— Háblame de Río.
Paula tomó un sorbo del té frío y le sorprendió el fuerte sabor a menta. No le gustaba especialmente la menta, pero tenía tanta sed que le daba igual. Tomó un segundo trago y miró a su alrededor.
La mayoría de los presentes parecían más jóvenes que ella. Y también más despreocupados. Suponía que cualquiera que trabajara para esa revista no podía tomarse la vida muy en serio. Como Pedro, quien en ese momento hablaba de parapente en Brasil.
Pero una cosa resultaba evidente. Aquel hombre era Pedro Alfonso. Todos allí parecían conocerlo. Varias personas lo habían saludado agitando la mano o le habían hecho el signo de la victoria al pasar.
Lo que implicaba que su novio le había mentido desde el principio. Y aunque ya sospechaba que había sido así, una parte de ella quería aferrarse a que había tenido un buen motivo para ello. Pero para descubrirlo tendría que encontrarlo.
Tomó otro trago del té de menta y se esforzó por no sentirse muy fuera de lugar. Allí todos parecían conocerse y no parecía posible que su novio estuviera entre ellos. Sin embargo, Pedro sostenía que su impostor era alguien al que conocía.
Se separó de él y empezó a moverse por la zona de recepción. Varias personas la miraron con curiosidad, sin duda porque les sorprendía que fuera con Pedro. Terminó el vaso de té y aplastó un cubito de hielo con los dientes. Se había saltado la comida y la cena y sabía que debería comer algo, pero los aperitivos no le llamaban la atención. Dudó un momento entre el sushi y el pulpo y acabó optando por rellenar el vaso de té de menta.
Con él en la mano, miró a su alrededor. Grandes murales de fotografía cubrían las paredes. Escenas de junglas, montañas y gargantas profundas. Lugares exóticos a los que Pedro seguramente habría viajado en sus encargos de trabajo. Lugares sobre los que ella sólo había leído en los libros. La gente hablaba de paracaidismo y parapente, o de un encuentro peligroso con un elefante macho en la India.
Reprimió un escalofrío y bebió más té. Aquellas personas parecían disfrutar del peligro y ella siempre hacía lo posible por evitarlo, pero al oírlos no podía evitar preguntarse si no se estaría perdiendo algo.
Se sentía de pronto vieja y aburrida. Llevaba un vestido apropiado para una mujer de cincuenta años y no tenía historias emocionantes que contar. A menos que contara la vez que intentaron atracarla al salir de la biblioteca.
Llevaba consigo un libro de dos mil páginas, Historia de la civilización humana y golpeó con él a su atacante en un lado de la cabeza; el atracador quedó atontado y ella pudo escapar.
Recordaba todavía la adrenalina y la sensación de triunfo que había sentido durante horas. Una sensación que no había vuelto a experimentar... hasta el sábado por la noche en casa de Pedro.
Terminó su vaso y volvió a llenarlo de la jarra que había en el mostrador. Ya no tenía sed, pero estaba más cómoda con algo en las manos. Se dispuso a buscar a su acompañante, pero no conseguía encontrarlo. Frunció el ceño y miró la multitud de desconocidos confiando en que no la hubiera abandonado allí. Lorena tampoco estaba por ninguna parte; a lo mejor se habían marchado juntos.
—Saludos —dijo una voz a sus espaldas.
Se volvió y vió a un joven con el pelo naranja. Llevaba vaqueros negros y camiseta también negra con tibias y calavera bordadas en hilo naranja en el bolsillo.
—Hola —miró sus ojos verdes y francos.
—Soy Diego Wodesky, pero todos me llaman Woody.
—Paula Chaves—ella le estrechó la mano—. Encantada de conocerte.
— Me ha sorprendido verte llegar con Pedro. Creía que esta noche vendría solo.
— Ha cambiado de planes.
— Eso veo. ¿De qué se conocen?
Paula tomó un sorbo de té mientras pensaba cómo responder a esa pregunta.
—Nos tropezamos un día.
—Alfonso es un gran tipo —sonrió Woody—. Un poco estirado a veces, pero, después de todo, ya ha cumplido los treinta.
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