sábado, 13 de febrero de 2016

Se Solicita Niñera: Capítulo 31

Unas horas antes, cuando se dirigía al partido, había experimentado unas curiosas sensaciones. No había querido jugar lacrosse. Había querido estar con Paula y con Valen; con nadie más. En aquellos momentos se había dicho que su comportamiento era patético. Se estaba haciendo viejo.

Que todos sus amigos regresaran a sus casas al término del partido para disfrutar de sus familias no significaba que él tuviera que desear lo mismo. Que aquellos tipos se pasaran la mayor parte de su tiempo de descanso hablando en el banquillo de médicos y escuelas infantiles no significaba que él tuviera que hacerlo también. Pero así era. Envidiaba todo aquello, envidiaba sus vidas. Durante todo el partido no había hecho más que pensar en Paula y en el tipo de vida que podría llevar con ella.

Aparte de la maravillosa experiencia del sexo, Paula y él eran dos personas más que compatibles; se llevaban a la perfección. Podían hablar, algo que nunca había experimentado con Catalina Marshall, por ejemplo. O con la propia Ludmila. Disfrutar de la compañía de Paula, de su simpatía, o de su sentido del humor, era infinitamente preferible a todas las Catalinas del mundo, por muy atractivas que fueran. Y, si era sincero, también era preferible a la vida que había llevado con Ludmila La consecuencia era inevitable: tenía que casarse con Paula.

Antes se había jurado no volver a enredarse nunca más en un matrimonio, pero aquello era distinto. Tal vez no la amara, pero le gustaba, lo cual era mucho más importante. Paula era su amiga, a la vez que la mujer que lo había enloquecido de pasión hacía tan sólo unas pocas horas. Tenía que pensar en la mejor manera de conseguir que Paula aceptara casarse con él.

Paula  no tenía esa mirada ávida, depredadora, que había visto en tantas otras mujeres. Nunca le había hablado de ninguna relación permanente entre ellos, de hecho, parecía retraerse cuando él la presionaba demasiado. Y cuanto más insistía, más distante se tornaba. Cortejarla: eso era lo que tenía que hacer. Sí, la cortejaría, la haría sentirse especial, le dejaría ver lo beneficiosa que podría ser su unión para los dos, lo mismo que para Valen. Él no la amaba, no quería pasar cada minuto de su vida con ella, así que nunca se encontraría en la misma posición que cuando estuvo casado con Ludmila.

Aquello no volvería a ocurrir. Pero podría hacer que Paula se sintiera especial... porque lo era.

La puerta principal se abrió justo cuando Pedro subía los escalones de la entrada, y Paula apareció en el umbral.

-¿Se puede saber qué te ha pasado? -le preguntó al ver que cojeaba.

-Que te he echado de menos. Eso es lo que ha pasado -repuso irónico.

-Me alegro de que hayas vuelto -le sonrió, poniéndose de puntillas para besarlo en los labios.

El sonido de un ostentoso carraspeo los sobrecogió. Mirando por encima de la cabeza de Paula, Pedro vio a un hombre en el umbral. Era algo más joven que él, y no tan alto, aunque debía de medir cerca de un metro ochenta. Y parecía exactamente igual a Paula, pero en versión masculina. Una vez que terminó de subir el último escalón, le tendió la mano.

-Pedro Alfonso. Encantado de conocerte. El tipo le estrechó la mano, observándolo con curiosidad.

-Yo soy Daniel Chaves, hermano de Paula, Entra. ¿Qué le ha pasado a tu rodilla?

-Un «tren de mercancías» -al ver que los dos hermanos intercambiaban una mirada de incomprensión, les explicó-. Cometí el estúpido error de descuidar a un defensa. Fue una caída en toda regla, y la primera parte del cuerpo que hizo contacto con el suelo fue mi rodilla.

-No quiero saber los detalles -lo interrumpió Paula, haciendo una mueca.

Lo hicieron pasar a una modesta sala, y se sentó en un sillón. Paula le colocó la pierna lesionada sobre un cojín, después de revisarle el hielo, y fue a echar un vistazo a Valen, que estaba dormida. Daniel tomó asiento frente a él, cruzándose de brazos.

-Bueno, hombre. ¿A qué te dedicas?

-Publicidad -respondió Pedro-. Así fue como conocí a Paula.

-¿Qué le sucedió a tu esposa?

Pedro lo miró arqueando una ceja.

-Me dejó.

-¿Te dejó con un bebé? -inquirió Daniel, escandalizado-. ¿Pero por qué?

-Mi esposa me dejó hace ya mucho tiempo -le explicó Pedro, divertido-. Yo no tengo hijos -rió al imaginarse las cábalas mentales que estaría haciendo Daniel-. Valentina  es mi sobrina. Mi hermano y su esposa fallecieron en un accidente de tráfico poco después de que naciera.

Paula ya había regresado al salón con una toalla y otro paquete de hielo, de manera que había asistido a la última parte de la conversación.

-Para ya, Daniel -luego se dirigió a Pedro-. Me disculpo anticipándome a cualquier cosa que pueda decirte. Se considera mi protector. Si finalmente no te aprueba, al amanecer te retará a un duelo a pistola.

-Alguien tiene que cuidar de tí, hermanita. Después del último fiasco, me veo obligado a revisar a cada uno de los tipos con los que sales.

Se arrepintió de sus palabras antes de que pudiera acabar la frase. Siguió un violento silencio. Paula  no dijo nada, pero Pedro podría haber jurado que el labio inferior le tembló por un instante. Y durante ese mismo instante tuvo el presentimiento de que allí estaba la vital información que le faltaba sobre ella. No estaba dispuesto a abandonar aquella casa sin descubrir el secreto. Daniel se levantó entonces del sillón:

-Vaya, lo siento, Paula. No me lo tomes a mal -se golpeó la frente con el puño-.

Bruno tiene razón: soy un imbécil.

-Desde luego que lo eres.

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