jueves, 25 de febrero de 2016

Recuerdo Perdurable: Capítulo 11

Lo peor de todo eran las miradas de la gente que pasaba por la calle. Sólo llevaba allí unos diez minutos, pero se le habían acercado ya dos posibles «clientes». Con el primero le costó un rato comprender qué quería. Cuando por fin lo hizo, tuvo que reprimir sus deseos de darle un bofetón en la cara con el bolso.

-Lo siento -le había dicho-, estoy esperando a mi marido.

Al segundo, lo había tratado de un modo parecido, y luego lo había visto escurrirse para probar suerte con otra chica. Era horrible, reflexionó. Nunca hubiera pensado que hombres con un aspecto tan respetable pudieran ser tan rastreros.

Entonces, llegó un taxi a la entrada del restaurante que captó su atención. Vio al portero del Cardini acercarse para abrir la puerta. Un hombre salió. Era él, sonrió triunfante para sí misma.

Su corazón comenzó a latir a gran velocidad. Sintió una extraña mezcla de excitación y nerviosismo. A pesar de la distancia, podía reconocer su figura. Iba inmaculadamente vestido, con chaqueta y pantalones oscuros. Era alto, poderoso, y todos sus movimientos tenían elegancia. Se le secó la boca. Si hubieran sido ciertas las predicciones de María, se lamentó, si él la hubiera amado de corazón, y no sólo con el cuerpo... Pero él no tenía corazón. Era un mentiroso. Era un ser egoísta, egocéntrico, falso, cruel y bajo.

Como el caballero que aparentaba ser le ofreció la mano galante a su acompañante, que salió del taxi. Era una chica alta y delgada de cabello oscuro. Paula intentó reprimir los celos. En el fondo debería sentir lástima por ella, se dijo. Quizá también tuviera sus sueños.

Apretó los labios y pensó que con diez minutos bastaría. Para entonces ambos estarían sentados a la mesa mirándose a los ojos el uno al otro a la luz de la vela. Pero en ese momento aparecería ella, y el señor Pedro Alfonso tendría que despedirse para siempre de su reputación.

-Buenas noches, señorita.

Paula se volvió hacia el hombre que le hablaba. Otro más, pensó molesta.

-¿Se dirige usted a mí?

Aquel hombre estaba demasiado ocupado mirándola como para molestarse ante esa fría contestación. Por el contrario, se acercó y murmuró:

-A la vuelta de la esquina hay un bar muy acogedor. ¿Quieres unirte a mí y tomar unas copas?

Era patético, pensó. Probablemente tendría mujer e hijos, y hasta una sepultura a medio pagar. Bueno, al menos aquello demostraba que daba el pego. ¿Pero sería capaz de interpretar su papel?, se preguntó. Aquél era un momento tan bueno como otro cualquiera para averiguarlo.

Sonrió provocativa, parpadeó con las pestañas falsas y dijo:

-Tengo gustos caros, amigo. ¿Podrás pagar el champán?

El mejor champán sonrió dando unas palmaditas a su bolsillo del pantalón, donde probablemente llevaba la cartera-. Verás que soy muy generoso. Pide lo que quieras.

Paula se puso una mano en la asista, serió y murmuró:

-Bien, eso está bien. Me encantan los hombres a los que les gusta gastar el dinero –comentó pensando que aquello era demasiado fácil. Ni siquiera se sentía cohibida, aquel payaso se lo creía todo-. Me llamo Tamara. Y tú?

-Freddie, llámame Freddie -contestó mirando nervioso a su alrededor-. ¿Nos vamos ya? Debía de estar preocupado de que alguien lo reconociera. Bien, se dijo, en ese caso le haría sudar.

-Bueno... eso depende de en qué otra cosa estés pensando aparte de invitarme a una copa, Freddie -contestó provocativa.

-Conozco un hotel muy cerca de aquí -continuó él sugestivo-, y son muy comprensivos con este tipo de cosas. Podemos subirnos un par de botellas y... disfrutar. -¿A qué te refieres con eso de disfrutar, Freddie? -murmuró sonriendo.

Freddie se sorprendió y miró a su alrededor una vez más. Paula estaba haciendo esas preguntas tal y como las había oído hacer en las películas, y él se estaba poniendo nervioso.

