jueves, 18 de febrero de 2016

Se Solicita Niñera: Epílogo

Paula  consiguió su boda por la iglesia, después de todo.

Se detuvo ante la encalada fachada de la iglesia menos de un mes después de que Pedro le declarara su amor. Llevaba el vestido que le gustaba tanto, que le evocaba recuerdos que aún la hacían ruborizar. Tal como había predicho, fue necesaria una legión de personas para transportar la larguísima cola de satén, entre ellas cuatro de sus sobrinos.

Delante de ella, Flor se dirigió hacia donde se encontraban las damas de honor, bellísima con el vestido que le había diseñado personalmente, sosteniendo a Valen y susurrándole cariñosas palabras. La siguió su gran amiga Zaira, avanzando lentamente por la nave.

Entonces fue el turno de D.J. Paula oyó el sonido eléctrico de su silla de ruedas cuando atravesó la nave, y sintió un nudo en la garganta al verlo lanzar pétalos de rosa con su única mano útil, de un pequeño recipiente fijado a la silla.

La música cambió en aquel momento. Cuando resonaron las primeras notas de la Oda a la alegría, volvió la cabeza y sonrió a su hermano. Daniel le devolvió la sonrisa, ofreciéndole su brazo, y juntos empezaron a caminar hacia el altar.

Cuando dio el primer paso, su mirada se encontró con la de Pedro. Conforme se fue acercando, pudo distinguir la expresión de amor de su mirada, la confiada seguridad de que aquél era el día que durante tanto tiempo había esperado, el día en que se unirían para siempre. Extendió entonces una mano, atrayéndola hacia sí, y Daniel se hizo a un lado.

Fue como un sueño. A instancias del sacerdote, Pedro pronunció sus votos y recibió los de Paula. Ella le ofreció su ramo de rosas a Zai, que no pudo reprimir unas lágrimas de emoción. Flor, a su vez, se enjugó las suyas con el borde de un pañal limpio que llevaba escondido en los pliegues del vestidito de Valen.

Intercambiaron los anillos que juntos habían escogido. Segundos después la ceremonia terminó, y Paula escuchó la voz del sacerdote:

-Puede besar a la novia.

Pedro le levantó cuidadosamente los bordes del velo y la besó emocionado.

—Te quiero, Paula -murmuró.

-Yo también te quiero... ¡Pedro!

Se quedó sin aliento cuando él la levantó en brazos, y un murmullo divertido se levantó entre la multitud.

-¡Bájame! -susurró en un tono bajo, pero insistente.

Riendo, Pedro negó con la cabeza, estrechándola contra su pecho mientras caminaba por la nave.

-Ni hablar, señora Alfonso. Ahora que ya te tengo, voy a llevarte conmigo a todas partes.

-Pues dentro de unos siete meses o así, voy a pesarte tanto que necesitarás una carretilla para transportarme -nada más pronunciar aquellas palabras, abrió mucho los ojos y se llevó una mano a la boca; había hecho aquel descubrimiento apenas el día anterior, y había pensado en revelárselo al cabo de unos días, en plena luna de miel.

Pedro se detuvo con ella en brazos en medio de la iglesia.

-¿Me estás diciendo... que vamos a tener un bebé?

Paula asintió, sonriendo; sabía que se sentiría tan entusiasmado con la idea como ella misma.

Pedro inclinó la cabeza y le tocó la frente con la suya; cuando volvió a levantarla, lágrimas de emoción le brillaban en los ojos.

-Vamos a tener que celebrar un aniversario adicional en nuestro calendario. Porque el preciso día en que entraste en mi despacho fue el mejor momento de mi vida, el momento que trajo todos estos milagros.

Y cuando su marido reinició la marcha, Paula se relajó en sus brazos. Él tenía razón. Como si hubiera tenido lugar el día anterior, recordaba perfectamente la primera vez que sus miradas se encontraron.

El verdadero milagro era que sus vidas estaban ahora ligadas... para siempre.


FIN

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