-¿Cómo iba a olvidarlo? Cuando más pienso en él más rabiosa me pongo. Si hubiera alguna forma dé ponerle las manos encima... –añadió apretando los dientes y frunciendo el ceño-. A veces desearla ser un hombre.
-Como todas, querida. Peso como somos mujeres la lucha será entre la inteligencia y los músculos. Inteligencia superior contra fuera, así fue escrito en el libro de la vida. Y ahora concentrémonos en nuestro problema.
Paula asintió resignada. Hablar sobre la inteligencia superior de las mujeres la deprimía. Estaba comenzando a pensar que se había dejado la cabeza en Kindarroch. Entonces, de pronto, recordó algo y contuvo el aliento. Miró a su alrededor y murmuró nerviosa:
-Sabemos una cosa. Sabemos que cena en Cardini todas las noches. ¿Que te parecería si fuera allí... me dirigiera directamente a su mesa y... y le vaciara una jarra de agua en la cabeza?
Magda no pareció muy impresionada.
-Demasiado soso -contestó pensativa-. Sin embargo es una posibilidad. ¿Estás segura de que quieres humillarlo en público? .
-Desde luego que sí, cuanta más gente haya mejor -dijo con un destello de placer en los ojos ante la perspectiva-. ¿Y qué mejor lugar que un restaurante? No cualquier restaurante, no, date cuenta. A Cardini va la jet set.
-Cardini es un buen sitio -sonrió traviesa Magda-, pero creo que podrías interpretar tu papel ante una audiencia más numerosa, querida. Los periódicos londinenses estarán encantados de hacerle una foto a Pedro Alfonso recibiendo el postre que se merece. Podrían editar medio millón de copias extra.
-Pero... pero ¿cómo...? -preguntó Paula abriendo mucho los ojos.
-Yo me ocuparé de eso, cariño. Será sencillo. Un amigo mío me debe un par de favores. Él mandará a un fotógrafo a la escena del crimen a tomar fotos para la posteridad -rió-. Pero tiene que ser algo original, no simplemente vaciarle una jarra de agua encima. Tiene que ser algo de lo que todo el mundo hable después.
¿Había alguien en Londres a quien Magda no conociera?, se preguntó Paula.
-Bueno, pues a mí no se me ocurre nada.
Magda se quedó pensativa. Luego sonrió.
-En una ocasión conocí a una mujer que tuvo oportunidad de humillar a un hombre en público. Era un miembro del Parlamento, pero después de lo que ella le hizo tuvo que renunciar a su cargo -rió sacudiendo la cabeza-. No obstante no estoy segura de que tú quieras llegar hasta esos extremos.
-¿Y por qué no? -preguntó Paula indignada-. Los Chaves no nos enfadamos fácilmente, pero cuando lo hacemos, no dudamos en utilizar los medios necesarios para devolver el insulto.
-Hmm... -murmuró Magda pensativa-. Sin embargo, es posible que después tengas que abandonar Londres durante un par de semanas hasta que todo esté olvidado. Yo te avisaría cuando la tormenta hubiera pasado.
-No se tratará de nada ilegal, ¿verdad? -la miró cauta-. No quiero tomar parte en nada que...
-No, ilegal no, en realidad... pero requiere una buena dosis de habilidad en la interpretación.
-Bueno -se relajó-, en el colegio interpreté a Ofelia.
-El papel que tendrás que interpretar será el de una mujer con bastante más desparpajo -atestó Magda divertida torciendo la boca.
-Puedo hacerlo.
Magda se quedó mirándola por un unto, y al final dijo:
-Bueno, ya veremos. Por el momento vamos a dejarlo, querida. Dentro de un par de días lo discutiremos a fondo, cuando vuelva de Francia. Brindemos por el naufragio del Golden Alfonso–exclamó elevando el vaso y sonriendo.
Paula se estremeció de frío en medio de la noche. Era molesto tener que estar de pie delante de aquella tienda, y aunque la ropa que llevaba estuviera bien para las busconas de París, estaba pensada para la provocación más que para resistir las inclemencias del tiempo. Cuando Magda volvió de Francia y le explicó su plan Paula la miró con aprensión, pero cuando le enseñó la ropa debería ponerse para llevarlo a cabo estuvo a punto de renunciar. Los zapatos rojos de tacón de aguja podían pasar, y el bolso de piel a juego tampoco estaba mal, pero el pantalón blanco lleno de encaje y el top, que dejaban al descubierto más de la mitad de su cuerpo, le daban escalofríos. Y para coronarlo todo debía llevar la peluca rubio platino más extraña que hubiera visto nunca. Catriona había mirado con recelo a Magda y había protestado:
-¡Esto es ridículo! ¡Si no me muero de una pulmonía, me detendrán por escándalo público! -No, no te ocurrirá nada. En West End abundan las chicas vestidas así, y aún más provocativas. De todos modos cuanto más indecente vayas mejor. Todos en el Cardini deben saber sin ninguna duda a qué te dedicas para ganarte la vida. Y ahora deja de protestar y pruébate la ropa.
Paula tuvo que hacerlo, aunque sin ganas, y el reflejo de su imagen en el espejo la hizo exclamar.
-¡Por Dios! ¡Si yo me voy a la cama con más ropa que esto! ¡Pero si se ve todo a través del encaje! ¡Para eso podría ir desnuda!
-Lo más que se ve es la ropa interior, ¿y a que no dudarías en ponerte en bikini para ir a la playa?
-No, pero no es lo mismo.
Magda ignoró aquel comentario, la miró de arriba abajo, y luego asintió satisfecha.
-Es perfecto. Por supuesto la noche en que te lo pongas irás maquillada y pintada. Mucho maquillaje y mucho lápiz de labios. Entre la pintura y la peluca no te reconocerá ni tu propia madre.
Gracias a Dios, pensó Paula, esperaba que fuera así. Pero entonces cayó en la cuenta de algo y miró a Magda alarmada.
-Pero eso quiere decir que Pedro Alfonso tampoco me reconocerá.
-Será mejor que no te reconozca.
-¿Y por qué? -preguntó molesta frunciendo el ceño-. Quiero que sepa que soy yo. Esconderse detrás de un disfraz me parece... una cobardía.
-Sí... bueno. Según dicen la discreción es una virtud, y créeme, querida, es mucho mejor que no te reconozca. Pedro Alfonso se va a enfadar mucho -añadió levantando su rostro por el mentón con un dedo y sonriendo-. Te llamaremos Tamara Torres. ¿Qué te parece?
-Abominable.
-Bien. Voy a tardar unos cuantos días en prepararlo todo, así que hasta ese momento puedes seguir practicando tu lenguaje de barrio.
Todo estaba preparado. De algún modo Magda había averiguado que Pedro iba a ir a cenar esa noche a Cardini con una acompañante, y el fotógrafo estaba ya sentado en una mesa estratégicamente situada.
Paula había escogido esa esquina de la calle para esperar porque daba justo enfrente de la puerta de Cardini, y desde allí tenía una vista inmejorable de los taxis y de la gente que bajaba de ellos. Tenía un nudo en el estómago. No comprendía cómo se había dejado convencer para hacer una cosa como aquélla. ¿Era sólo su deseo de impresionar a Magda, de hacerla ver que era una persona decidida, o se trataba de probarse a sí misma que tenía todo el coraje y la valentía de un Chaves?, se preguntó.
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