domingo, 28 de febrero de 2016

Recuerdo Perdurable: Capítulo 14

En Kindarroch, en donde los vecinos iban a pie o en viejos camiones y furgonetas, un deportivo era una novedad que causaba gran expectación. Y más aún a ella cuando lo vio parado delante de su casa. Se preguntó de quién sería y entró en el salón. La sangre se le heló en las venas. Se quedó boquiabierta e incrédula. Aquello no podía ser, se dijo. Era imposible. -¡Paula! -la llamó su madre sonriendo-. ¿No es un verdadera sorpresa? Ha venido un amigo tuyo desde Londres sólo para verte.

Pedro Afonso se puso en pie sonriendo con aquellos irónicos ojos grises.

-Hola, Paula. No puedes imaginarte cuánto me alegro de verte.

Demasiado sorprendida, Paula se quedó mirándolo de pie hasta que su madre la hizo unirse a ellos en la mesa. Luego oyó hablar a su padre como si estuviera muy lejos.

-Pedro ha estado contándonos la estupenda noche que pasaron juntos en un restaurante.

-En Cardini -intervino Pedro sonriendo con inocencia-. Estoy seguro de que recuerdas esa primera noche, Paula. De hecho volvimos a encontrarnos allí una segunda vez, ¿no es verdad?

Paula había comenzado a reponerse del shock. Recapacitó, cerró los puños bajo la mesa y lo miró poco afable.

-¿En serio?

-Por supuesto -rió Pedro divertido ante su respuesta-. ¿Cómo has podido olvidarlo? Venías de un baile de disfraces y llevabas una peluca rubia y un traje muy seductor, de encaje. Tienes que acordarte.

Bueno, aquello contestaba al menos a una de sus preguntas. Había descubierto quién era Tamara Torres. Dios sabía cómo lo había hecho, pero eso lo averiguaría más tarde, se dijo. Lo principal en ese momento era saber cómo la había encontrado. Magda nunca le hubiera dicho a dónde había ido. ¿Acaso se había delatado ella misma? Recordaba vagamente que él le había preguntado de dónde era, y ella le había respondido... Pero era imposible que se hubiera acordado...

-Pedro nos ha estado contado que es agente inmobiliario -continuó su padre en un intento por darle conversación y riéndose luego-, pero ya le he dicho que aquí no hay ninguna propiedad que merezca la pena. Este lugar ha caído en el olvido.

-Bueno, quizá se sorprenda usted-contestó Pedro con seguridad-. Voy a quedarme en el hotel unos cuantos días -añadió sonriéndole a Paula-, y lo que me hace falta es una persona que me enseñe los alrededores. Estoy seguro de que no te molestará hacerlo, ¿verdad, Paula?

-Claro que no -contestó su madre por ella-, por supuesto que no le molesta, Pedro. Le encantará. ¿No es cierto, Paula?

Era evidente que su madre se estaba preguntando por qué estaba tan seria, pensó Paula. Pedro era joven y guapo, y con dinero, a juzgar por las apariencias. Bien educado, y obviamente interesado por su hija. Y sin embargo, ella no había sonreído ni una sola vez. Paula no comprendía a qué estaba jugando Pedro, pero hasta que lo descubriera tendría que seguir aquella farsa. Se sentía enferma, pero se esforzó en sonreír.

-No me molesta. Estoy de vacaciones, y no hay mucho que hacer por aquí.

Pedro sonrió, pero sólo ella pudo apreciar la forma irónica en que torcía la boca.

-Seguro de que no te aburres, Paula. ¡Una chica con tu talento! De hecho sé que eres muy buena actriz. ¿Es que no hay una compañía de teatro local a la que puedas unirte?

Sus padres no comprendieron aquel comentario, pero Paula supo que iba a tener que sacar a Pedro  de su casa y preguntarle a qué diablos estaba jugando.

-En cuanto termines el té, te acompañaré al hotel -dijo tensa pero educada-. Podremos hablar sobre los lugares que deseas ver.

