martes, 2 de febrero de 2016

Se Solicita Niñera: Capítulo 10

Valen  estuvo extraordinariamente escandalosa durante todo el día. Pedro paseaba arriba y abajo por su apartamento con ella en los brazos, mientras sus gritos y chillidos iban en aumento. Había revisado el habitual motivo de su incomodidad, el pañal húmedo, y había intentado darle un biberón, pero se lo había rechazado. Llevaba bastantes horas sin dormir.

Él tampoco, por supuesto. Era sábado, casi medianoche. Su ansiedad aumentaba por momentos. Deseó poder contar con la experiencia de Pau con los niños; ella sí que habría logrado tranquilizar a Valen si se hubiera encontrado allí en aquel instante. Ese pensamiento apenas fue asimilado por su cerebro antes de que tomara una decisión.

Sacó su agenda de un cajón, localizó su número y lo marcó en el teléfono móvil. Oh, no; se había olvidado de que era más de medianoche. Probablemente estaría durmiendo. O saliendo con alguien, con un hombre tal vez...

-¿Hola?

Pedro no recordaba haberse sentido nunca tan aliviado. No sabía si era porque necesitaba ayuda o porque no estaba con otro hombre, pero tampoco le importaba.

-¿Pau? Hola, soy yo, Pedro. De verdad, siento mucho llamarte a estas horas.

Me había olvidado de lo tarde que era, pero el asunto es...

-¿Le ha pasado algo a Valen? -inquirió alarmada.

-No lo sé. He intentado todo lo que se me ha ocurrido. Quizá tú puedas sugerir algo.

-¿Quieres que vaya para allá?

-Por favor. Eso sería maravilloso. Si no es demasiado pe...

—Estaré allí en diez minutos -y colgó.

Pedro  sintió que se le debilitaban las rodillas y se sentó antes de que pudiera caerse al suelo. Valen  seguía llorando a todo volumen, pero ahora ya podía soportarlo.

Paula  estaba en camino.

Su camioneta hizo su aparición exactamente ocho minutos después.

-Déjame verla.

Ése fue todo el saludo que le ofreció. Pedro le entregó a Valentina y esperó, nervioso. Paula apenas le había tocado el cuerpecito cuando levantó la cabeza, con una expresión que lo dejó aterrado.

-¿Qué es?

-Está ardiendo de fiebre, Pedro, llama al médico ahora mismo. Voy a meterla en un baño caliente y a pasarle una esponja húmeda por la piel mientras tú telefoneas.

Pedro  tomó nuevamente el teléfono, oyendo cómo Pau se llevaba a la niña al cuarto de baño. Veinte minutos después, los tres se dirigían hacia el hospital. Nada más entrar, las enfermeras de guardia guiaron a Pau, con la niña, a la sala de reconocimiento. Un médico fue hacia Pedro para explicarle que se encargaría de examinar a Valentina.

Pedro se moría de ganas de acompañarlos, pero comprendía que antes tenía que pasar por la oficina de registro para facilitarles los datos de su seguro médico. Tan pronto como terminó, se reunió con Paula en la sala de reconocimiento. Estaba apoyada en la pared, con los brazos cruzados sobre el pecho, mientras el médico y una enfermera se inclinaban sobre la niña, que seguía llorando tumbada en una mesa. Sin hablar, Pedro le pasó un brazo por los hombros. Un gesto tan sencillo resultó tremendamente reconfortante; ya no se sentía tan solo, tan aterrado.

Diez minutos después recibieron el diagnóstico: fuerte infección en ambos oídos. Pedro se sintió peor que nunca mientras el médico le entregaba una receta:

-Le hemos dado una medicación para que le baje la fiebre y le quite el dolor. Una vez que haga efecto y nos aseguremos que la fiebre ha desaparecido, podrá llevársela a casa. Ahora mismo puede aprovechar para comprar esto en la farmacia que está al otro lado de la calle. Su mujer podrá quedarse aquí con la pequeña.

Por el rabillo del ojo Pedro advirtió la expresión sorprendida de Paula, pero ni siquiera se molestó en corregir al médico. Si ella hubiera sido realmente su esposa, en aquel momento no se habrían encontrado allí, en un hospital. Desde el principio Paula habría interpretado correctamente sus primeras molestias como síntomas de una enfermedad. Habría sabido cuándo debía empezar a tomar comida sólida; le habría elaborado un régimen nutritivo, las curvas de crecimiento... todas aquellas cosas que Pedro había leído por encima desde que se había visto obligado a convertirse en el padre de Valentina.

Si hubiera tenido que volver a casarse, indudablemente habría elegido a un tipo de mujer como Pau, pensaba Pedro mientras esperaba a que la farmacéutica le entregara la medicación recetada. Paula quería a Valentina, y de cuidar niños sabía más que nadie. Su vida sexual, de eso estaba seguro, habría sido fantástica. Ante la sola idea el cuerpo se le ponía alerta... en el sentido más extenso de la palabra, pensó arrepentido mientras se apresuraba a volverse para hacer como que ojeaba unos folletos. Si no llevaba más cuidado, la farmacéutica sería capaz de denunciarlo por escándalo público.

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