jueves, 25 de febrero de 2016

Recuerdo Perdurable: Capítulo 9

-Lo que me temía -suspiró Magda-. A pesar de ser joven, corres el peligro de convertirte en un alma solitaria y desilusionada. Tendremos que hacer algo al respecto antes de que sea demasiado tarde.

Paula se quedó mirando a Magda en silencio, perpleja y con los ojos muy abiertos. El problema era de ella... todo había sido por su culpa, por su propia estupidez. Comprendía la actitud de Magda, quería mostrarse amable, pero se comportaba como si hubiera sido ella la que hubiera sido traicionada.

-Estás sufriendo una crisis personal -continuó Magda sin descanso-. Estás empezando a perder tu buen humor y tu alegría, y eso no es bueno para el negocio.

Paula la miró largamente, sonriendo, y luego contestó:

-Eres una mentirosa, Magda. Ésa no es la razón por la que te preocupas por mí, ¿verdad?

-Lo sé, pero me resulta muy violento admitir la verdad -sonrió encogiéndose de hombros.

-¡Vaya! Dudo que alguna vez en tu vida te hayas sentido violenta por nada.

-No, supongo que no -admitió-, siempre he sido una egoísta. La única persona que me ha preocupado siempre he sido yo. Pero según dicen toda mujer tiene un instinto maternal. Bueno, el mío llega con veinte años de retraso, así que digamos que estoy tratando de reformarme -hizo una pausa, y de pronto sus ojos estaban llenos de tristeza, de vulnerabilidad. Luego se animó-. Piensa en mí como si fuera tu madrina, odio verte triste. Paula se sintió conmovida al escuchar la confesión de Magda. Sus ojos se llenaron de lágrimas.

Tienes un alma muy bella, Magda, eres la mejor amiga que ninguna chica podría tener. Pero no quiero que te veas involucrada en esto. Sé solucionar yo sola mis problemas.

-Sí... vengándote de él. Eso fue lo que dijiste, ¿no? Algo así como que ibas a ser la mano de la venganza -dijo dando otro trago a su bebida y encogiéndose de hombros-. He tenido visiones de un clan escocés marchando sobre Londres mientras agitaba la bandera. Espero que no te refirieras a eso.

-Puedes estar segura de que no, tienes mi palabra.

Nadie en casa oiría nunca hablar de lo ocurrido si ella podía evitarlo, pensó Paula. Cuando volviera a Kindarroch lo haría con la cabeza bien alta..

-Yo nunca he creído en la venganza -comentó Magda pensativa-. La vida es demasiado corta como para perder el tiempo con esos sentimientos tan negativos. Yo creo que la gente como Pedro Alfonso al final tiene lo que se merece, sin necesidad de que sus víctimas le ayuden. Aunque debo admitir que en tu caso la idea tiene cierto interés, te ayudaría a olvidarte de él y a recuperar el respeto por ti misma. Así que cuanto antes lo hagas mejor.

-Magda tenía razón, pensó Paula amargamente.

Realmente era una cuestión de orgullo. Tenía que demostrarle a ese hombre que no podía utilizarla y despacharla a su antojo como si no valiera nada.

-No he pensado en otra cosa -admitió Paula cansada-, pero no sé cómo hacerlo. Mi mente no deja de dar vueltas en círculos, no consigo llegar a ninguna parte. Con gusto le tiraría encima una tonelada de basura si estuviera segura de que él iba a pasar por debajo.

-Ahí es precisamente a donde yo quería llegar. Lo primero de todo es conocer a tu enemigo, como solía decir un amigo mío. Tienes que conocer sus debilidades y la manera de aprovecharte de ellas.

-Pero si apenas sé nada de él, Magda -contestó Paula sacudiendo la cabeza llena de frustración-. Ni siquiera recuerdo el nombre del hotel al que me llevó.

-Pero me tienes a mí. Eres una chica afortunada, Paula. Ocurre que me he tomado en serio tu problema y he estado recopilando información sobre nuestro amigo.

-No me habías dicho nada -parpadeó sorprendida Paula.