-Buena idea -sonrió Pedro-, pero no tengo prisa. Tu madre me estaba contando cosas de tí antes de que aparecieras. Según parece de niña eras muy traviesa. Dice que siempre estabas metiéndote en líos.

-No lo creas, no era peor que cualquier otro niño -contestó mirándolo fría con los puños cerrados sobre el regazo y un nudo en el estómago-. Las madres siempre lo exageran todo.

-En tu caso, yo creo que no -sonrió débilmente-. Quizá sea por ese precioso pelo rojizo tuyo.

Ya sabes lo que se dice de las pelirrojas, ¿no?

-No, me temo que no lo sé. ¿Qué es lo que se dice de las pelirrojas?

-Ese pelo lo ha heredado de su padre -intervino su madre-. ¿Quieres tomar otro pastel de mantequilla, Pedro? -añadió tendiendo el plato y mirando a su hija con desaprobación.

Paula ignoró el gesto de su madre y siguió seria.

-Te parecerá raro un lugar como éste viniendo de Londres, ¿no, Pedro? -preguntó su padre. Pedro  sonrió con naturalidad, relajado y a gusto consigo mismo, igual que si estuviera en su propia casa.

-No tan raro, señor Chaves. Estuve seis meses en Assynt al terminar mis estudios en la Universidad.

-Eso está en el condado de MacLeod -lo miró sorprendido-. Creo que el ejército hace entrenamientos secretos allí.

-Sí... eso tengo entendido. Estos pasteles son realmente deliciosos, señora Chaves. Había olvidado lo rica que es la cocina casera. La felicito.

-Paula es muy buena cocinera -se apresuró a decir su madre-. Quizá tengas ocasión de comprobarlo antes de volver a Londres. He oído decir que las comidas del hotel no son demasiado buenas. No se esmeran mucho, como apenas tienen huéspedes...

Paula apretó los dientes. Su madre no tardaría en ofrecerle la habitación de invitados, pensó.

Pedro sonrió burlón, y luego dijo en tono serio:

-Si lo hace tan bien como hace lo demás esperaré -ansioso a probarlo.

-¿Y cómo se conocieron? -preguntó su padre como indagando a un pretendido yerno.

-Nos conocimos por casualidad -declaró Pedro-. Se puede decir que Paula cayó literalmente en mis brazos. Tomamos una copa... y luego la invité a cenar esa misma noche. Nos hicimos... -la miró burlón- ... muy amigos. ¿No es cierto, Paula?

Paula tuvo que reprimir sus deseos de contestar y conformarse con asentir con la cabeza. Pensar que su vida se habla arruinado por culpa de un estúpido chico en patines era como para llorar.

-Bueno, me alegro de saber que fue a ti a quien conoció -intervino su madre-. Se oyen historias terribles sobre chicas que viajan solas a Londres y se ven mezcladas con gente indeseable. Estoy segura de que sabes a qué me refiero, Pedro.

-Desde luego, señora Chaves. Londres, como todas las grandes ciudades, tiene también su lado malo. Siempre hay gente dispuesta a aprovecharse.

Paula se quedó mirándolo. No podía quedarse ahí sentada y soportar aquella conversación en silencio. Pedro se estaba burlando de ella, y quizá pretendiera luego burlarse también de sus padres.

-Es cierto. De hecho conocí a un tipo de esos al poco de llegar a Londres -dijo Paula-. Estoy segura de que sabes a qué tipo me refiero. Era de esos capaces de mentir y engañar con tal de salirse con la suya.

-Espero que lo mandaras a freír espárragos, Paula -intervino su madre.

No creo que tenga usted que preocuparse en ese aspecto, señora Chaves-rió Pedro-. Su hija sabe cuidar muy bien de sí misma. Es una chica de recursos -añadió mirándola-. Lo mandaste a freír espárragos, ¿verdad, Paula?

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