sábado, 16 de abril de 2016

Amores Que Matan: Capítulo 32

— ¡ Hubiera querido que así fuera!

— Yo no —dijo bromeando al mirarla de nuevo, y los ojos de él brillaron cuando se posaron de nuevo en Paula.

—¿No? —su boca se curvó en una sonrisa—. Tal vez no y me da gusto de todas maneras. Los celos son el infierno, ¿verdad?

-Un infierno -aceptó observándolo Debía haber una razón para sentirlos. Apenas ahora se daba cuenta de ¡o poco que lo conocía, de las pocas veces que habían hablado abiertamente acerca de sus vidas. Pedro la callaba cada vez que ella comenzaba a hablar de su vida antes de conocerlo y ahora veía que los celos eran la raíz de todo. El tampoco habló mucho de su vida antes de conocerla y ahora se preguntaba si no sería conveniente que hablaran de eso.

Cesó de llover durante la mañana y dieron un paseo por el campo de Kent para comer en una taberna al lado del mar. Dejaron atrás el paisaje familiar, los campos de lúpulo, las verdes y ricas praderas, los pequeños grupos de árboles alrededor de estanques donde bebían las vacas. Durante el primer año de matrimonio, a menudo pasaban así los domingos, e instintivamente se dirigieron a su taberna favorita.

Más tarde, sentados en el jardín de la taberna mientras observaban a unos niños que jugaban en un columpio cercano, Paula le preguntó:

—¿Qué clase de niñez tuviste, Pedro?

Él le dirigió una mirada divertida y astuta y ella supo que le leyó la mente.

—¿Tratas de encontrar razones, amor mío? ¿Juegas a la psiquiatra? No te molestes. Tuve una infancia muy ordenada, muy inglesa, con una nana y una buena escuela.

-¿Y tus padres? -no iba a permitir que se burlara para que evitara seguir indagando. Algo debió haberlo hecho como era, y ella tenía la intención de averiguarlo.

-Eran padres ingleses bien educados, tranquilos. Hicieron por mí todo lo que pudieron. Recuerda que fui hijo único y no me faltó nada.

-¿Te dieron mucho amor? -preguntó en voz baja.

— Mis padres no eran cariñosos, pero jamás dudé que me querían. Recuerda que a los muchachos no les gustan los padres cariñosos... los avergüenzan.

Se lo quedó mirando ceñuda. En alguna parte debía estar la llave que abriera las complejidades de esa oscura mente.

Como si de nuevo le hubiera leído el pensamiento, dijo serio:

-Es un defecto de mi naturaleza, Paula. ¿Por qué crees que traté de ocultarte así mi forma de ser? Pero no puedo hacer nada ai respecto.

—Tal vez hablar del tema te ayudará.

-Tal vez. ¿Vas a seguir adelante con la serie de televisión?

—Sí-dijo mirándolo a los ojos.

Él desvió la vista.

—Para mí será muy importante tener un trabajo -le explicó.

-Sí.

—Dí lo que piensas, Pedro. Dilo.

—No quiero que veas a Redway días tras día —estalló y a toda prisa ella cubrió sus manos con la suya y meneó la cabeza.

—Pedro, si en serio crees que mantenerme lejos de David va a cambiar la forma en que siento, estás equivocado... las emociones no se alteran por las circunstancias. Si amara a David, lo seguiría amando aunque no lo volviera a ver jamás.

El le tomó una mano y se la llevó a los labios, besándosela hambriento.

—¿No le amas?

—Te amo a tí —le dijo mirándolo a los ojos—. ¿No te dice nada el hecho de que me quede?

-Dios, quería creerlo —murmuró-, pero parecía haber cierta duda en tu mente.

-La había —aceptó-. Pero ya no... anoche elegí y lo hice para siempre.

Regresaron a la casa cuando anochecía. El sol se desvanecía en suaves colores rosados con manchas grises, los pájaros trinaban con ese lirismo especial que anuncia la llegada de la noche. Cuando llegaron a la casa, vieron el coche de David.

—Redway—dijo entre dientes.

—Sí —dijo ella sintiéndose nerviosa y tensa. ¿Qué hacía David allí? Ella pensó que él dejaría las cosas como estaban, que no trataría de insistir.

Se aproximaron y David salió de su coche con un cigarrillo en la mano. Caminó hacia ellos con mucha seguridad.

Pedro la agarró de un codo con mucha suavidad, sin embargo, ella sintió su tensión como si la quemara.

-¡Hola, ángel! -saludó David. Actuaba y ella lo sabía. Esa voz artificial sólo la usaba cuando representaba un papel.

