domingo, 28 de febrero de 2016

Recuerdo Perdurable: Capítulo 15

Sus ojos azules brillaron de rabia antes de apartar la vista de él, pero consiguió que su voz sonara indiferente al contestar.

-Bueno, al principio me engañó, pero cuando descubrí la verdad supe cubrirme la espalda.

 -¡Bien por tí! -exclamó Pedro con un gesto de aprobación-. Esperemos que nunca más vuelvas a saber nada de él. Algunas personas son muy insistentes, sobre todo cuando opinan que tienen una cuenta pendiente -dijo volviendo la vista hacia su madre con una expresión de inocencia-. ¿Podría usted darme otra taza de su excelente té, señora Chaves?

Paula observó desesperada cómo su madre se volcaba en su deseo de agradarle. ¿Cuánto tiempo había dicho que pensaba quedarse en Kindarroch? ¿Unos cuantos días?, se preguntó. La historia que le había contado a su padre sobre sus motivos para hacer el viaje era otra de sus mentiras, pensó. Sólo ella conocía el motivo real, que era ajustarle las cuentas. Pero si era así, ¿por qué no lo dejaba sencillamente en manos de su abogado? Podría enfrentarse a un abogado, pero a él no. ¿Es que pretendía atormentarla, jugar con ella hasta que estuviera exhausta?

Intentó mantener una sonrisa en el rostro, pero estuvo a punto de fallarle cuando su madre sacó orgullosa el álbum de fotos familiar.

-¡Pero mamá! -exclamó desesperada-. No, por favor. Pedro no tiene tiempo para ver fotos.

-¡Bah! No seas tonta, Paula-la amonestó su madre-. Eras una niña preciosa, a Pedro le va a encantar -dijo abriendo el álbum y poniéndoselo delante-. Mira, aquí está cuando tenía sólo tres años...

Paula gruñó en silencio y se recostó sobre la silla. El álbum no era demasiado grande, pero su madre se lo enseñaba sin dejar pasar un detalle. Discutía y explicaba cada foto: cuándo se tomó, dónde, quién le había hecho el jersey que llevaba puesto, quiénes eran los que salían al fondo... Lo único que la consolaba era pensar que Pedro podía caer muerto del aburrimiento. Pero eso no ocurrió. Y como era el mentiroso más experto del mundo supo causar la impresión de que tenía interés. Por fin su madre cerró el álbum y volvió a guardarlo.

-¿No te irás aún? -protestó su madre volviéndose hacia su padre-. Papá, ¿dónde está tu sentido de la hospitalidad? Ni siquiera le has ofrecido a Pedro un whisky.

Paula volvió a gruñir. Si su padre sacaba la botella, aquello podía durar horas. Se levantó de la silla, miró a su madre y dijo:

-Estoy segura de que Pedro tiene cosas que hacer. Además le he prometido llevarlo de vuelta al hotel, y no quisiera que se nos hiciera muy tarde.

-Paula tiene razón -sonrió Pedro-. Han sido ustedes muy amables. Volveré a verlos antes de marcharme.

Después de despedirse, salieron de la casa y Paula esperó a alejarse un poco para detenerse y preguntar furiosa:

-Muy bien, y ahora dime qué diablos estás haciendo aquí.

Pedro sonrió burlón y aparentó sorpresa.

-¿Es que recibes con esa frialdad a todos los qué vienen a visitarte? ¡Y yo que estaba convencido de que te alegrarías de verme!

-¡No me fastidies! -explotó-. Puede que hayas conseguido engañar a mis padres, pero yo sé qué clase de víbora eres.

En sus ojos grises brilló la ira, pero luego contestó secamente:

-Has cambiado. Yo diría que estás más guapa que nunca, pero tu lengua parece también más afilada. Te sugeriría que bajaras el tono de voz si es que quieres mantener nuestra conversación en privado.

-¡Eres despreciable! No pienses ni,por un momento que te tengo miedo.

-¿No? -preguntó levantando una ceja incrédulo-. ¿Y entonces por qué has huido?

