Y aquel retraimiento no hacía más que estimular el instinto depredador de Pedro. Tarde o temprano descubriría por qué se mostraba tan evasiva. Cuando Pau estuviera bajo su cuerpo, rodeándole la cintura con las piernas, Pedro querría mucho más que un simple placer físico. Lo querría todo de ella. La deseaba con locura.
Le resultaba duro aceptar que, con el tiempo, hubiera vuelto a desear a una mujer de aquella manera. Había jurado que estaba harto de relaciones. Había pasado cinco años casado con una mujer de la que, en un principio, se había encaprichado sexualmente. Una vez que eso hubo terminado, no tardó en descubrir que, en realidad, no la conocía en absoluto. Y cuanto más llegaba a conocerla, menos le gustaba.
Ludmila se había servido del sexo para conseguir lo que quería. Y Pedro había disfrutado con su seductor comportamiento... al principio. Más tarde, una vez casados, advirtió que no vacilaba en seguir practicando sus encantos con otros hombres. Estaba acostumbrada a salirse siempre con la suya. Cuando el sexo no funcionaba, recurría a las lágrimas. Pensó que probablemente había sido una suerte que no hubieran tenido hijos, aunque aún podía sentir la punzada de decepción que lo asaltó cuando Ludmila le dijo que jamás querría tenerlos.
Y allí estaba, a pesar de su resolución, prácticamente obligándose a sí mismo a sumergirse en otra relación con una mujer que, aparentemente, no estaba tan interesada por él como él por ella. Pero había habido momentos... la noche en que lo ayudó cuando Valen se puso enferma, por ejemplo. Sí, Paula mostraba desconfianza. ¿Pero desinterés? No después de aquel beso.
De repente oyó a Valen y miró su reloj, pensando que aquella niña tenía un hambre realmente voraz. La tenía en una especie de cuna portátil que le había comprado, en una esquina del despacho. Mientras agarraba la cuna y se dirigía al coche, con la bolsa de pañales al hombro, pensó que tarde o temprano tendría que resignarse a contratar a una niñera. Había escuchado horrorosas historias de niños maltratados por niñeras aparentemente encantadoras, y le aterraba la posibilidad de que Valen cayera en manos de alguna maníaca. Ahora era su bebé; su hija, en realidad.
Federico y Gabriela había querido a aquella chiquitina con cada fibra de su ser; él mismo había podido oírlo en la voz de su hermano cuando le llamó para darle la buena nueva. Y él, Pedro, no iba a ser menos. Todavía se le formaba un nudo en la garganta cuando pensaba en su hermano y en su cuñada. Algunas veces la vida era sencillamente detestable.
Todavía estaba rumiando el problema de la niñera cuando llegó a la casa de Pau una hora después. Mientras esperaba en el umbral decidió que tendría que investigar a más agencias y...
De pronto la puerta se abrió de par en par y Paula apareció ante él.
-Hola.
Iba vestida de sport: una falda vaquera lo suficientemente corta como para dejar al descubierto las piernas con las que Pedro tanto había soñado, y un suéter sin mangas que se adaptaba maravillosamente a sus curvas. Pedro habría dado cualquier cosa por haber estado en el lugar de aquel afortunado suéter...
-Hola -repuso él, obligándose a convertirse en una persona civilizada.
Paula había preparado unos pinchos de carne condimentada al estilo oriental, un manjar que a Pedro le supo a gloria. Los había puesto en adobo, según le explicó, para darles más sabor. Le hizo una pregunta acerca del trabajo y durante la mayor parte de la cena estuvieron hablando de las distintas formas de publicidad.
Después, Pau se levantó para recoger la mesa. Valen se encontraba por el momento muy cómoda y tranquila en su asiento, así que Pedro se levantó también para ayudarla llenando el lavavajillas mientras ella fregaba las sartenes.
-Eres muy hábil con esto -observó Pau.
-Por necesidad. He vivido solo durante muchos años.
-Yo no -se interrumpió por un momento, como reflexionando, y luego se encogió de hombros-. Desde luego, viviendo sola me resulta mucho más fácil tener la casa limpia, pero echo de menos la presencia de gente. ¿Sabes lo que quiero decir?
-Sí. Yo también me había acostumbrado a eso, pero si no tuviera a Valen conmigo, creo que mi casa sería como una tumba. A propósito... -miró a la niña, que levantaba las manitas sentada en su asiento-. Odio tener que marcharme nada más comer, pero creo que será mejor que me vaya. Nos acercamos a la hora en que suelo bañarla.
-Si quieres puedo hacerlo yo. Además, tengo una crema muy buena para ella.
-Estás loca por ponerle las manos encima a mi sobrina, ¿a que sí?
-Sí, lo confieso -reconoció Pau, sonriendo y levantando las manos en un gesto de rendición—. Nada hay en el mundo tan maravilloso como mirar, tocar, sentir a un bebé.
Diez minutos más tarde, mientras veía el informativo de la televisión, JPedro seguía pensando en la expresión de felicidad que había visto en los ojos de Pau. Ella misma había insistido en que se relajara un poco, algo de lo que le estaba agradecido.
En la cocina, sonó el teléfono. Pau estaba en el cuarto de baño con el bebé, y Pedro sabía que no podía oírlo. Pensó primero que el contestador recogería el mensaje, pero luego decidió contestar directamente.
-¿Diga?
-¿Quién es? -la voz masculina parecía sorprendida y contrariada a la vez.
-Soy Pedro Alfonso. ¿Y usted?
-Debo de haberme equivocado de número -el hombre adoptó un tono de disculpa.
-Si quería llamar a Paula Chaves, ha acertado. ¿Puedo decirle quién la llama?
-¿Dónde está?
Aquel tipo parecía claramente disgustado, y no tenía intención alguna de darle su nombre. Pero Pedro tampoco estaba dispuesto a ceder:
-Paula tiene las dos manos ocupadas en este momento... pero puedo transmitirle un mensaje.
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