no era té.
Él asintió con la cabeza.
—De acuerdo, admito que eso fue un error. Pero no lo hice para emborracharte. Pensé que podía ayudar a que te relajaras un poco; estabas muy tensa.
—Yo no necesito relajarme —dijo ella entre dientes—. Y a eso me refería. Tú decides lo que tengo que hacer yo. Y no me gusta nada que me escondas los zapatos.
Se sentó a la mesa y levantó el tenedor. Él se instaló enfrente de ella.
— Lo he hecho porque sabía que te irías sin comer nada y necesitas echarte algo al estómago.
Paula tomó un mordisco de tortilla y estuvo a punto de lanzar un gemido de placer. Pero no quería darle a Pedro la satisfacción de saber lo buena que estaba la comida ni lo hambrienta que se sentía ella. Procuró ir despacio, pero su mitad de tortilla casi había desaparecido antes de que él diera el primer mordisco.
— ¿Está buena? —preguntó él, con ojos chispeantes.
— Sólo quiero mis zapatos —replicó ella—. Me comería lo que me pusieras con tal de salir de aquí.
Tomó un trago de zumo de naranja.
— ¿Conoces el hotel Pines, cerca del parque de Red Rocks? —preguntó él de pronto.
— No. ¿Por qué?
— Porque el Jueves por la noche hay una entrega de premios a la que me gustaría que me acompañaras.
Ella lo miró.
— ¿Crees que mi novio estará allí?
— Estará toda la profesión. Creo que es muy posible que él también. Sobre todo porque creo que sí estuvo enredando en mi laboratorio.
Ella volvió su atención a la tortilla.
— Lo siento, pero esa noche no puedo. Ya tengo planes.
—¿Planes? —él arrugó el ceño—. ¿Y no puedes cambiarlos? ¿Qué puede ser más importante que encontrar a mi impostor?
—Yo tengo una vida propia —ella terminó la tortilla y apartó el plato. El orgullo le impidió pedir más—. El jueves por la noche no me viene bien.
—El banquete no empieza hasta las ocho.
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