-Eso no es asunto tuyo -dijo señalándolo con un dedo en el pecho-. Te estoy advirtiendo, aléjate de aquí. Mis padres son gente honrada, aunque ya me doy cuenta de que tú no comprendes el significado de esa palabra -antes de que tuviera tiempo de reaccionar, él la había tomado de las muñecas y la tenía prisionera en sus brazos. Paula lo miró furiosa-. ¡Suéltame, bruto! -exclamó intentando darle patadas en las espinillas.

-Eres toda una gata, ¿verdad? -preguntó mofándose-. Debe de ser el aire escocés. Cuando nos conocimos en Londres, te comportaste de un modo muy distinto. No me costó mucho convencerte para llevarte a la cama, si mal no recuerdo.

Paula  trató de liberarse. Hervía de ira y frustración.

-Entonces no sabía lo depravado que eras. Y ahora, o me sueltas en este mismo instante o te voy a...

Paula no pudo terminar la frase. Él la había levantado del suelo atrayéndola a sus brazos y besándola en la boca. Atónita ante aquella audacia, no pudo hacer otra cosa que soportar la embestida hasta que él se apartó, dejándola aturdida y sin aliento.

-Tus labios siguen siendo tan dulces. como antes -observó divertido-. Estoy ansioso por saber qué será del resto de tu cuerpo.

Apenas podía creer lo que estaba oyendo. Apretó con fuerza los dientes y contestó:

-Tendrás que esperar a que se hiele el infierno.

-Bueno -contestó él soltándola-, no creo que me vaya a costar tanto, la verdad. Tengo la sensación de que, lo quieras o no, te vas a mostrar muy complaciente -sonrió-. ¿Quién sabe? Puede que incluso disfrutes tanto como la última vez.

Aquel hombre era insoportable, pensó. Y parecía tan seguro de sí mismo que por un momento Paula se preguntó si...

-Ni en sueños -contestó airada. Luego se sacudió la ropa, como si quisiera limpiarse de su contacto, y por último frunció el ceño y añadió-: Debes de estar loco. Te la estás jugando viniendo aquí, ¿lo sabías? Tengo al menos una docena de primos y tíos entre Kindarroch y Oban. Si se enteran de lo que me has hecho, te usarán de cebo para las langostas.

Pedro ignoró la amenaza encogiéndose de hombros con naturalidad.

-Lo dudo. Si te hubiera poseído en contra de tu voluntad, sería diferente, pero tú estabas más que dispuesta, utilizaste bien tus muchos encantos.

-Me engañaste -contestó Paula  retirándose el pelo de la cara y encaminándose hacia el puerto-. Me hiciste creer deliberadamente que... que... -su voz falló por un momento, pero luego añadió-: Ya sabes a qué me refiero. No intentes negarlo.

-Todavía no he negado nada. Y no vuelvas a amenazarme, ya tienes bastantes problemas tal y como están las cosas. Yo soy la víctima, no tú. Procura recordarlo.

-¡Que tú eres la víctima! Lo dices porque... -de pronto se interrumpió al ver al reverendo McPhee caminando hacia ellos-. Ahí viene el párroco. Tú eres un extraño, así que se estará preguntando quién eres. Tendré que contarle algo. No te atrevas a decir ni una sola palabra. Cierra la boca y déjame a mi.

-¿Por qué? -preguntó con una sonrisa irónica-. ¿Es que tienes miedo de que arruine tu reputación como tú has hecho con la mía? ¿Tienes miedo de que se entere de que una de sus. ovejas se ha descarriado?

Paula se tragó la ira y sonrió amablemente al párroco que se acercaba.

-Buenas noches, reverendo.

-Buenas noches, Paula.

Para el reverendo McPhee no importaba si estaba en un funeral o en un bautizo, su voz permanecía severa en cualquier caso. Miró a Pedro y Paula se apresuró a presentárselo.

 -Éste es el señor Alfonso, ha venido desde Londres. Pero me temo que no puede hablar. El pobre tiene una terrible laringitis. Tiene instrucciones del médico de que deje descansar la voz.

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