Pedro tenía vuelto el rostro hacia ella, pero de repente Pau advirtió que no la estaba mirando. Tenía una expresión desanimada, triste. Quizá estuviera agotado, pero había algo más en su gesto que no alcanzaba a identificar.
-¿Te encuentras bien? -le preguntó.
Pedro dió un respingo, y se sentó en el borde de la cama.
-Supongo que sí -respondió con tono poco convencido, y miró a Pau con extraña intensidad-. ¿Crees que estoy haciendo lo más adecuado?
-¿Lo más adecuado? -inquirió Pau; ¿se refería acaso a invitarla a dormir en su cama?
-Sí. ¿Crees que debo responsabilizarme de Valen?
-Por supuesto que sí. ¿No me dijiste que eras el único pariente vivo que le quedaba? -al ver que asentía, añadió-: Ella te necesita, Pedro -se sentó a su lado, en la cama.
-Lo sé. Eso es lo que me dije a mí mismo cuando solicité la custodia, pero esta noche... esta noche me ha demostrado lo mal padre que soy -la miró, y Paula leyó tal angustia y desesperación en sus ojos grises, que le entraron ganas de abrazarlo y consolarlo como si fuera un chiquillo-. Tenía una madre y un padre que la amaban. Jamás se les ocurrió imaginar que no vivirían para verla crecer.
La tristeza de su voz le recordó a Pau que Valen no era la única que había perdido a alguien querido. El hermano de Pedro había muerto. No sabía qué decirle, así que siguió los dictados de su instinto. Volviéndose hacia él, lo tomó por lo hombros y lo abrazó. Pedro seguía necesitando consuelo, y ella sabía bien cómo ofrecérselo.
-¿Sabes lo que sería capaz de dar por hacer que volvieran? ¿Por el bien de Valen? -la voz de Pedro sonaba ahogada contra su cabello-. Daría mi propia vida con tal de que esa niña recuperara a sus padres.
-Shhh -le acarició tiernamente la nuca, sintiendo el calor de su piel-. Las cosas no son así. No puedes cambiar una vida por otra, por mucho que quieras. Tienes que seguir adelante, pensar en la suerte que tiene Valentina de poder contar contigo.
-¿Suerte? Esta noche estuve a punto de matarla. No tengo ni idea de cómo cuidar a un bebé.
-Eso es una exageración -replicó Paula con tono enérgico, sintiendo que era esa actitud la que él necesitaba en aquel momento-. No te diste cuenta de que tenía una infección. Sí, estaba enferma y se sentía incómoda, pero no se estaba muriendo de dolor. Y ya has aprendido algo de esta experiencia. Ahora ya sabes tomarle la temperatura y lo que tienes que hacer cuando tiene fiebre. Ya sabes administrar una medicación. Tú no vas a matarla, Pedro. Cada día aprendes algo nuevo. Si hubieras podido verte el primer día... -rió entre dientes al recordarlo-. Ahora sí puedo decirte que me pusiste un poquito nerviosa.
-Supongo que he mejorado un poco con ella.
-¿Un poco? ¡Si hace un mes ni siquiera sabías cómo cambiar un pañal!
-Es cierto -reconoció Pedro, y Pau advirtió aliviada que la nube de tristeza había desaparecido de sus ojos-. Pero sin tí, ahora mismo no habría podido hacer nada de eso.
-Claro que habrías podido. Lo habrías aprendido algo más lentamente, pero tarde o temprano habrías terminado por aprenderlo.
-Me alegro de que no haya tenido que hacerlo -declaró con énfasis, y luego cambió de tono-. Háblame de tu familia. ¿Tus hermanos son mayores o más jóvenes que tú?
-Todos más jóvenes —retiró las manos de sus hombros, demasiado consciente de su cuerpo.
Aquella situación era demasiado íntima para dos amigos que todavía no habían llegado a conocerse bien-. Mi madre falleció cuando yo sólo tenía doce años, y a partir de entonces ayudé a papá a cuidar a mis tres hermanos.
-¿Qué edad tenían ellos cuando murió tu madre?
-Ocho, cinco y dos.
-Aquello debió de ser una carga muy pesada para una chica tan joven.
-Supongo que sí. Pero en el momento no se te ocurre pensarlo.
-Lo sé -declaró Pedro con tono seco-. Entonces, ¿qué hizo tu padre cuando terminaste el instituto? ¿Fuiste a la universidad?
Aquél no era un período de su vida que a Paula le gustara particularmente recordar. Podía sentir el peso de aquellos años como si todo hubiera sucedido apenas el día anterior.
-Se suponía que tenía que ir a una facultad universitaria de diseño de moda en Filadelfia. Mi padre sufrió un ataque cardíaco en el mes de julio del mismo año en que me gradué en el instituto. Sobrevivió, pero no hubo manera de que pudiera dejarlo solo a cargo de los tres chicos. Decidí esperar hasta que fueran un poquito mayores; pero a la primavera siguiente murió, y me convertí en la tutora legal de mis hermanos.
-¿Así que de nuevo retrasaste tu ingreso en la universidad?
Paula asintió, con un nudo de emoción en la garganta. Los ojos de Pedro estaban fijos en los suyos, y de repente aquella habitación le pareció demasiado íntima, como si se hubiera empequeñecido. Pedro, que aún le sostenía la mano, le acarició con exquisita suavidad los nudillos con los pulgares mientras bajaba la mirada hasta sus labios. Involuntariamente Paula se los humedeció con la lengua, y en aquel instante vió brillar una llama en sus ojos mientras inclinaba la cabeza hacia ella...
De pronto, el llanto de Valen procedente de la habitación contigua la hizo dar un respingo. Preguntándose qué diablos estaba haciendo, volvió rápidamente la cabeza. Los labios de Pedro aterrizaron en su mejilla, y Paula quedó estremecida de la cabeza a los pies por el dulce y a la vez áspero contacto de su mandíbula contra su cuello.
Podía escuchar el sonido de sus respiraciones aceleradas. Ansió entonces volver nuevamente el rostro hacia él, permitir que la tomara en sus brazos, que hiciera lo que quisiera con ella.
Pero se lo pensó mejor. Pedro le ocasionaría todo tipo de complicaciones. Tal vez no fuera el playboy que había pensado en un principio, pero definitivamente no era la persona que más necesitaba en su vida.
Ayyyyyyyyyy, qué lindos caps Naty.
ResponderEliminar