Su cuñada era una mujer muy simpática y atractiva, que parecía algo baqueteada por los años.
-Por eso sólo tengo dos niñas -comentó con un tono algo sombrío, observando cómo las gemelas y los otros dos chicos dejaban caer comida al suelo y reían como locos cuando un perro de pelaje pardo se abalanzaba para devorarla.
Luego llevó a Pedro a la mesa, donde Daniel acababa de dejar una bandeja de perritos calientes y hamburguesas. En ese momento se le ocurrió a Pedro que Paula tampoco había cenado, y le hizo una seña con la mano, indicándole la mesa:
-¿Perrito o hamburguesa?
-Hamburguesa, por favor -respondió ella.
Era extraño, pero parecía algo sorprendida de que se hubiera acordado de ella. Le llenó el plato con un poco de todo, y luego fue a sentarse a su lado. Después de dejar sus respectivos platos sobre la mesa tomó en brazos a Valen, que se alegró al reconocerlo, agitando sus diminutos puños.
Cuando Pedro volvió a levantar la mirada, descubrió que Paula lo estaba observando con una maravillosa expresión de ternura. Profundamente conmovido y sin pensárselo dos veces, le tomó una mano para llevársela a los labios y besársela, sin dejar de mirarla a los ojos. Turbada, Paula desvió la mirada hacia el pequeño que estaba a su lado, pacientemente sentado en su silla de ruedas.
-Me gustaría presentarte a mi amigo, el señor Alfonso...
-Llámame tío Pedro-le dijo él.
«Tío Pedro». Mientras bañaba a una llorosa Valentina, que ya empezaba a mostrar síntomas de cansancio después de una jornada tan larga, Paula reflexionó sobre lo que había dicho Pedro. Al oírlo, Daniel había estado a punto de dejar caer al suelo un plato entero de hamburguesas.
No lo había dicho en un contexto del todo serio; de eso estaba segura. Pedro era así: genial y tremendamente simpático. Por donde quiera que pasaba, andaba nuevos clubes de admiradores suyos. Y su familia no había constituido una excepción. El tío Pedro. Paula le había hecho ponerse otro paquete de hielo en la rodilla mientras bañaba a Valentina. No le había dejado conducir de vuelta a casa. En aquel momento se encontraba medio tumbado en la cama de su habitación, viendo por televisión el segundo tiempo de la final de béisbol. Ya le había preparado un biberón a Valen, que había dejado sobre la mesilla, prometiéndole que se la llevaría al dormitorio tan pronto como terminara de bañarla.
-Hoy he echado de menos esto -le comentó él cuando la vio entrar en la habitación, con la niña en los brazos-. ¿Cómo era mi vida antes de tener a esta criatura?
-Normal -bromeó ella-. ¿Qué tal la rodilla?
-No demasiado mal -la flexionó ligeramente, quejándose, mientras tomaba a la niña en sus brazos para darle el biberón-. Anda, siéntate a mi lado. Has tenido un día muy duro.
Paula no pudo resistirse. Se acurrucó contra su regazo, y cuando él la atrajo hacia sí con su mano libre, cerró los ojos para que no pudiera ver la emoción que nublaba su mirada. Aquello era lo que había esperado durante toda su vida... si aquella maravillosa fantasía hubiera sido real, todo habría sido perfecto.
Valen succionaba el chupete del biberón con inmenso placer. Contemplándola, Pedro rió entre dientes y le comentó a Paula:
-Suelo hacerles esto a todas las mujeres, ¿lo sabías?
-Ya lo había notado. ¿Y tú sabías que todo el mundo te llama Pedro «El Ligón»?
-¿De verdad? -le preguntó, bastante molesto-. ¿Y eso a tí qué te parece?
En Paula operó el instinto de auto protección. Ya se había enamorado una vez antes de un hombre que no la amaba. Al menos en aquella ocasión no tendría por qué dejarle saber que le estaba haciendo daño.
-Lo que yo piense no tiene nada que ver. La verdad es que no me importa.
-Entiendo.
Pedro retiró el brazo con tanta brusquedad y se levantó tan rápidamente que ella estuvo a punto de caerse. Al oír un grito ahogado, comprendió que la rodilla debía de dolerle muchísimo.
-La acostaré yo -se ofreció-. No deberías apoyarte en esa pierna.
-Es mi bebé. Yo lo haré -y salió cojeando de la habitación.
Volvió al cabo de un largo rato. De espaldas a ella, se apoyó con ambas manos en el armario, como si estuviera agotado. Paula no había querido herirlo; ni siquiera se le había ocurrido pensar que él pudiera molestarse. El remordimiento se impuso al instinto de protegerse.
-Pedro, no fue mi intención...
-¡Maldita sea!
Paula se levantó rápidamente. Nunca antes lo había oído alzar la voz de esa forma.
-Me dices que soy un ligón, que todo el mundo piensa eso... ¡y luego me aseguras que no te importa! ¿Cómo diablos crees que me siento al escuchar eso? -agitó las manos en el aire, furioso-. Hemos estado durmiendo juntos. Demonios, prácticamente hemos estado viviendo juntos. A mi juicio, eso te da algún motivo para sentirte un poquito celosa, al menos un poquito... Entonces, ¿cómo puedes decirme que no te importa que flirtee con otras mujeres? ¿Y si se me ocurriera acostarme con otra mujer? ¿Te merecería eso alguna opinión?
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