jueves, 18 de febrero de 2016

Se Solicita Niñera: Capítulo 42

-Durante mucho tiempo me dije que nunca volvería a casarme otra vez. Y cuando finalmente me recuperé, decidí que jamás volvería a querer a ninguna mujer de esa manera. Y nunca volví a sentir eso por mujer alguna.

Paula  se llevó una mano a la boca mientras asimilaba aquellas crueles palabras. Pedro se interrumpió por un instante al verla temblar de emoción, pero tenía que seguir adelante. Si Paula no escuchaba lo que tenía que decirle, dudaba que volviera a tener una segunda oportunidad.

-Nunca volví a sentir aquello, porque fue un estúpido encaprichamiento que nunca debió de haber durado más allá de unas cuantas citas. Lo que siento por tí es mucho más fuerte y profundo que cualquier otro sentimiento que haya experimentado antes... hasta el punto de que a mí mismo me asustó. Por eso huí, lo escondí, para no volver a sentirme vulnerable otra vez.

Paula seguía inmóvil como una estatua; pero al menos lo estaba escuchando.

-Te necesito, cariño. Y tú me necesitas a mí. No puedo vivir sin tí. Es así de sencillo -levantó las manos, dudó por un momento y finalmente las apoyó sobre sus hombros-. Es por eso por lo que te pedí que te casaras conmigo.

En los ojos de Paula vio entonces un profundo dolor que jamás había imaginado que existía. Le temblaba el labio inferior cuando respondió:

-Tú no me pediste que me casara contigo: me diste una orden. Yo te dije que sí porque te amaba. Incluso sabiendo que para tí sólo era una compañera de cama y una buena niñera, te dije que sí -dejó escapar un sollozo, y se llevó un puño a la boca.

Durante unos segundos se miraron el uno al otro; la tristeza, el dolor, la rabia parecían reverberar en el ambiente. Y entonces Paula empezó a llorar en silencio, estremeciéndose. Se dió la vuelta, pero Pedro la abrazó por la espalda.

Estaba destrozado. Por primera vez empezaba a tomar conciencia de lo que le había hecho, del daño que le había infligido.

-Paula... cariño... -la tomó por los hombros y la obligó suavemente a volverse, estrechándola contra su pecho-. Lo siento -susurró-. Por favor, no me dejes. Te necesito.

Pero Paula sacudió violentamente la cabeza y se apartó de él.

-No, Pedro. Tú no me «necesitas». Tú me deseas. Hay una gran diferencia: se llama «amor» -la desesperación había acabado por convertir su rostro en una máscara de tristeza-. Yo sí te necesitaba. Creía que te amaba tanto que eso no importaba. Pero sí que importa, Pedro. No puedo vivir con el hombre que amo, sabiendo que soy simplemente la única mujer que «satisface los requisitos» -se interrumpió, dándole de nuevo la espalda-. Lo único que quería era amor.

-¿Cómo he podido ser tan estúpido? -inquirió Pedro en voz alta, atenazado por el pánico-. Te estoy perdiendo, ¿verdad? Yo te amo, Paula, yo...

-¡No te atrevas a decirme eso ahora! -exclamó, girándose bruscamente en redondo-. ¡No te atrevas a pronunciar una mentira tan mezquina como ésa!

Intentó golpearlo, pero Jack la agarró de las muñecas para sujetarle luego los brazos a la espalda, inmovilizándola.

-Si esto fuera una mezquina mentira, hace tiempo que te habría dicho que te amo, ¿no? Te lo habría dicho para asegurar nuestra relación... para asegurarme, según tú, de que habías caído en mi trampa. ¿Para qué esperar a que Sergio me hiciera admitirlo? ¿Y por qué habría tenido que tragarme mi orgullo delante de tus malditos, implacables y súper protectores hermanos solamente para hacerte volver? -cuando se dió cuenta de que estaba gritando, aspiró profundamente y bajó la voz-. Mira: esto es lo que me haces -deliberadamente la atrajo hacia sí, observando que su mirada se nublaba de deseo-. Ninguna otra mujer. Sólo tú. Porque esto no significaría nada si no fuera porque está el amor -le soltó de pronto las manos, retrocediendo al mismo tiempo. Quería abrumarla con su amor, tomarla allí mismo, en el vestíbulo, y demostrarle con su cuerpo lo mucho que significaba para él. Pero ella tenía que quererlo también. Tenía que creer en él-. Te amo -pronunció, tomándola suavemente de la cintura-. Y quiero casarme contigo, no porque necesite una niñera, o una amante, sino porque sin tí mi vida no tiene ningún sentido.

Cuando Paula levantó la mirada hacia él, a Pedro se le encogió el corazón al ver el dolor que seguía brillando en sus ojos.

-Yo pensaba que quizá algún día podrías amarme -le confesó-. Y estaba dispuesta a esperar -de pronto su expresión empezó a iluminarse lentamente-. Es realmente abrumador descubrir.....que ese día por fin ha llegado.

-Sé exactamente el momento en que me dí cuenta de que sentía por tí algo especial -le comentó Pedro, esperanzado- Cuando llevamos a Valen al hospital, y el médico supuso que estábamos casados, deseé que fuera verdad. Te miré y decidí que ibas a ser mía -se interrumpió-. Por favor, ¿serías capaz de perdonarme?

Paula se lanzó a sus brazos, suspirando, y Pedro la estrechó con todas sus fuerzas.

-Creí que nunca volvería a hacer esto otra vez -le confesó ella.

-Y yo estaba aterrado por la misma razón -se apartó levemente-. Te amo. ¿Tú todavía me amas?

-No tengo más remedio -declaró sencillamente-. Sin tí, mi vida carecería de sentido.

Aquella respuesta agradó a Pedro,  y al fin consiguió relajarse. No se había dado cuenta de lo tenso que había estado, esperando su respuesta.

-Entonces siguen en pie los planes de boda para el miércoles.

-Otra vez dándome órdenes. ¿Es que no sabes cómo se formula una pregunta?

Pedro la levantó en brazos, apretándola contra su pecho mientras subía las escaleras... y susurrándole algo al oído. La risa de Paula resonó entonces, llenando la casa de amor.

-¡Yo no me refería a esa pregunta precisamente!

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