martes, 19 de abril de 2016

Amores Que Matan: Capítulo 36

— Estás loca —dijo Flor furibunda—. Pedro Alfonso es un sinvergüenza frío y arrogante y lo sabes, no sé qué ves en él.

—Le amo.

— ¡Oh, Pau, a veces me haces enfadar tanto!

Paula se rió.

—Lo siento, Flor. Sabía lo que me esperaba cuando regresé a su lado. No es fácil vivir con Pedro... pero es más difícil vivir sin él Podría abandonarlo ahora pero no pasaría mucho tiempo antes de que estuviera de rodillas de nuevo a su lado, porque sé muy bien que no puedo vivir sin él.

Flor  tuvo que creerle pero no la entendía.

—Eres una tonta. David vale mil veces más que Pedro.

Paula desvió la mirada y cambió de tema. No podía dejar que Flor le hablara de David; nunca se pondrían de acuerdo sobre el tema. Pero Flor no regateaba esfuerzo por reunirlos, porque sin que lo notara Paula, debió llamarle, avisándole, ya que por una aparente coincidencia, llegó en el momento que salían a comer y por la cara de su amiga supo muy bien que le había telefoneado.

Sin embargo hizo como que no lo notaba.

— ¡Hola, David! —dijo con toda calma.

Él la miró burlón.

—Paula, ¡qué alegría encontrarte!

Fue a comer con ellas y tal vez un extraño no hubiera percibido la tensión oculta porque los tres actuaban como locos, hablaban con ligereza y alegría y reían a carcajadas.

—Déjame y lleva a Paula a la estación a tomar el tren --dijo Flor y David asintió.

Sin embargo, no la llevó a la estación. Tomó un camino por uno de los puentes de Londres donde se veía el cielo azul, Al cabo de un rato, Paula preguntó cautelosa.

—¿A dónde me llevas, David?

—A tu casa.

—No seas absurdo, puedo tomar el tren.

—Tengo ganas de dar un paseo. Dijiste que Pedro está ausente, así que no debes tener prisa en regresar.

—No es una buena idea —dijo nerviosa.

Él no contestó, siguió conduciendo y ella no tuvo ganas de discutir con él, así que se quedó callada.

—¿Cómo van las cosas? —le preguntó mientras se alejaban de los suburbios de Londres.

-Bien—mintió ella.

Él la miró burlón.

—Querida, vuelve a decirlo de nuevo con más convicción. Creo que puedes actuar bastante mejor, Paula.

—Bestia —le dijo ella riendo porque David siempre la había hecho reír, tenía una cara muy cómica debajo de esas espesas cejas.

—¿Está celoso de mí? —preguntó David y ella suspiró.

Él la volvió a mirar con ojos penetrantes.

—Está enfermo de celos, ¿verdad? Lo noté cuando fuí a verte el otro día. No le gusta la idea de que hagas la serie, ¿o sí?

-No.

—Le gustará mucho menos cuando vea los guiones -dijo David con malicia.

-¿Por qué? — le preguntó ansiosa.

— Una de las escenas de amor quema el papel en que está escrita -dijo con alegría.

—Oh, Dios -dijo sobresaltada.

—La espero con ansia —dijo David sonriendo.

Paula le dirigió una mirada furiosa.

—Flor tiene una teoría acerca de él -le contó David-. Piensa que siente que el haberse casado con una actriz está por debajo de su dignidad y trató de apartarte de todos nosotros para enterrar el recuerdo.

Paula había oído a Flor hablar sobre Pedro y no quería saber más de sus teorías.

—No conoces a Pedro.

—¿Me tiene miedo, verdad? -preguntó David con indiferencia.

—¿Por qué dices eso? —dijo tensa.

—Tengo ojos, amor mío. Cuando fuí el domingo, tenía ganas de echarme pero temió que te fueras conmigo, así que trató de comportarse como un perfecto caballero y el esfuerzo que hizo fue demasiado para él. Se salió para evitar ahorcarme.