—David -le dijo ella sonriendo y la sonrisa fue tan irreal como su expresión.

Una breve mirada como un rayo se cruzó entre ellos. Pedro no la había soltado.

Miraba a David sin expresión. Paula se sorprendió al darse cuenta que era ligeramente más alto, una o dos pulgadas más que David.

David desvió los ojos hacia el rostro de Pedro.

—Pensé que era el momento para que tu esposo y yo tuviéramos un encuentro más civilizado.

Tendió una mano con el rostro burlón.

— Señor abogado...

Pedro le tomó la mano e hizo una inclinación de cabeza.

—Redway...

Las palabras fueron dichas cordialmente, pero más valía que las hubieran dicho con un gruñido, el efecto era el mismo.

Apartaron las manos. David le dirigió a Paula otra de sus sonrisas sin sentido.

—¿No vas a ofrecerme un trago, Pau?

—Por supuesto —dijo sonriéndole, pero los músculos faciales le dolían por el esfuerzo.

Pedro abrió la puerta y encendió la luz del pasillo. David se quedó a un lado mientras Paula entraba y luego la siguió. Pedro se acercó al bar y preguntó con cortesía:

-¿Jerez?

—Whisky si tiene — murmuró David.

Pedro sacó los vasos, le sirvió la bebida y se la dio sin siquiera mirarlo, para después servirse otra para sí. Paula se sorprendió al ver cuanto se servía. Se lo bebió con rapidez, apretando el vaso entre los dedos.

David  le miraba con los ojos entreabiertos y apenas sí bebía el whisky. Paula se quedó sin saber qué decir.

David  se volvió para mirarla maliciosamente.

— Vine a informarme de si piensas hacer el programa, Paula. Pablo necesitará estar seguro de si puede contar contigo.

— Sí —dijo—. Sigo pensando hacerlo.

—¿Estás segura? —preguntó mirando significativamente a Pedro.

—Estoy completamente segura -dijo Paula, esperando que David se fuera.

-Bien. Estoy ansioso de volver a trabajar contigo, Paula. Tenemos algunas escenas juntos muy interesantes —mientras hablaba, tenía los ojos sobre la espalda de Pedro y él y Paula vieron la reacción de éste al escuchar las palabras de David.

Pedro se dió la vuelta y salió de la elegante habitación sin mirar o dirigirle la palabra a ninguno de los dos y David silbó entre dientes.

— Ya veo lo que Flor me decía de él... es puro hielo, ¿verdad?

— Será mejor que te vayas —dijo Paula con un suspiro. —Eso sí que no, querida -dijo David y había determinación en la mirada que le echó-. En esta ocasión ese marido tuyo no va a librarse de mí —apartó el vaso y cuando se movió hacia ella, Paula dió un paso atrás.

-No te eches para atrás -dijo David-. Quiero la verdad y la quiero ahora, Paula. ¿Por qué regresaste con él anoche? ¿Por qué de buenas a primeras? Sabes muy bien que no era el momento adecuado.

Sintió que el color se apoderaba de sus mejillas y desvió los ojos.

—Es mi marido. Tú lo has dicho.

—Eso no pareció importarte mucho anoche -el golpe la hizo respirar hondo.

— ¡David, no!

-¿No qué? ¿Que no te recuerde que anoche me deseabas tanto como yo a tí? ¿Por qué no? ¿Te asustaste? ¿Por eso regresaste a su lado?

—Me puse a pensar —dijo con debilidad.

-Dios, a las mujeres les debía estar prohibido eso. ¿Y qué fue lo que pensaste?

—En algunas opciones.

—¿Qué opciones?

Lo miró a los ojos con pretendida calma.

—David ¿te importaría mucho no volver a verme?

Se le endureció el rostro.

-Muchísimo... ¿cómo puedes preguntarlo siquiera? Significas para mí más de lo que jamás te dije.

—¿Por los años que pasamos en la escuela de arte dramático?

— Eso entre otras cosas —dijo sin apartar la vista de su rostro--Siempre me gustaste, Paula.

-Te gusté, sí.,. ¿pero sería el final de todo si jamás me volvieras a ver?

—¿Tratas de decirme que para él lo sería? Involuntariamente sintió que sonreía.

-Siempre interpretas bien lo que quiero decir,  David. Sí, eso es lo que te estoy diciendo. Pedro me ama verdaderamente.

—¿Y yo no?

— No de esa manera.

3 comentarios:

  1. Muy buenos capítulos! Lo que se debe estar conteniendo Pedro de que David se acercara así!

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  2. Buenisimo pero que a David lo trague la tierra!!!

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