martes, 24 de mayo de 2016

Extraños En La Noche: Capítulo 10

Pero todo cambió cuando ganó aquel concurso. Además del premio en metálico, recibió una oferta de trabajo de la revista y tardó tres días en decidir entre el mundo aburrido de las leyes o el emocionante y peligroso mundo de la fotografía al aire libre.

Al final, su ansia de aventuras se impuso a la seguridad de una carrera como abogado.

Su editor lo valoraba mucho porque estaba dispuesto a ir a cualquier parte y hacer lo que fuera preciso por perseguir la foto perfecta. Tenía algunas muy buenas, pero ninguna que lo complaciera por completo; seguía buscando la foto que definiera su carrera y para lograrla estaba dispuesto a colgarse de una montaña en Nepal o bajar en canoa por el Amazonas.

Pedro jamás eludía el peligro y la idea de perseguir a su impostor hacía que le subiera la adrenalina. Le gustaban los retos, ya se tratara de perseguir leones en África o seguir la pista a un ser humano.

— ¿Por qué has insistido en que nos viéramos?. He mirado los libros que has traído y los sacaron a nombre de Pedro Alfonso, así que no puedo hacer nada más por ayudarte.

El hombre sonrió.

— Tal vez no, pero quería volver a verte.

—Esto no es una broma.

Pedro sintió cierta culpabilidad. Si de verdad la había engañado su impostor, tenían que ser aliados, no enemigos. Pero antes ella tenía que ganarse su confianza.

—Háblame de tu novio.

— ¿Qué quieres saber?

— Todo, pero empecemos con lo más básico. La descripción física.

— No se parece nada a tí. No es tan alto, tan grande ni tan...

— ¿Bueno en la cama? —aventuró él.

—Iba a decir maleducado —replicó ella, ruborizándose—, pero no quería ofenderte, aunque es evidente que no debería haberme preocupado por eso.

Pedro no quería avergonzarla, pero los modales austeros de Paula lo provocaban y no podía evitar querer que se ruborizara e intentar ver en ella un asomo de la mujer apasionada que sabía que en realidad era.

— Continúa. ¿Qué más puedes decirme del señor Perfecto?

— Yo no he dicho que sea perfecto, pero es muy responsable y maduro.

— O sea, aburrido.

Ella levantó la barbilla.

—Al contrario; mi Pedro es todo lo que una mujer pueda desear en un hombre.

—Excepto porque los últimos meses ha vivido con mi nombre, en mi departamento y con mi gato.

—Sobre eso sólo tenemos tu palabra.

Él se encogió de hombros.

— Ya te he dicho que puedes llamar a mi madre. ¿Qué más puedo hacer para probar que digo la verdad?

— Dime algo de Pedro Alfonso, de su pasado, su trabajo, su vida... Porque yo he investigado un poco y seguramente me sé su vida mejor que tú.

— Nací en Pleasant Valley —sonrió él—, un pueblo de cinco mil doce habitantes. Mis padres son Ana y Horacio Alfonso. Mamá es cocinera en el instituto y mi padre es abogado.

— Todo eso es fácil de encontrar. ¿Por qué no eres más específico?

—Quizá deberías haber interrogado así a mi suplantador antes de empezar a salir con él.

—. Quizá tú deberías decirme más detalles personales sobre Pedro Alfonso—ella enarcó las cejas—. ¿O no sabes ninguno?

Él aceptó el reto.

—Me rompí el tobillo jugando al béisbol en el último curso de instituto, pero ganamos el torneo de todos modos. Estudié Justicia Criminal en la Universidad de Colorado y me admitieron en la Facultad de Derecho de Yale, pero decidí dedicarme a viajar por el mundo.

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