sábado, 28 de mayo de 2016

Extraños En La Noche: Capítulo 20

El agua la tentaba casi tanto como Pedro. Vaciló en la orilla arenosa, donde las minúsculas olas mojaban sus pies descalzos. Pedro, con el pelo mojado, le tendía los brazos desde el centro del estanque.

La luz de la luna iluminaba su cuerpo desnudo y ella entró en el agua, más para esconderse de Pedro que por otra cosa. Un calor delicioso la envolvió. Chapoteó hacia él, hundiéndose cada vez más en el agua, que primero le llegó a las caderas y luego a los hombros.

Era la primera vez en su vida que se bañaba desnuda y lo encontraba excitante. El agua le llegaba ya al cuello. Pedro no se había movido y sonreía con confianza mientras esperaba que llegara hasta él. Pero los pies de ella empezaban a arrastrarse, como si algo tirara de ellos hacia abajo.

Paula dió un paso más, pero ya no había nada sólido bajo ella, sólo agua. Se hundió y no pudo mover las piernas para subir a la superficie. Se hundía cada vez más y quería gritar pidiendo ayuda, pero sabía que era imposible.

También sabía que Pedro no podía verla, que tenía que salvarse sola. Pero no podía mover las piernas. Seguía hundiéndose, moviendo salvajemente los brazos en el agua.

Paula se sentó con un respingo y el corazón latiéndole con fuerza.

—Una pesadilla —murmuró—. Sólo ha sido una pesadilla.

Pero parecía tan real, que el terror fluía todavía por sus venas. Paula nadaba bien,¿pero por qué no podía salvarse en el sueño? Se miró los pies y vió que Tom dormía encima de ellos, lo cual seguramente explicaba la sensación de no poder mover las piernas.

Apartó al siamés, que gruñó con irritación. Ella puso los pies en el suelo y respiró hondo. La luz del sol entraba ya por la ventana. Había sobrevivido a la noche y a la pesadilla.

— Buenos días.

Miró a Pedro, que estaba en el umbral de su dormitorio. Llevaba pantalones de pijama y la misma sonrisa que había visto en su sueño. Retadora. Invitadora. Peligrosa.

Ella se puso en pie.

— ¿Qué hora es?

— Casi las ocho.

—¿Las ocho? —repitió ella—. No pueden ser las ocho. Yo me levanto todos los días a las siete.

—Anoche te acostaste tarde —le recordó él—. Y borracha. Es sorprendente que te hayas despertado tan pronto.

—No puedo creerlo —ella se pasó los dedos por el pelo—. Tengo que estar en la biblioteca a las nueve y antes tengo que pasar por casa para ducharme y cambiarme. No podré llegar a tiempo.

— ¿Y no puedes llamar y decir que te vas a retrasar un poco? O mejor aún, tómate el día libre. Seguro que todavía no te has recuperado completamente de anoche.

— Estoy bien —replicó ella. Y era cierto. No le dolía la cabeza ni el estómago. La cura para la resaca había funcionado—. Yo me tomo mi trabajo en serio. No es un sitio al que vaya sólo cuando me apetece.

— Pues dúchate aquí —sugirió él—. La biblioteca está cerca. Así tendrás tiempo de sobra.

Ella vaciló. Miró su vestido azul arrugado.

— No puedo ir a trabajar con esto.

—Yo te lo plancharé —se ofreció él—. Planchar es uno de mis talentos.

Aunque a ella le apetecía muy poco aceptar su oferta, le apetecía menos aún llegar tarde al trabajo.

— Supongo que no tengo otra opción.

— ¿Eso es un sí?

—Sí.

—Hay toallas limpias en el armario del baño, champú y jabón en el estante de la ducha. Dame un grito si necesitas algo más.

Paula entró en el cuarto de baño y cerró la puerta. Abrió el armario y vió un montón de toallas bien dobladas en los estantes. En otro estante había artículos personales, una botella de una loción de afeitar cara, un tubo grande de pasta de dientes, una caja de preservativos enorme. Se preguntó cuánto tiempo tardaría en gastarla.

Una llamada a la puerta la hizo sobresaltarse.

— ¿Sí?

— Dame el vestido.

Paula se lo sacó por la cabeza y se envolvió en una toalla. Abrió la puerta sólo una rendija y sacó la mano con el vestido.

—Toma.

—Si quieres compañía en la ducha, será un placer enjabonarte la espalda —se ofreció él.

Paula cerró la puerta. Pedro parecía disfrutar poniéndola incómoda, pero aquél era un juego al que también podía jugar ella.

Usó la cuchilla de él para afeitarse las piernas y veinte minutos después salía de la ducha sintiéndose mucho mejor. Hasta que se dio cuenta de que la única ropa interior que tenía eran el tanga y el sujetador de encaje. Lavó el tanga en el lavabo y lo secó con el secador de pelo.

Cuando abrió la puerta, vio su vestido colgado en el picaporte. Lo tomó y volvió a cerrar la puerta. El vestido estaba bien planchado e incluso emanaba un agradable aroma a lavanda.

Se vistió con rapidez, se puso maquillaje del que siempre llevaba en el bolso y se hizo un moño flojo en el pelo. Se miró al espejo y se preguntó qué pensaría Pedro de ella. Desde luego, no era tan deslumbrante como Lorena ni como la mayoría de las mujeres que había visto en la fiesta.

—¿Y qué me importa a mí lo que piense? —murmuró para sí.

Cuando llegó a la sala de estar, Pedro apareció en la puerta de la cocina con un paño sobre el hombro.

—El desayuno está listo.

—No tengo tiempo —le informó ella. Miró a su alrededor—. No encuentro los zapatos.

— Los he escondido.

Ella lo miró con incredulidad.

— ¿Qué?

Él bajó los ojos por el cuerpo de ella hasta llegar a los pies descalzos.

— Tú me das lo que quiero y yo te daré los zapatos.

Paula no podía creer lo que oía. Volvía a hacerle chantaje.

— Quiero los zapatos y los quiero ya — dijo.

Él no se movió.

—Te cambio una tortilla de queso por unos zapatos azules.

Ella no le veía la gracia a la situación.

— ¿Me has robado los zapatos?

— Los necesitaba para presionarte. Tienes que comer.

—Tengo que ir a trabajar.

Él miró su reloj.

—Puedes salir dentro de veinte minutos y llegar todavía a tiempo.

—Si voy descalza, no.

Él sonrió y volvió a desaparecer en la cocina.

Ella no tuvo más remedio que seguirlo.

2 comentarios:

  1. Muy buenos capítulos!!! Pobre Pau, no puede escaparse!

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  2. Qué geniales los caps, me imagino la cara divertida de Pedro escondiendo los zapatos de Pau jajajajaja

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