martes, 16 de febrero de 2016

Se Solicita Niñera: Capítulo 34

-Por supuesto que sí -Paula suspiró, consciente de que se pondría enteramente a su merced si le revelaba lo importante que había llegado a ser para ella, pero viéndose a la vez impotente para disimularlo-. Lo odiaría. Pensaría seriamente en la posibilidad de pegarte un tiro -alzó el tono de voz, igualando al de Pedro-. ¿Es eso lo que quieres saber?

Se miraron fijamente el uno al otro durante unos segundos, hasta que Paula ya no pudo soportar por más tiempo el silencio.

-¿Es que no sabes lo mucho que significa para mí tenerte en mi vida? Lo lamento de verdad si te he hecho pensar que no me importa...-se tapó el rostro con las manos temblorosas.

-Cariño... -susurró Pedro mientras se acercaba a ella.

Paula  también fue a su encuentro, y se abrazaron a medio camino.

-Lo siento, Pedro, lo siento...

-Yo también lo siento -repuso él-. No quiero luchar contigo -la hizo retroceder hasta la cama-. Desde que te conocí, he soñado con tenerte aquí, en esta cama...

Le desabrochó la blusa y deslizó las manos por dentro, todo a lo largo de su torso, hasta que le soltó el sostén. Paula le quitó entonces la camiseta que se había puesto después de ducharse, e introdujo luego las manos por debajo de sus pantalones cortos y la ropa interior, acariciándole el trasero y arrancándole un gruñido. Lentamente le bajó la ropa liberando su sexo excitado.

-Si sigues haciendo eso... -le dijo Pedro, retirándole las manos con una sonrisa-... esto acabará antes de tiempo.

Paula  ya se había arrodillado frente a él, concentrándose en quitarle la ropa del todo sin lastimarle la rodilla lesionada. Al escuchar sus palabras, se inclinó hacia adelante y le acarició el sexo con los labios arrancándole más gemidos. Agarrándola de las muñecas, Pedro la obligó a incorporarse mientras terminaba de despojarse de la ropa. Cuando deslizó sus grandes manos todo a lo largo de su espalda y presionó su cuerpo desnudo contra el suyo, Paula se estremeció de deleite y apoyó la cabeza contra su pecho. Podía escuchar el firme, seguro, fuerte latido de su corazón; frotó la mejilla contra su piel, saboreando fascinada el tacto de su vello suave y rizado.

-Túmbate conmigo -le pidió Pedro con voz ronca.

Paula obedeció inmediatamente, esperando con impaciencia a que él se acostara sin lastimarse la rodilla. De repente pensó que aquella rodilla podría constituir una seria limitación así que, cuando Pedro fue a estrecharla entre sus brazos, se volvió hacia él alzando una pierna y apoyándola sobre su vientre.

Rápidamente Pedro la tomó de la cintura y la montó a horcajadas sobre él. Paula podía sentir su cuerpo cálido y duro debajo del suyo; aquella postura le otorgaba cierta sensación de poder, un mayor control sobre el ritmo de su acto amoroso.

Apoyó las palmas de las manos sobre sus tetillas, trazando pequeños círculos, sintiendo cómo los pequeños pezones se endurecían bajo su contacto. Estaba muy excitada, terriblemente húmeda, y ya no podía esperar. Pedro entró en ella con suavidad, y por unos instantes Paula se detuvo a saborear aquella sensación.

Descubrió entonces que estaba sonriendo.

-¿En qué piensas? -le preguntó en un susurro.

-Estaba pensando... -Pedro rió entre dientes-... en que vamos a tener que incrementar la velocidad antes de que se me estropee el cambio de marchas.

Y dicho eso, la tomó firmemente de las caderas, alzándola y soltándola a un ritmo trepidante. Cada movimiento de sus caderas significaba para Paula un gozo inefable. Todo su ser parecía concentrarse en aquel punto donde sus cuerpos se encontraban una y otra vez, sin descanso. Echó la cabeza hacia atrás, gritó, sintió en su vientre el largo y profundo ritmo de las contracciones que convulsionaban todo su ser. Luego, finalmente, cuando aquel poder fue perdiendo lentamente su fuerza, se derrumbó sobre Pedro.

Y sólo entonces, sin cambiar de posición, se dió cuenta de que Pedro seguía excitado, con su sexo latiendo todavía en su interior. Ya se disponía a incorporarse de nuevo cuando él se lo impidió con un gutural «quédate quieta». Apoyó una mano en su trasero, empujándola más hacia sí, mientras que con la otra le acariciaba la nuca sosteniéndole la cabeza contra su pecho.

-No quiero que esto termine -pronunció, pero su cuerpo tenía otras ideas.

Incluso mientras hablaba, Paula sintió que levantaba las caderas para depositar su semilla en su interior, provocándole una sensación exquisitamente cálida... Cuando terminó, dejó caer los brazos a los lados, completamente relajado.

Paula se quedó donde estaba durante unos momentos más, cuando la respiración de Pedro ya había recuperado su ritmo normal. Rodó a un lado, se arropó en las sábanas y se acurruco contra su cuerpo, con la mejilla apoyada en su pecho y la mano sobre su corazón.

Y se quedó dormida.

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