—No, no —contestó serio—. Ayuda a los bebés a fijar la vista, pero de todas maneras los puse a la distancia adecuada.
—Hablas como un papá experto —le dijo riendo.
—Conseguí un libro -dijo intimidado-. Pensé que debía saber cómo ser buen padre. Después de todo, no es fácil educar a una hija.
—No —dijo ella con solemnidad, mirándole amorosamente. —Tenemos que hacer las cosas bien.
— Sí, Pedro —le dijo acariciándole la mejilla.
La señora Cáceres entró al cuarto y se extasió al tocar con un dedo la mejilla de la recién nacida.
—¿No es un amor? ¿Y cómo se parece a su papá? ¡Miren ese cabello negro!
—Miren esa naríz —dijo Paula burlona mirando a Pedro—. ¡Pobre criatura!
Pedro le pellizcó la oreja.
—¿Qué tiene de malo su naríz? En mi opinión, es muy bonita.
—Porque se parece a la tuya -dijo burlona Paula-. Lo que está bien en un hombre se va a ver raro en una niña.
La señora Cáceres se fue y Paula se sentó en una silla baja y se desabrochó el vestido.
—Hora de darle de comer. Dámela, Pedro.
Él le llevó la niña, luego se sentó al lado de ellas en el suelo.
—¿Puedo ver?
— ¡No es una diversión!, pero si quieres...
La niña inclinó su pequeña cabeza negra con un movimiento hambriento y mientras, las diminutas manos se movían rítmicas sobre el pecho. Pedro miraba fascinado.
—Buen Dios —dijo al observar que la piel de su hija se ponía rosada de gusto por el alimento—. ¡Es la pequeña más glotona que jamás he visto!
—Lo disfruta-dijo Paula.
-No puedo culparla —contestó Pedro y sus ojos se encontraron. Paula se ruborizó y rió.
—Déjame —le dijo él, cuando cambió a la niña al otro pecho. Tomó su pecho delicadamente y la boca del bebé lo asaltó hambrienta, con los ojos cerrados. Pedro no quitó la mano. La deslizó con suavidad sobre la blanca piel, acariciándola sin quitarle los ojos a la absorta cara de su hija.
—Qué deseo de supervivencia —murmuró—. Increíble en un objeto tan diminuto.
-¡Es el instinto de la vida!
—Eres necesaria para ella, ¿lo pensaste alguna vez? -luego la miró con ojos apasionados-. Eres necesaria para los dos.
—Y tú para mí.
—¿Lo soy, Paula? -dejó que los ojos grises descansaran sobre su rostro. Su amor se reflejaba en su mirada.
-Sí —dijo tocándole la mejilla con la mano—. Oh, sí, Pedro, ¿no lo sabías?
FIN
Lindo final para una historia un poco tormentosa.
ResponderEliminarHermoso Final! que cambió rotundo dio Pedro, lástima que tuvo otro que hacerlo entrar en razón, nunca la escuchó ni le creyó a ella... Gracias por compartirla!
ResponderEliminarMe encantó esta historia!!!
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