Pero era necesario hacerlas si quería cazarlo, se dijo, necesitaba que dijera lo que quería. Volvió a mirarlo con ojos sugestivos y alentadores y añadió:

-Eres un chico muy travieso, Freddie. Lo que quieres es llevarme a la cama, ¿a que sí? ¿Estás seguro de que tendrás dinero suficiente?

-Por supuesto que sí -insistió él-. Te he dicho que soy muy generoso, ¿recuerdas?

-Sí, Freddie, me lo has dicho -dijo cambiando el tono de voz de pronto y poniéndose seria-. Quizá el juez lo tenga en cuenta, pero lo dudo. Si quieres ver mi placa estaré encantada de enseñártela. Soy el agente Jordan, de la policía metropolitana, y te acuso de importunarme con propósitos deshonestos.

-Pero... pero.. -su rostro, colorado, parecía a punto de explotar-. Yo no... no he... hecho nada.. sólo...

-Es inútil, Freddie, has escogido la noche equivocada. La brigada policial tiene todo el área bajo vigilancia con cámaras de circuito cerrado de televisión -estaba disfrutando, pensó mientras le subía el nivel de adrenalina. Freddie había caído en la trampa. Era una lástima que le hicieran daño los zapatos-. Y ahora voy a decirte algo. Eres el cuarto en media hora. La furgoneta llegará de un momento a otro para recogerte, a tí y a los otros. Te quedarás aquí, de cara a la pared y sin moverte. Yo tengo que ir a informar a mi jefe al otro lado de la calle: Te advierto que si intentas huir serás arrestado y te acusarán de intento de fuga. Recuerda que estás delante de las cámaras.

-¿Y saldrá... en los periódicos? ¿Es una redada? preguntó Freddie casi enfermo.

-No me sorprendería que saliera en las noticias de la televisión. Espero que eso te enseñe a comportarte de otro modo en el futuro.

Paula esperó a que se diera la vuelta y mirara a la pared. Luego, con un último aviso por si intentaba huir, se marchó cruzando la calle hacia el restaurante.

Estaba orgullosa de sí misma, de su interpretación. Le había metido el miedo en el cuerpo, de eso no cabía duda. Con un poco de suerte a las dos de la madrugada seguiría allí esperando a que llegara alguien a arrestarlo.

Algún día, se dijo, volvería la vista atrás y recordaría aquel momento. Y se preguntaría de dónde habría sacado la audacia. La dulce inocencia de su juventud había desaparecido de una vez por todas.  Se la había arrebatado. Sin embargo, aquel triunfo sobre Freddie la daba confianza en sí misma para la tarea que se proponía.

El primer escollo a negociar era el agitador del restaurante, y por la cara de alarma que estaba poniendo al verla acercarse era evidente que no tenía intención de dejarla entrar. Se quedó inmóvil como una muralla impidiéndole el paso.

-Lo siento, señorita, pero no puede pasar... -dijo mirándola de arriba abajo-: No se permite entrar a las mujeres solas. Si quiere usted cenar, le que vaya a la hamburguesería de aquí al lado.

Magda ya le había prevenido de que ocurriría algo así, de modo que llevaba aprendida la lección. Paula suspiró y asintió.

-Lo que me temía. Supongo que voy muy bien disfrazada, ¿no? Bueno, pues es sólo eso, un disfraz. Escucha, soy estudiante y me gano algo de dinerillo trabajando de vez en cuando para una agencia. Creo que el señor Pedro Alfonso está cenando hoy aquí. Es su cumpleaños, y sus colegas han alquilado mis servicios para que le desee un feliz día y le dé un regalo -el portero vaciló, así que Paula volvió a suspirar-. Comprendo perfectamente tu postura, desde luego. Las reglas son las reglas. Bueno, tendré que volver y contarles que me has negado el paso. Se van a enfadar bastante, y el señor Alfonso también se enfadará cuando se entere de lo que ha pasado. ¡Qué le vamos a hacer! Sólo estás obedeciendo órdenes, ¿verdad?

Paula se dió la vuelta para marcharse, pero en ese momento el portero tosió y dijo al fin:

-Disculpe, señorita, quizá haya cometido una equivocación. El señor Alfonso es cliente nuestro, por supuesto. Creo que en su caso podré hacer una excepción -accedió al fin haciendo un gesto con el sombrero y abriéndole la puerta.

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