La foto apareció en el periódico de la tarde del día siguiente. Magda la miró contenta y luego leyó el artículo en voz alta:
-«Definitivamente no estaba en el menú de Cardini... Tamara Torres, una chica de la calle que no oculta su profesión, saca a relucir los trapos sucios en uno de los restaurantes más afamados de Londres. Su pretendido cliente, el señor Pedro Alfonso, no quiso hacer ningún comentario cuando le preguntaron si era cierto que le debía dinero por los servicios prestados...
Paula ya había visto el artículo, y sonrió con amargura desde el otro lado de la mesa.
-Es verdad, no hizo ningún comentario. De todos modos nadie le hubiera creído, ni la chica que estaba con él. Se puso pálida. La última vez que la miré debía de estar apunto de darle un puñetazo. Supongo que debería sentir lástima por ella, pero no pude evitarlo. Puedes creerme, Magda -añadió dando un sorbo de café-, el señor Casanova Alfonso tardará mucho tiempo en volver a Cardini.
Magda seguía estudiando la fotografía en silencio. Finalmente, asintió satisfecha y dejó el periódico a un lado.
-Bueno, parece que has hecho bien el trabajo. ¿Estás completamente segura de que nadie te reconoció?
-Nadie, imposible. ¿Cómo, con ese disfraz? ¡Si hasta tú misma dijiste que no me reconocería ni mi madre!
-¿Y no dijiste nada que...? ¿No se te escaparía nada que pudiera darle la menor pista de quién eras?
Paula dejó la taza sobre el plato y reflexionó. ¿A qué venían todas aquellas preguntas? ¿Y por qué de pronto Magda parecía tan preocupada? De todos modos ya estaba hecho.
-¿Pero qué ocurre? -exigió saber-. Escucha, me importa un rábano si descubre que he sido yo.
No puede hacerme más daño del que ya me ha hecho, ¿no crees?
Magda tomó la taza de café y contestó:
-Escucha, últimamente lo has pasado mal, querida. Cuando hablamos la primera vez sobre este asunto te avisé de que quizá fuera mejor que te marchases hasta que el escándalo hubiera pasado. Creo que eso es lo que deberías de hacer.
-¿Pero qué escándalo? -preguntó suspicaz.
-Tienes que ser prudente -sonrió evasiva-. Te has ganado unas vacaciones. Tómate unas cuantas semanas libres y vete a Escocia a visitar a tus padres. Seguro de que te echan mucho de menos.
-¿Pero a qué escándalo te refieres? -insistió desafiante.
Magda encendió un cigarrillo. Acababa de apagar uno un minuto antes, así que aquello era un signo inequívoco de que algo le rondaba por la mente. Al fin habló:
-Has hecho mucho daño a Pedro Alfonso, lo has sacado de sus casillas, de eso puedes estar segura. Y puedes apostar tu vida a que hará todo lo que esté en su mano para descubrir quién es Tamara. Y si lo descubre...
-¡Al diablo si lo descubre! -exclamó Paula-. Te lo he dicho, no me importa lo más mínimo.
-¿Y si intenta llevarte ante los Tribunales?
Paula parpadeó. Luego, respiró hondo y miró a Magda sorprendida.
-¿Pero cómo va a hacer eso? No he hecho nada ilegal, ¿no es cierto? Te pregunté antes de hacerlo si...
-Bueno, no, no has hecho nada ilegal estrictamente hablando. No se puede decir que sea ilegal, pero es muy posible que Pedro Alfonso quiera vengarse. Puede que crea que tiene derecho a llevarte ante un tribunal civil por difamación.
Paula se quedó mirando a Magda en silencio y luego hizo un gesto despreciativo.
-Eso no le haría ningún bien a él. Si me lleva ante los Tribunales, yo explicaré alto y claro por qué lo hice, y entonces se descubrirá cómo es él, una rata sin escrúpulos, un seductor de mujeres inocentes.
-La seducción, por desgracia, no es ningún delito civil. Sin embargo difamar a un hombre en público sí lo es. Y no te olvides de que es rico. Puede pagar al mejor abogado. Sé que no es justo, pero así es el mundo en el que vivimos..
Paula se encogió de hombros pensativa. No eran buenas noticias, pero tampoco podía culpar a Magda. Debería haber reflexionado sobre las consecuencias antes de hacer nada. Sin embargo, no se desalentó. Se sentó derecha sobre la silla y dijo:
-Sigue sin importarme un bledo. Que haga lo que quiera.
-Si el asunto llega a los tribunales, saldrá en la prensa nacional. Supongo que tus padres leen los periódicos, ¿no? -preguntó haciendo recapacitar a Paula- Escucha. Lo más probable es que no ocurra nada pero, ¿por qué correr riesgos? Ya te has vengado de él, así que vuelve a tu trinchera y baja la cabeza. De todos modos te vendrá bien cambiar de aires. Piensa en Escocia, tómate un mes de vacaciones. Yo contrataré a una chica mientras tanto -dijo mirando el reloj-. Son sólo las siete y media. Tienes tiempo de hacer la maleta y tomar el tren de esta noche. -
Bueno... -suspiró-, si de verdad opinas que es lo mejor. Pero no pienses que huyo. Él no me asusta, sólo me voy para complacerte.
-Bien -sonrió aliviada-. Tienes un montón de ropa nueva que enseñar en casa, te echaré una mano. Luego llamaremos a un taxi.
En lugar de ir en tren hasta Invemess, donde hubiera tenido que esperar dos días al autobús para Kindarroch, Paula se bajó en Glasgow. Desde allí tomó otro tren hasta Oban, una ciudad con un puerto pesquero importante en la costa oeste. Se dirigió hacia el puerto, y allí alquiló los servicios de una pequeña barca que la llevara a casa, adonde llegó la noche siguiente.
Sus padres, por supuesto, se sorprendieron y alegraron de verla. Pasó la noche contestando a sus preguntas y contándoles lo maravilloso que era su trabajo, lo fantástica que era Magda, y lo lujoso que era el piso en el que vivía... Pero naturalmente no les dijo ni una palabra sobre Pedro Alfonso. Se hubieran escandalizado, y probablemente no la hubieran dejado volver a marcharse.
Al día siguiente, estuvo visitando a sus amigos. Se propuso no volver a dejarse guiar nunca más por María. Desde ese mismo instante, el destino estaría en sus manos, y no permitiría que ninguna adivinadora del futuro la influyera.
A la mañana siguiente el sol brillaba en un cielo límpido. Los pescadores miraban hacia el horizonte y predecían un día caluroso. Lo pasó agradablemente, entre baños y largos ratos tumbada en la arena. El recuerdo de Pedro Alfonso comenzaba lentamente a desaparecer. Magda tenía razón cuando le dio aquel consejo. Cuando volviera a Londres, ya sólo sería un vago recuerdo. A las cinco, se bañó por última vez, se quitó el bañador y se vistió para volver a casa.
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