-Esperaba que finalmente no fuera necesario, querida -añadió dando otro trago-. Pedro Alfonso tiene treinta y dos años y es un agente inmobiliario de gran éxito. Está especializado en locales de ocio y parece saber siempre dónde invertir. O eso, o tiene espías en el gobierno.

-Seguro que tiene espías -murmuró Paula.

-Nunca ha estado casado, ni nunca, según parece, ha tenido ninguna novia estable. La verdad es que es un misterio. Nació en el seno de una familia rica en Surrey, pasó cuatro años en Cambridge University, y luego le dieron el grado de oficial en el Ejército, en uno de esos regimientos que oficialmente no existen. Ganó un par de medallas y, hace cuatro años, renuncio para meterse en los negocios.

-Le pillaron en la cama con la hija de un oficial de alto grado, supongo.

-No. Dicen que fue por que se negó a cumplir ciertas órdenes.

-Bueno, tampoco me sorprende. No puedo imaginármelo aceptando órdenes de nadie. Apuesto que era hijo único. Es imposible que tenga una hermana eso seguro. Si la tuviera trataría a las mujeres con más respeto.

-Sin embargo -asintió Magda  confirmando las suposiciones de Paula-, sí tuvo un hermanastro más pequeño. Cuando su padre murió su madre volvió a casarse. Su hermanastro se llamaba Mariano Gonzalez. Y digo que se llamaba porque murió hace dos años en un accidente de coche. Es irónico, ya ves, porque según dicen era piloto de carreras, y muy prometedor. Podría haber llegado a ser campeón del mundo. Pedro  quedó muy afectado por su muerte.

Paula se mordió el labio. No quería oír ese tipo de cosas. No quería sentir ningún tipo de simpatía o lástima hacia él. De todos modos, pensó, nada de eso tenía relación alguna con la forma en que la había seducido. Toda aquella historia de su vida en realidad no la llevaba a ninguna parte.

-Calma, querida -dijo Magda paciente-. Uno nunca sabe qué información puede llegar a serle útil en el futuro.

-Bueno... quizá tengas razón -suspiró.

Paula bebió un tragó de agua mineral e intentó recordar algo que él le hubiera dicho y que pudiera ayudarla a encontrar un punto débil. Pero era una pérdida de tiempo. La gente como Pedro Alfonso siempre se aseguraba de no tener ningún punto débil, ni tan siquiera una molesta conciencia. Eran los fríos depredadores sin escrúpulos del mar de la vida.

Entonces se preguntó qué haría si él cruzara en ese momento la puerta con una chica agarrada del brazo. Cerró los ojos y dejó que su imaginación volara, como si aquello fuera una película a cámara lenta en el escenario de su mente...

Él haría una pausa nada más atravesar la puerta, y los murmullos de las conversaciones cesarían de repente. Su mera presencia sería suficiente para cargar el ambiente. Las mujeres sentirían acelerarse el ritmo de su respiración ante el poder y carisma de aquel hombre, y sus acompañantes lo mirarían llenos de hostilidad. Sus ojos grises recorrerían indiferentes toda la estancia hasta llegar a ella y entonces... aunque pareciera increíble... sonreiría. Luego, se acercaría lentamente a su mesa. Su corazón comenzaría a latir con fuerza. ¡Lo sabía, no había sido más que un terrible malentendido! Sencillamente había olvidado dónde vivía. Había estado buscándola desesperadamente durante semanas, y por fin, la había encontrado. Pero cuando estuviera a sólo unos pasos de ella, de repente, se quedaría helada. Aquella sonrisa no era más que el leve reconocimiento de que ambos habían estado juntos. Atónita, lo vería pasar por delante de su mesa sin decir palabra. Se sentarían en la de al lado y ella se quedaría observándolos mientras él se inclinaba para decirle algo al oído a la chica, que la miraría y le susurraría algo en respuesta. Luego los dos reirían. Entonces, llena de ira, ella se levantaría y le tiraría una jarra de agua por la cabeza...

-Disculpa... -la interrumpió una voz-. ¿Te has quedado dormida?

-Lo siento -contestó Paula abriendo los ojos y sonriendo sin ganas-, estaba soñando despierta.

-Hmm... Estábamos hablando sobre Pedro Alfonso, ¿recuerdas?

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