jueves, 18 de febrero de 2016

Se Solicita Niñera: Capítulo 39

Pedro consiguió una licencia de matrimonio para una semana después. Paula envió a la tintorería el aparatoso vestido de novia, preocupada de poder encontrar tiempo suficiente para arreglarle la cola y hacerlo más manejable. Pidieron a Sergio, a Zai y a Flor que hicieran de testigos y se encargaran del pequeño banquete que seguiría a la ceremonia.

Decidieron que lo más práctico sería que Pedro se trasladara a la casa de Paula, dado que era más amplia y además allí tenía su negocio. Acordaron que no tenía sentido enviar a Valentina a una escuela infantil; que sería más barato contratar a alguien para que la cuidara en la propia casa. Pedro le comentó que, si todavía no estaba embarazada, quería esperar un poco antes de tener hijos para así poder disfrutar más de los inicios de su matrimonio.

Empezaron a empaquetar las cosas de Pedro durante la tarde del jueves anterior a la boda, eligiendo lo que querían llevarse y lo que no.

-Si tu vajilla es mejor -le estaba diciendo Pedro-, ¿por qué simplemente no podemos tirar la mía?

-Un buen intento -repuso ella, envolviendo en papel de periódico una de las tazas de café-. Vamos a donar la tuya al centro de la tercera edad, ¿recuerdas?

Pedro se levantó del suelo mientras ella guardaba la taza en una caja de embalaje.

-Déjame meter todo esto en la camioneta.

Luego tú podrás dirigirte al centro y hablar con alguien para que te ayude, mientras Sergio y yo nos ocupamos de empaquetar el equipo de sonido.

-Bien. Dejaré a Valen aquí -y después de despedirse salió por la puerta principal.

Pedro se la quedó mirando por un instante, luchando contra el impulso de estrecharla en sus brazos y robarle un beso. Paula nunca lo había besado antes de marcharse, a no ser que él así se lo pidiera. De hecho, raramente lo besaba por iniciativa propia; era él quien siempre la besaba primero.

¿Por qué se contenía tanto? Pedro intuía que le habría gustado mostrarse más cariñosa, pero que se reprimía. Él le había demostrado de mil maneras que era la persona más importante de su vida, que la necesitaba y que la deseaba. ¿Se reprimiría con él porque aún no le había declarado amor eterno?

«Amor», pronunció para sí, esbozando una mueca. Que no hubiera pronunciado aquellas simples palabras no significaba que no estuviera dispuesto a comprometerse con ella por el resto de su vida. Lo que Paula y él tenían era más que amor, y muchísimo menos frágil. Apenas discutían; y si hubieran estado enamorados, habrían discutido constantemente. No; no necesitaban el amor.

-Creo que ya lo tengo -dijo en ese momento Sergio, a su lado-. Desconecta el cable de al lado de la televisión a ver qué sucede.

Era el cable correcto, y Sergio se acercó para ayudarlo a cargar la caja con el equipo de sonido.

-El gran día asoma en el horizonte -le comentó Sergio-. ¿No estás asustado?

-No. Estoy preparado para recibir las bendiciones del matrimonio, amigo mío.

-Nunca imaginé que algún día te escucharía pronunciar esas palabras. Creía que jamás volverías a enamorarte otra vez,

-¿Enamorarme? El amor no tiene nada que ver con este matrimonio. Ya sabes cómo son estas cosas. Si tengo que casarme de nuevo, esta vez no cometeré fallos, ya antes de que la cuestión del matrimonio se suscitara, sabía que Paula y yo éramos perfectamente compatibles.

-¿Me estás tomando el pelo, verdad? -Sergio le lanzó una mirada preocupada-. Si esto es sólo una especia de trato de conveniencia, ¿para qué molestarse? No tienes ninguna necesidad de casarte otra vez.

-Sí que la tengo. No quiero que Valen crezca sin una madre, sin hermanos. Y, además, Paula y yo somos amigos. Nos llevamos mejor que si estuviéramos enamorados.

-¿Me estás diciendo que cualquier mujer podría representar ese papel?

-No, pero estoy seguro de que un buen número de ellas cumpliría los requisitos.

«Mentiroso», se recriminó. Reconocía aquella mentira antes incluso de haberla pronunciado. Pero admitir, incluso para sí mismo, que Paula era la única mujer que siempre desearía, era algo demasiado aterrador. Demasiado arriesgado. Y Pedro no necesitaba riesgos; ya tenía todo lo que podía desear.

-Mira -continuó explicándole a su amigo-, somos los mejores amigos del mundo, disfrutamos mucho juntos y, por encima de todo, hay una química...

-La química -pronunció Sergio-. Todo el mundo sabe que la química que compartís los dos es algo tremendo, amigo. Tú babeas cuando la ves, y ella te mira como si fueras el único hombre sobre la tierra -sacudió la cabeza-. Si no supiera que prometiste no volver a enamorarte, juraría que estás enamorado de ella.

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