El martes por la tarde Pedro llevó a la tienda de Paula una cuna portátil, un asiento de bebé y lo que parecían diez toneladas de diversos artículos para Valentina. Paula tomó en brazos al bebé mientras él entraba todo aquello en la casa, y cuando terminó lo guió a su habitación de trabajo; fue allí donde Pedro montó el asiento, y la cuna con su móvil correspondiente fue a parar a una esquina de la cocina adosada a la tienda.
-Gracias al móvil podremos oírla cuando se despierte, y al mismo tiempo podrá dormitar sin que la distraigamos -le informó ella mientras observaban a Valentina contemplando fascinada aquel útil juguete.
-Hablando de distracciones... -Pedro le pasó un brazo por la cintura y la atrajo hacia sí. Había hecho todo lo posible por contenerse y mantener alejadas las manos de ella, una tarea nada fácil cuando su cuerpo lo incitaba a tocarla a la menor oportunidad. Por eso la noche anterior había resistido el impulso de sentarse a su lado en el sofá mientras le daba el biberón a Valen, y no había saltado sobre ella como un lobo hambriento aquella misma tarde... Pero ya no podía esperar por más tiempo.... y suspiró de alivio ante su dulce contacto cuando cubrió la distancia que los separaba.
-¿Cómo es que no puedo dejar de pensar en tí?
-No sé -Paula se dejó mecer en sus brazos, apoyando las palmas de las manos sobre su pecho. Apretada contra él, no pudo menos que sentir su excitación presionando contra su vientre-. Yo... yo tampoco puedo dejar de pensar en tí.
Aquella confesión lo agradó enormemente. Las palmas de las manos de Paula dibujaban pequeños círculos sobre su pecho. Lentamente bajó la cabeza, buscando su boca sin dejar de mirarla intensamente a los ojos... hasta que Paula se puso de puntillas y lo besó en los labios.
Sin vacilar, buscó su lengua con la suya mientras le acariciaba la espalda con las dos manos. Paula le echó entonces los brazos al cuello, acercándolo hacia sí. Y de repente Pedro supo cómo iba a acabar aquella tarde. Se sentía como si estuviera a punto de explotar por dentro.
-Te deseo. Ahora -musitó.
Paula abrió mucho los ojos al escuchar aquella súbita declaración. Pedro miró la cuna, y ella siguió el curso de su mirada. Valentina se había quedado dormida. Se sentía como un adolescente haciendo el amor con su chica en el asiento trasero de un coche, con el tiempo como único enemigo, y Paula parecía estar experimentando la misma sensación.
-¿Dónde está tu dormitorio? -le preguntó, apenas reconociendo aquella voz ronca como propia.
-En el piso de arriba. A la derecha.
Pedro deslizó los labios por la maravillosa columna de su cuello, aspirando su perfume. No pudo recordar exactamente en qué momento la levantó en brazos para subir la escalera. Cuando volvió a levantar la cabeza y la dejó en el suelo, estaban al lado de su cama. Le quitó la camisa sacándosela por la cabeza, y luego se dedicó a despojarla de sus vaqueros cortos, haciendo saltar un botón en su apresuramiento. Su cuerpo era maravilloso; Pedro ansió detenerse para admirar aquellos pequeños y perfectos senos medio cubiertos por el sostén de color rosa, aquel vientre plano que desaparecía debajo de su ropa interior a juego...
Pero no podía. La dejó completamente desnuda, exponiéndola a su ardiente mirada. Con un gruñido, volvió a levantarla en brazos y la depositó sobre la cama. Respirando aceleradamente, trazó un sendero de besos en torno a un seno y succionó con fuerza su pezón rosado; Paula gritó de placer, arqueándose y apretándose tanto contra él que Pedro pudo incluso sentir el furioso latido de su pulso en su sexo, presionando contra el suyo. Frenético, se apartó por un instante para deslizar las palmas de las manos por la parte interior de sus muslos, despejando el camino para la dulce invasión; rápidamente se acomodó en una mejor postura, flexionó las piernas y entró en ella.
Paula emitió entonces un grito desgarrado, y apoyó las manos en sus hombros como para apartarlo de sí. Jadeando, Pedro se quedó inmóvil, mirándola asombrado hasta que al fin comprendió. Sintió una punzada de pánico, e instintivamente empezó a apartarse.
-No te muevas, por favor -susurró entonces Paula.
Pedro estaba paralizado, acorralado entre el dulce placer de sentirse dentro de ella y el dolor que sabía la había producido.
-¿Por qué no me lo dijiste? -le preguntó con voz ronca.
-Yo... no podía pensar en nada...
-Yo tampoco -repuso él, sincero-. Si lo hubiera sabido, todo esto habría sido diferente -esbozó una mueca-. Muy diferente. ¿Cómo es posible que hoy en día una mujer de treinta y dos años pueda haberse mantenido virgen?
-Ya te expliqué que no tenía mucho tiempo para salir con chicos cuando era más joven -respondió Paula con tranquila dignidad-. Nunca se me presentó la oportunidad.
Un primitivo y posesivo sentimiento de placer se apoderó de Pedro. Ningún otro hombre había conocido los dulces secretos que le ofrecía su cuerpo. Podía sentir el latido de su pulso en su interior, y tomó conciencia entonces de la desesperación con que necesitaba disfrutar de lo que estaba sucediendo entre ellos. Dejando caer la cabeza, se apoderó nuevamente de sus labios en un beso que la incitó a relajarse.. El cuerpo de Paula le gritaba que se moviera, que se apresurara, pero él se contenía con un implacable control:
-Lo lamento -susurró-. ¿Quieres que me detenga?
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