Pedro siempre había sido un buen juez del carácter y a menudo habían practicado un juego para adivinar la clase de personas que se cruzaban con ellos en la calle. Era parte del método utilizado para estudiar teatro. Paula estaba ansiosa, lo miraba con ojos preocupados.

—David, mi matrimonio es importante para mí... no trates de destruirlo.

—¿Cómo podría hacerlo, querida? —preguntó burlón, y el brillo de sus ojos le dijo que sabía muy bien que podía hacerlo si lo intentaba.

Cuando llegaron a la casa, la siguió al interior.

—¿Quieres tomar algo? —le preguntó por cortesía.

—Whisky —ella le sirvió un vaso y se lo llevó.

Él se recostó sobre el sofá con indiferencia, en una mano tenía el vaso y el otro brazo estaba estirado sobre el respaldo.

-Siéntate -le dijo señalando el lugar a su lado. Al notar que ella dudaba, añadió-:

-No voy a morderte, Paula-y cuando se sentó, agregó burlón—: Aunque la idea es tentadora.

Paula cambió el giro de la conversación y comenzó a hablar sobre la serie de televisión y él empezó a darle los detalles de lo que esperaba y a contarle algo del actor que había conseguido para hacer la parte de Wellington.

—¿Es buen actor?

—Tiene cara de palo —David se encogió de hombros.

Le sirvió otra bebida y él la observó mientras se la daba.

— Será mejor que no bebas mucho. Tienes que conducir hasta Londres -le sugirió un poco nerviosa.

-¿No podría esperar que me dieran aquí una cama?

—No, David.

Movió la mano para acariciar la piel de su antebrazo.

-¿No?

Durante un momento se quedaron mirando en silencio.

—No —contestó ella con sinceridad. Cometió un error al dejarle ver que temía que interfiriera en su matrimonio. A David no había que decirle nada dos veces.

Se tomó el whisky.

—¿Ni siquiera vas a darme algo de comer? —se quejó—. Lo mejor que podré encontrar en el camino de regreso serán huevos y patatas fritas en un café de la carretera.

Ella no pudo decir que no. Entró en la cocina y le hizo una tortilla de cebolla y champiñón.

—Eres una excelente ama de casa. Sin embargo, es una lástima.

Se quedó allí varias horas y ella estuvo todo el tiempo sobre ascuas y lo peor era que David  lo sabía; los burlones ojos se lo demostraron. La inquietaba de manera deliberada y ella no podía mirarlo a la cara sin revelar cosas que su mente le advertía que debían quedar ocultas.

Le empujó hacia la puerta y él se detuvo mirándola con curiosidad.

— Debes saber que no es un crimen -dijo con suavidad. —¿Qué? —le preguntó ruborizada.

Le puso una mano sobre la barbilla y con los dedos acarició su mejilla.

— El que le guste a uno alguien —dijo mirándola a los ojos. —Buenas noches, David dijo enrojecida.

—Deja que me quede - le susurró.

— ¡No!-dijo ella perdiendo la calma.

—Paula, no me lo puedes ocultar, ni tampoco a él... como yo tampoco te lo puedo ocultar a tí-le sonrió con ternura-. Eres muy bella, querida, y te he esperado durante mucho tiempo.

— Le amo a él - le dijo con voz apasionada, porque no podía dejar de sentir la tentación que era la voz acariciadora de David-. Pedro significa para mí más que nadie en el mundo.

Él dejó caer las manos. Se dió la vuelta y salió sin decir palabra. Paula se fue a la cama sintiendo que había estado a punto de caer en un precipicio.


3 comentarios:

  1. Muy buenos capítulos! Ojalá Pedro no se entere que volvió a pisar su casa en su ausencia! se arma!

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  2. Que no se entere Pedro que estuvo David. Buenisimos!!!

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