Se le hizo un nudo en la garganta. Si despertaba al día siguiente de nuevo en el mundo de la oscuridad, llevaría siempre con él el recuerdo de ese rostro.
Había habido ocasiones durante los últimos días cuando, con ella entre sus brazos, fantaseaba con despertar por la mañana para ver su rostro. Nunca había esperado que ocurriese, pero cuando ocurrió Paula no estaba allí.
Su primer instituto había sido decírselo. Incluso había levantado el teléfono con intención de hacerlo, de compartir el milagro.
Pero luego escuchó su voz adormilada al otro lado y pensó: ¿y si no era un milagro? Quizá volvería a perder la vista tan abruptamente como la había recuperado.
De modo que guardó silencio. Quería estar seguro del todo.
—Si ha recuperado la vista, señor Alfonso.
Pedro había tenido que contener la impaciencia.
—No hace falta que me lo diga, eso ya lo sé. Lo que necesito saber es si voy a perderla otra vez. ¿Voy a despertar mañana ciego de nuevo?
El médico no quería comprometerse.
—No sabremos si es permanente hasta que hagamos más pruebas. Y hay que hacerlas ahora mismo.
—No, me temo que hoy no va a poder ser. Hay otras cosas que prefiero ver antes que su cara.
El oftalmólogo no estaba para bromas y le habló con toda firmeza:
—Debo recomendarle que permanezca en el hospital hasta que hayamos terminado con las pruebas.
Pedro replicó, con la misma firmeza pero en términos bastante más impertinentes, que iba a casarse esa tarde y nada ni nadie podría evitar que lo hiciera.
Ahora, cuando la ceremonia estaba a punto de terminar, no lamentaba su decisión. Había visto el rostro de Paula y nadie podría robarle eso.
Pero, al ver su solemne expresión, Pau se sintió más triste que nunca. Porque parecía haberse dado cuenta de la enormidad de lo que acababan de hacer… y parecía lamentarlo.
Incluso pensó que no iba a aceptar la invitación del oficiante para que besara a la novia. Estaba bajando la cabeza, desolada, cuando Pedro levantó su barbilla con un dedo.
—No tienes por qué —murmuró. De repente, no podía soportar aquella mentira. Quería con todo su corazón que fuera real, pero sabía que eso no iba a pasar—. No hay necesidad de fingir.
Aunque sabía que era imposible, le pareció que él mantenía su mirada mientras rozaba sus labios con una caricia suave como la de una mariposa.
—No estoy fingiendo. Estamos casados, cara —dijo él—. Esto es real, no una mentira.
El brillo que había en sus ojos la mareaba, despertando un deseo que estaba siempre bajo la superficie.
—Te beso porque te deseo y tú me deseas a mí, no para satisfacer a una audiencia. Tú quieres que te bese, ¿verdad, cara?
Pau había olvidado que Nan y su novia estaban allí.
—Sí.
Él buscó su boca en un beso exquisitamente tierno que llevó lágrimas a sus ojos. Y cuando levantó la cabeza se quedó inmóvil, petrificada.
Pedro miró su rostro y sintió algo tan poderoso que, por un momento, no podía respirar. Desde que supo del embarazo se había dicho a sí mismo que era un tipo estupendo porque iba a hacer el supremo sacrificio de casarse con la madre de su hijo.
Sacrificio… qué mentira. Había actuado de manera totalmente egoísta. Su vida no tendría sentido alguno sin aquella preciosa e irritante pelirroja.
Paula abrió los ojos y él sintió como si alguien hubiera metido una mano en su pecho para arrancarle el corazón. Cuando le dijese que había sido culpa suya que la despidiera lo odiaría.
El funcionario se aclaró la garganta.
—Perdonen, pero tengo que celebrar otra boda a las cuatro y media…
—Ah, sí, bien —Pau puso una mano en el brazo de Pedro y le dijo al oído que había dos escalones.
—Aunque agradezco que no quieras herir mis sentimientos, sería más fácil si me apoyara en tí.
—Sí, por supuesto —murmuró ella, nerviosa.
Claro que eso no importaba porque, supuestamente, las novias debían estar nerviosas, emocionadas, felices. Ella no era feliz, pero Sabrina, la novia de Nan, no parecía darse cuenta de que faltaba el ingrediente principal en aquella ceremonia y tenía lágrimas en los ojos.
—¿Dónde vais a ir de luna de miel?
—No nos vamos de luna de miel.
—Ah, qué pena —murmuró la joven, cortada.
—Pedro tiene una reunión de negocios mañana y…
—Sí nos vamos de luna de miel.
Pau lo miró, perpleja.
—¿Qué?
—Que nos vamos de luna de miel. ¿No te lo había dicho?
—No entiendo nada —dijo Pau cuando subieron al coche—. Habíamos acordado que no habría luna de miel. Tú tienes cosas urgentes que hacer…
—Ha habido un cambio de planes —la interrumpió Pedro.
—Un cambio sobre el que no te has molestado en consultarme —replicó ella, sin entender por qué estaba tan molesta cuando debería estar dando saltos de alegría—. Supongo que así es como va a ser estar casada contigo.
—Cualquiera diría que lo lamentas.
—No va a ser una luna de miel, ¿verdad? Vas a llevarme a algún viaje de negocios para poder vigilarme… ¡no confías en mí! —lo acusó.
—No, en realidad es un gesto romántico, cara. Estoy siendo espontáneo.
El sarcasmo le pareció innecesariamente cruel y Pau volvió la cabeza para esconder las lágrimas que habían asomado a sus ojos.
—¿Dónde vamos a ir? —le preguntó después.
—He pensado que podríamos volver al sitio en el que nos conocimos.
Ella se quedó boquiabierta.
—¡Al castillo de Escocia! ¿Lo dices en serio?
—Completamente en serio. Pensé que te gustaría.
—Pero mi hermano…
—A él no lo he invitado —bromeó Pedro.
—Muy gracioso. Lo que iba a decir es que él no sabe que estamos casados.
—No, ya. Supongo que te dirá que podrías haber encontrado un partido mejor, y probablemente, es verdad. Pero, si no te importa, será mejor evitar reuniones familiares por el momento. No tenemos que ver a nadie. He pedido que dejaran las provisiones en la cocina y les he dicho que no quería servicio de habitaciones. Claro que es posible que mi deseo sea ignorado por alguna chica de la limpieza… Contra su voluntad, Pau tuvo que sonreír.
—Eso está mejor —murmuró Pedro, dejándose caer sobre el respaldo del asiento.
—¿Qué está mejor?
—Me gustas más cuando sonríes.
—¿Y cómo sabías que estaba sonriendo?
—Puedo oírlo en tu voz, cara.
Pau esperaba que eso fuera lo único que pudiese oír. Aquella situación era soportable sólo porque él no sospechaba de sus sentimientos. Y era importante que no supiera nada porque lo único que le quedaba era el orgullo.
Y al fin Pedro logró casarse con Pau, que le diga que ve, si no se lo dice se va a armar jajajaja.
ResponderEliminarQue bueno que se casaron y que recuperó la vista!!!
ResponderEliminarHermosos capítulos! Ojalá pronto le haga saber a Paula que ya ve!
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