martes, 23 de febrero de 2016

Recuerdo Perdurable: Capítulo 5

Era perfectamente consciente de la forma en que sus ojos la observaban. Sin embargo un hombre como él nunca se habría fijado en una chica como ella, pensó, si no hubiera sido por la elegancia y el estilo que le confería la ropa de la tienda de Magda. Ésta se la había dado invistiendo en que no era por generosidad, sino por cuestiones de imagen de la tienda. Llevaba una chaqueta de color gris perla y una blusa de seda. Se había arreglado el pelo con estilo, de modo que cayera suelto por los hombros.

Aquellos ojos continuaban escrutándola en silencio. A cada segundo que pasaba se sentía más cohibida. El sentido común parecía haberla abandonado, y de pronto la pierna derecha comenzó a temblarle nerviosa. Dios mío, qué impresión le estaría causando, pensó desesperada. Cualquier colegiala lo habría hecho mejor.

-Se... se está muy bien aquí, ¿verdad? comentó ella intentando darle conversación-. Paso por delante de este bar todos los días, pero nunca había entrado.

Si aquél era el comentario más inteligente que podía hacer, se dijo, más valía que mantuviera la boca cerrada.

El levantó una ceja con interés:

-¿Vives aquí, en Chelsea?

-Sí, en Palmerston Court. Está a sólo unos minutos.

-Lo conozco -asintió-. Es una zona de lujo. Yo también he estado pensando en comprarme un piso aquí. Me lo recomendarías como inversión?

Paula comenzaba a recuperar lentamente el sentido común. ¿Sería posible que aquel atractivo hombre se interesara por ella?, se preguntó. Era increíble, pero... Recordó la escena sucedida minutos antes, en el momento de conocerlo. Ella iba de camino a casa, pensando en sus cosas, y de pronto se había visto arrojada en sus brazos. Era una forma poco frecuente de comenzar una relación, no obstante, se dijo, cosas más raras ocurrían. Él podría haber sonreído cortés y seguir su camino sin decir palabra, pero no había sido así. La había abrazado, la había llevado a un bar a tomar una copa, le había preguntado su nombre, e incluso le había hecho un cumplido. Y además le preguntaba su opinión. Desde luego no cabía duda; ése era el hombre de su destino. Si aquello no era amor a primera vista, ¿por qué se sentía como si estuviera flotando?, se preguntó. Pedro seguía esperando su respuesta, así que sonrió y dijo:

-Yo no sé mucho sobre temas inmobiliarios, sería mejor que le preguntara usted a un experto. -Hoy en día ya no hay expertos inmobiliarios -sonrió-. Yo he llegado a la conclusión de que lo mejor es preguntar a la gente que vive en la zona. Quizá podrías enseñármela tú. ¿Compartes el piso o... vives con tus padres?

-Mis padres viven en Escocia -contestó ella aprisa añadiendo luego a la defensiva-: Ya soy mayorcita para cuidar de mí misma.

-Estoy seguro de que sí, Paula -sonrió divertido-. Admiro tu sentido de la independencia. Así que vives sola en Londres, ¿no es así?

Magda estaba de vacaciones en ese preciso momento, así que en cierto sentido, aunque sólo fuera temporalmente, era cierto que lo estaba. Algo en su interior la impulsaba a aparentar aquella imagen de independencia y madurez, a no hablar de Magda. No obstante, antes de que tuviera que mentir, llegó el camarero con las bebidas. Paula echó agua mineral al vaso de whisky mientras él seguía observándola atento.

-Estoy agradablemente impresionado de ver que no has pedido uno de esos cócteles con sombrillita. Has pedido nada menos que un whisky. Eres toda una dama, y muy inteligente, no cabe duda.

Aquel cumplido la ruborizó. Él sabía decir palabras bonitas... y las decía con sinceridad. Ella era una dama, y una dama inteligente, nada menos. Sus dientes eran muy blancos, observó Paula mientras él sonreía. Seguro que tenía novia. Elevó el vaso procurando olvidarlo y bebió un trago más largo de lo que en principio había pretendido. Enseguida se le subió a la cabeza. Al menos el agua apagaba el fuego que sentía en su interior evitando un ataque de tos.

