—No digas nada, abrázame.
Pedro tardó un segundo en reaccionar. No debería sentirse culpable cuando estaba haciendo lo que debía hacer y él, que en circunstancias normales no era un hombre afligido por las dudas, sabía que estaba haciendo lo correcto.
Había visto la situación con total objetividad. La habilidad de hacer eso, combinada con la suerte y el talento, era lo que lo había convertido en un hombre muy rico. Pero no era tan fácil mantener la objetividad cuando la tenía entre sus brazos.
Un sentimiento fuerte y poco familiar despenó a la vida mientras le quitaba el abrigo mojado y movía las manos arriba y abajo por su espalda. Luego apoyó la barbilla en su cabeza e intentó mantener las cosas en perspectiva.
Habría otros trabajos.
Pero ése no era el asunto y lo sabía. Lo había sabido cuando llamó al propietario del Chronicle para pedirle un favor, pero había racionalizado sus actos. Ahora, al ver las consecuencias de cerca, eso era más difícil.
Se había enfadado con ella cuando lo llamó «segundo plato» y seguía deseando que lo retirase; un deseo extraño para un hombre a quien jamás le había importado un bledo la opinión de los demás.
Lo que pensara de él no era relevante, aunque estaría más cómodo casado con alguien que no lo odiase.
Porque tenían que casarse.
Aquella mañana había llamado a Marcos James, el propietario del Chronicle, para pedirle un favor. Y, aunque seguramente no le había gustado nada, Marcos se lo hizo de todas formas.
No iban a ofrecerle una renovación del contrato a Paula.
A Pedro le parecía razonable suponer que, estando sin trabajo, la independiente Paula se daría cuenta de que lo necesitaba. Y, por supuesto, su proposición le parecería más interesante o, al menos, no la rechazaría de inmediato.
La ironía del asunto no se le escapaba. Había pasado toda su vida escapando de las garras de mujeres que querían casarse con él por su dinero y ahora se veía obligado a recurrir a trucos sucios para venderse como un buen partido.
Pero había decidido no tener escrúpulos sobre el asunto y haría lo que fuera, incluso venderse a sí mismo para asegurarse de que su hijo no creciera sin un padre. Para que su hijo no sintiera nunca que no tenía una familia. Los padres querían para los hijos lo que ellos no habían tenido, y Pedro no era una excepción.
Pau no se daba cuenta de nada salvo del refugio que los brazos de Pedro le ofrecían. Debería haberse apartado en cuanto notó la dureza y el calor de su cuerpo,el aroma masculino de su piel. Pero se quedó allí, con los ojos cerrados, deseando que el momento no terminase nunca.
Pedro no era la solución a sus problemas y eso hacía que sentirse segura entre sus brazos fuera aún más incomprensible.
Estaba perdiendo la cabeza, pensó, poniendo una mano en su pecho.
—Lo siento. Me temo que estás en el sitio equivocado en el momento menos oportuno.
Él arqueó una ceja.
—Verás las cosas mejor por la mañana. ¿No es eso lo que dicen?
—En este caso, no. Me he quedado sin trabajo.
¿Por qué estaba contándoselo?
Sin esperar respuesta. Pau entró en el salón y se dejó caer sobre una silla. Pero cuando levantó la mirada vió que Pedro la había seguido y estaba tocando la pared…
Avergonzada, se levantó para guiarlo. No podía ni imaginar algo más aterrador que entrar en un sitio que no conocía sin poder verlo con sus propios ojos.
Pero él no parecía asustado en absoluto. Pedro Alfonso era un hombre increíble, por irritante que fuera.
—Con que me indiques hacia dónde debo ir, es suficiente.
—Siéntate ahí —dijo Pau, guiándolo hasta una silla.
—¿Por qué has perdido tu empleo? —Pedro tocó el respaldo un momento antes de sentarse.
—Por lo visto, no estaba haciendo tan buen trabajo como yo creía —suspiró ella—. ¿Te gustan más los periodistas malos que los competentes?
—¿Eso es lo que te dijeron, que no eras competente?
—No, en realidad me han dicho que era un problema de reorganización. Pero es lo mismo.
Pedro tuvo que tragar saliva. Él había manipulado la situación porque quería que fuese vulnerable, pero no tan vulnerable como para aceptar la derrota con tal resignación. Paula era una luchadora… ¡llevaba luchando desde el día que se conocieron! Y le parecía horrible oírla tan resignada, tan derrotada.
—O sea, que vas a abandonar.
—¿Y qué quieres que haga?
—No sabía que fueras una derrotista.
—No lo soy, soy realista —Pau lo miró y se dió cuenta de que seguía sin saber por qué estaba allí.
Suponía que tenía algo que ver con el niño, pero ¿qué? De repente, una sospecha empezó a formarse en su menta. Si se atrevía a decir que no tuviera el niño…
—¿Qué vas a hacer, quedarte en casa de tus padres?
—Mi padre murió cuando yo tenía diez años, mi madre el año pasado.
—Lo siento.
Su compasión parecía genuina, pero sus ojos, su boca, la distraían. Sintiéndose culpable, Pau apartó la mirada. Mirarlo así cuando él no podía verla le parecía una intrusión. Estaba invadiendo su privacidad como una voyeur.
—No fue totalmente inesperado. Estuvo mal muchos años y su enfermedad incluso llegó a estar en remisión, pero la última vez… —Pau tuvo que hacer un esfuerzo para seguir hablando— no se pudo hacer nada.
Pedro no podía ver su cara, pero sabía que estaba conteniendo las lágrimas.
—Lo siento, de verdad.
—¿Tus padres viven?
—Sí.
—Supongo que estás preocupado por lo que pensarán… sobre el niño, quiero decir.
—No, mis padres están muy ocupados viviendo su vida —contestó Pedro.
Su padre había descubierto la alegría de la paternidad el año anterior, cuando cumplió los sesenta. Su nueva esposa tenía veintidós años. Y su madre se dedicaba a cuidar de sus hijas adolescentes, hermanastras de pedro, y a mantenerse guapa y joven para su segundo marido. No admitía haber pasado por el quirófano, pero sus arrugas desaparecían como por arte de magia.
—¿Vas a decírselo?
Él hizo un gesto con la mano, como diciendo que no quería hablar del tema.
Muy buenos capítulos! que manipulador Pedro, siempre quiere salirse con la suya!
ResponderEliminarAy que guacho Pedro hacerla echar!! Pobre Pau!!!
ResponderEliminarUyyyyyyyyyyy, la que se va a armar cuando Pau se entere que èl la mandò a echar.
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