jueves, 18 de febrero de 2016

Se Solicita Niñera: Capítulo 40

Aquel comentario no pudo menos que incomodar a Pedro.

-Nos nos casamos por amor. Ya hice eso una vez antes, y cometí un gran error. Ahora me casaré por las razones adecuadas.

-Que son...

-Amistad, sexo y habilidades maternales.

Pedro nunca llegó a comprender por qué, en aquel mismo instante, se le ocurrió levantar la mirada. Paula se encontraba en el umbral, con una mano en la boca, intensamente pálida, mirándolo con una expresión que lo dejó aterrado.

-Cariño...

Se levantó del suelo, extendiendo una mano. A su lado, Sergio ahogó una exclamación de asombro, pero Pedro ni se dio cuenta de ello. Lo único que le importaba era hacerla comprender que evidentemente había malinterpretado sus palabras. «¿Seguro que te ha malinterpretado?», le preguntó la voz de su conciencia. Dió un paso hacia ella.

Pero Paula escapó. En el tiempo que Pedro tardó en asimilar lo que ocurría, salió disparada por la puerta y se marchó en la camioneta.

-¿Qué es lo que hecho? -exclamó desesperado; le temblaban las manos cuando se las pasó por el rostro. Se volvió hacia Sergio- Lo ha oído... oh, Dios mío, lo ha oído.

-¿Y?

-¿Qué has dicho?

Sergio lo miraba con expresión hosca:

-Tú no la amas. Tienes razón. Nunca querrías amar a Paula de la misma forma en que amaste a Ludmila. Pero tendrías que amarla por ella misma... Porque vale mil veces más que tu ex mujer. Bueno, dado que parece que después de todo no vas a mudarte, me marcho a casa.

Se fue por la puerta que aún seguía abierta mientras Pedro se sentaba en el suelo, aturdido por la violencia de un descubrimiento trascendental: Paula no era Ludmila. Aquella verdad era una brutal revelación.

Él había sido brutal. Había matado el aspecto más sensible de su ser, aquel que antaño había llegado a creer en el amor, diciéndose simplemente que Paula era una buena amiga. Ella le comprendía, se preocupaba por sus problemas, adoraba a su sobrina. Y en cuanto a su relación en la cama, no podía ser mejor. Ella era todas esas cosas... porque lo amaba. Paula no necesitaba otro amigo. Necesitaba a alguien que la amara... lo necesitaba a él.

Y Pedro la necesitaba a ella. Paula había devuelto el calor a su vida. Lo había llenado como ninguna otra mujer en su vida. ¿A dónde iría? Tenía que hacerla volver, tenía que conseguir que le escuchara, que le perdonara. Todavía le temblaban las manos cuando tomó la guía de teléfonos.


Paula  no tenía ningún lugar a dónde ir. Examinó todas las posibilidades: no podía dirigirse a su casa, que era el primer lugar donde Pedro la buscaría. Su familia estaba fuera, así como Zai y Flor, incluso Sofía. Gracias a su enorme poder de seducción, Pedro había manipulado su relación desde el principio hasta el final; había manipulado cada una de sus decisiones, cada uno de sus pensamientos. Y lo había hecho con un propósito.

Ella misma había aceptado gustosa el papel de niñera; Pedro ni siquiera le había dado tiempo para que se lo pensara. Se había aprovechado de la intensidad de su atracción para atraerla a sus brazos, envolviéndola en una falsa intimidad que ella siempre había creído real. Casi se había mudado a su casa, la había tratado como si fuera la mujer de su vida. Y ella había empezado a esperar que algún día Pedro pudiera ser capaz de corresponder a su amor. Le había hecho creer que realmente la quería, justo como había hecho Facundo.

Le quemaban los ojos, pero habría muerto antes que derramar una sola lágrima por Pedro. Miró el reloj de la guantera: Alexa pronto empezaría a sentir hambre....pero Valentina no era suya. Ella no tenía nadie de quien preocuparse, nadie a quien mecer en sus brazos... Ahogó un sollozo, negándose desesperadamente a llorar. Necesitaba encontrar un lugar donde pensar, donde decidir qué hacer. El instinto la empujaba a dejar la ciudad, el estado, el país...

Ojalá hubiera sido tan fácil. Ojalá hubiera podido empezar de nuevo en cualquier otra parte. Pero ella no era una cobarde; jamás en toda su vida se había amilanado ante las dificultades. No se había dejado vencer cuando murió su madre, o su padre. Incluso cuando Facundo rompió su compromiso para casarse con la mujer de la que se había enamorado; en aquel entonces, lejos de dejarse vencer, simplemente había cambiado sus sueños y había vuelto a la universidad para empezar a hacer lo que siempre había ansiado: estudiar.

Pero ya no le quedaba ningún sueño que perseguir.

Volvió a concentrarse en la carretera. Estaba cerca de Timonium, y empezó a buscar con la mirada algún hotel donde alojarse. Se lo podía permitir. Sofía no se molestaría si la llamaba para decirle que no podría ir al trabajo al día siguiente, y que la vería el lunes.

Todo lo que necesitaba era algo de tiempo para desembarazarse de los vestigios del sueño que había llegado a compartir con Pedro.


El teléfono de Zaira sonó a eso de las nueve de la mañana. Mientras ella se disponía a contestar, Pedro  se agarró con tanta fuerza a los brazos de la silla que terminaron por dolerle los dedos. Por su parte, Flor dividía su tiempo entre lanzarle terribles miradas y acunar a Valen, dormida en sus brazos.

-Oh, cariño -exclamó Zai-. Lo sé, y Flor también. ¿Te encuentras bien? ¿Dónde estás?

Pedro se levantó como un resorte y atravesó la habitación a grandes zancadas. Zaira tuvo que levantar una mano y negar con la cabeza para indicarle que no estaba dispuesta a cederle el auricular.

-Pedro nos lo dijo -comentó Zaira-. Está terriblemente preocupado... -se interrumpió para escucharla-. ¿Quieres venir aquí? ¿O a casa de Flor? Pedro está aquí, pero se marchará si se lo pedimos... sí, importa... de acuerdo, pero llámame por la mañana para que podamos saber si estás bien. Bien, adiós...

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