-¿Tienes muchos amigos en Chelsea? -preguntó él con naturalidad-. Seguro que una chica tan guapa como tú tiene un novio o dos.

-Oh, no -aseguró ella aprisa, quizá demasiado aprisa, pensó. Luego hizo una pausa y asumió un aire de indiferencia-. Al menos ninguno sobre el que escribir en mis cartas a casa.

-¿Así que no hay ningún chico especial en tu vida?

-En realidad no -contestó ella encogiéndose de hombros y sintiendo que su corazón latía veloz dentro del pecho.

-Londres puede ser una ciudad muy solitaria -comentó él-. Seguro que tienes amigos, ¿verdad?

Paula no quería que él pensara que llevaba una vida aburrida, así que mintió:

-Bueno, tengo amigos y voy a las fiestas de Chelsea, siempre hay algo que hacer.

Pedro asintió satisfecho de la respuesta, pero de pronto miró el reloj de oro de su muñeca y ella se sintió defraudada. Él terminaría la bebida, le daría cualquier excusa y se marcharía. Y nunca más volvería a verlo, se dijo. ¿Acaso había dicho algo incorrecto? ¿O era que se había dado cuenta de que mentía, aunque hubiera sido sólo un poco? ¿Qué podía hacer una mujer en una situación como aquélla?, se preguntó desesperada. ¿Aguantarse y dejarlo marchar? ¿Consolarse pensando que a fin de cuentas él no era el hombre adecuado para ella? Quizá el destino le tenía reservado otro hombre, pero era una lástima, se dijo, porque aquél le gustaba. Aunque teniendo en cuenta lo poco que se conocían era una tontería pensar que estaba enamorada. Sin embargo, ¿cómo explicarse entonces el sentimiento que la embargaba?

El seguía observándola con aquella mirada penetrante y crítica, y de pronto preguntó: -¿Estás segura de que te encuentras bien, Paula?

-Sí, estoy bien, gracias.

-Bueno, me alegro de oírlo -suspiró-. Me encantaría quedarme aquí charlando contigo, pero me temo que debo marcharme. Dentro de un cuarto de hora tengo que ver a un cliente. Lo sabía. Sabía que era demasiado bueno como para que fuera cierto. No obstante Paula consiguió esbozar un sonrisa y contestó:

-Por favor, no deje usted que le retenga. Le estoy muy agradecida, señor Alfonso.

-Bien, en ese caso entonces quizá quieras mostrarme tu agradecimiento cenando conmigo esta noche.

Paula dejó el vaso sobre la mesa y se quedó mirándolo estúpidamente por un momento. Luego, levantó la vista para ver si él hablaba en serio.

-¿Esta... esta noche?

-Para ser exactos dentro de dos horas -contestó él amable-. Pero si te parece demasiado precipitado o tienes otra cita podemos dejarlo para otro día.

-¡No! -se apresuró Paula a contestar-. Quiero decir... estoy segura de que podré arreglarlo. -Bien -sonrió con aquellos labios arrebatadores-. Hoy he tenido un día duro, cenar contigo me resarcirá.

Paula sintió de pronto que su mente comenzaba a girar como un torbellino haciéndose preguntas. ¿Qué se pondría para salir con él? ¿Tenía algo que pudiera considerarse apropiado para la ocasión?

-Te dejaré elegir el restaurante -añadió galante-. La verdad es que yo siempre ceno en Cardini, pero quizá prefieras uno francés... o italiano.

-Cardini está bien, señor Alfonso.

No tenía ni idea dónde estaba Cardini, pero si un hombre de su estilo y elegancia cenaba allí con regularidad, tenía que ser un restaurante de primera categoría. Probablemente, él llevara traje y corbata, y Dios sabría qué iba a ponerse ella, pero ya encontraría algo. Pedro volvió a sonreír.

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